Un pobre miserable diablo

Foto:Autorretrato de Rulfo en el Nevado de Toluca

Para Albeiro Montoya, en tierras mexicanas

Para Jorge Tapia, mi hermano

En una entrevista infame que le hace una cadena alemana a Foster Wallace por allá en noviembre de 2011, el escritor afirma que la lectura es un proceso mágico porque, de alguna manera, le permite al lector habitar bajo la piel de un extraño. Luego Wallace hace una mueca de vergüenza y dolor y algo más que es inaprehensible porque siente que lo que acaba de decir es un cliché. En 1983, Juan Rulfo, para un periodista argentino, dijo que no, que la literatura no podía actuar ni podía modificar nada. Dijo que podían la sociología, la antropología, la economía; esas disciplinas podían hacer algo por transformar las realidades. Pero la literatura no. El escritor no podía lograr hacer nada. La literatura es ficción, y si deja de ser ficción, deja de ser literatura. La literatura no puede actuar ni puede modificar nada. Y la ficción es mentira (sus palabras). Lo cual, si afilamos la mirada, es lo mismo que afirmó Wallace antes.

Uno no compra un libro de Juan Rulfo, uno se topa con un libro así, se lo recomiendan, se lo encuentra en un anaquel de una biblioteca ajena o lo roba. Pero uno no compra a Rulfo, como no compra a Borges, como no compra a Akutagawