Pareja inglesa del siglo IX. Collage manual y digital de Agrimensor K para Literariedad.
Camilo Alzate escribe para la edición de diciembre de Literariedad este ensayo profundo y sentido que toma como base el recuerdo de su abuela «que recorría su casa inmensa, vacía, silenciosa, mientras lloraba la muerte de sus hijos y de su esposo», para relacionarlo con la imagen viva, el pensamiento y la poesía de Nezahualcóyotl, poeta, arquitecto y rey azteca sin igual en la América prehispánica.
Por: Camilo Alzate
Arte: Agrimensor K
¡Oh hijo! Ya habéis pasado y padecido los trabajos de esta vida; ya ha sido servido nuestro señor de llevaros, porque no tenemos vida permanente en este mundo y brevemente, como quien se calienta al sol, es nuestra vida.
Antiguo proverbio azteca para enterrar los muertos
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Al final, mi abuela sufrió varias tragedias familiares que empañaron largos años que habían transcurrido hasta entonces felices. Acostumbraba a caminar por su casa siempre sola, tan lujosa, tan vacía, abrumada de silencio, mientras repetía en voz baja «todo esto que tenemos aquí es prestado, aquí sólo estamos un rato, después nos vamos. Todo es prestado…».
Ella se planteaba, a su manera, una de las cuestiones más antiguas del pensamiento, el problema filosófico por excelencia, sin imaginar que esas palabras ya habían sido pronunciadas muchísimo antes por los poetas de la América prehispánica.
Hubo en otro tiempo y otra tierra un rey azteca. Nezahualcóyotl fue el nombre que se dio a sí mismo luego de una juventud borrascosa empañada con persecuciones, intrigas y sufrimientos. Nezahualcóyotl significa «el coyote con hambre» o también «el coyote en ayunas». Aquel rey no iba a ser ni el primero ni el único que se preguntaría por la existencia en el nuevo mundo, pero sí es el referente mejor conocido dentro de las civilizaciones americanas. Su poesía esconde los esbozos de un pensamiento filosófico primigenio y silvestre detrás del refinamiento que los estudiosos ven como puro artificio literario. Mi abuela nunca leyó sus canciones, ni sospechó siquiera la remota existencia de esa raza ataviada con plumas de quetzal y collares de jade. Ella y él pertenecieron a mundos opuestos y enfrentados, pero su pensamiento coincidía. ¿Acaso eso son los símbolos?
2
Y la flor, oculta en la arboleda, de modo inadvertido revienta la vista. Escribe el coyote:
Alegraos con las flores que embriagan,
Las que están en nuestras manos.
Que sean puestos ya
Los collares de flores.
Nuestras flores del tiempo de lluvia,
Fragantes flores
Abren ya sus corolas.
Qué mediocre, qué obvio resultaría enunciar los arquetipos de la belleza: lo que es divino, lo que es perfecto. La flor, diría cualquier heredero del romanticismo, es la culminación de lo sublime. La flor es radiante, esplendida, plena. Denota primavera y destello, derroche de color y luminosidad. Es mujer porque es hermosa —dicen— y también en tanto que es frágil —siguen diciendo—. Pero Nezahualcóyotl vio algo distinto: la flor es canto o, si se quiere, melodía, eso que solo existe cuando se ejecuta. La flor embriaga y adorna y alegra:
Nos ataviamos, nos enriquecemos
Con flores, con cantos:
Esas son las flores de la primavera:
¡Con ellas nos adornamos aquí en la Tierra!
Hasta ahora es feliz mi corazón:
Oigo ese canto, veo una flor:
¡Que jamás se marchiten en la tierra!
Comienza a cantar,
Ensaya el canto,
Derrama flores,
Alegra el canto.
Justo en el momento de la abundancia, la flor logra una inspiración. Se parece al alba y al crepúsculo, periodos cortos y fugaces de belleza que contrastan con la aridez o la monotonía o la tiniebla, destellos que siempre amenazan con marchitarse.
Ponte en pie, percute tu atabal:
Dese a conocer la amistad.
Tomados sean sus corazones:
Solamente aquí tal vez tenemos prestados
Nuestros cañutos de tabaco,
Nuestras flores.
¿Acaso es bella la existencia por fugaz? ¿Acaso es bella la existencia? ¿La belleza es inmortal? ¿Es la finitud su condición? Nezahualcóyotl conoce la belleza de la vida y solo así ha encontrado un consuelo al desamparo del mundo. Lo bello se equipara con el placer, con la búsqueda de la felicidad que es una colección de instantes perennes. Toscos, mucho más palurdos, los griegos sentenciaron antes aquello de «comamos y bebamos que mañana moriremos». El príncipe azteca, aún coyote, aún hambriento, prefería los pétalos:
Deléitate, alégrate,
Huya tu hastío, no estés triste…
¿Vendremos otra vez
a pasar por la Tierra?
Por breve tiempo
Vienen a darse en préstamo
Los cantos y las flores del dios.
El canto, también efímero, alegra el corazón: lo regocija, lo engalana invitando al olvido. En la sociedad azteca, el consumo de licor o de sustancias alucinógenas era castigado con severidad, por eso el canto es un equivalente de la felicidad; igual que en la fiesta dionisiaca o la orgía babilónica, la música es el fuego que enciende las pasiones. ¿Acaso la felicidad permite borrar las miserias de la vida? ¿De esto trata el hedonismo? ¿Del gozo y del disfrute cuando se roza lo perecedero?
3
Hay un tormento del que no escapó Nezahualcóyotl. Se sabía vivo y, por tanto, se sabía muerto, es decir, susceptible de morir. La inminencia del fin aviva un espíritu de hedonismo pero también de angustia. Tal sentimiento de desazón es otra constante de su poesía. Podemos esparcir el canto y gozar de la flor radiante, pero nuestro gozo nunca será completo mientras tengamos la plena conciencia —como la tiene el poeta— de que la marchitez es irrevocable.
¿Acaso lo único cierto es la incertidumbre? ¿Tiene la poesía respuestas para la muerte, como creía Gilbert Durand? ¿Tiene la poesía respuestas?
Nos atormentamos:
O es aquí nuestra casa de hombres…
Allá donde están los sin cuerpo,
Allá en su casa…
¡Solo un breve tiempo
Y se ha de poner tierra de por medio de aquí a allá!
El antioqueño León de Greiff, torturado por la inquietud de obligarse a respirar cada mañana, resumió en otros versos que parecen exóticos aquella deriva, no muy diferente a la suerte de los campesinos de su tierra, hombres acostumbrados a hacer fortunas que se perdían en tres golpes de dados: «Juego mi vida, cambio mi vida, de todos modos la llevo perdida sin remedio». De Greiff invocaba a la estirpe de aventureros y tahúres antioqueños que se bebieron las noches, los meses, los años, existencialistas de oficio. Entonces canta Nezahualcóyotl:
Como una pintura
Nos iremos borrando,
Como una flor hemos de secarnos
Sobre la Tierra.
Pero hay diferencias entre ambos. Nezahualcóyotl es la morada del arraigo; de Greiff, en cambio, solo habita el nihilismo. Un deseo sobrevive a cada pesimismo y angustia, ese sentimiento que se erige como barrera ante la aplastante presencia de la nada. No es, como creía Gilbert Durand, la imaginación:
Yo soy Yoyontzin: aquí se alegran nuestros corazones,
Nuestros rostros:
Hemos venido a conocer vuestras bellas palabras.
¡Instante brevísimo, oh amigos!
¡Aun así tan breve, que se viva!
4
¿Acaso hay que celebrar la muerte? ¿Es el ocaso la consagración de la vida? ¿Es su perfeccionamiento?
Esmeraldas
Turquesas,
Son tu greda y tu pluma,
¡Oh por quien todo vive!
Ya se sienten felices
Los príncipes,
Con florida muerte a filo de obsidiana,
Con la muerte en la guerra.
La nostalgia y amargura del poeta hacen pensar que aún con la enraizada tradición azteca que prometía un paraíso a los héroes, el rey coyote se fue convencido de que este mundo, nuestro mundo, es lo único seguro. La única flor que veremos abrir ante nuestros ojos.
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¿Acaso existe eso que llaman «el ser americano»? ¿Hay un atisbo de filosofía en los cantos del rey atormentado que murió exactamente treinta años antes de que Colón desembarcara, por error y extraviado como andaba, en las costas de aquellos indígenas vitalistas, apasionados y nostálgicos que soñaban con renovar el Universo cada atardecer, ofreciéndole sangre tibia? ¿Acaso era otro tiempo el tiempo de mi abuela, que recorría su casa inmensa, vacía, silenciosa, mientras lloraba la muerte de sus hijos y de su esposo, mi abuela que cuidó veraneras y rosales en su patio hasta el penúltimo de sus días? ¿Acaso fueron suyas las tonadas de esa zamba que cantó Mercedes Sosa? ¿Acaso serán también mías?
Romperá la tarde mi voz
Hasta el eco de ayer
Voy quedándome sólo al final
Muerto de sed, harto de andar…

Camilo Alzate (Pereira, Colombia. Cronista y narrador. @camilagroso.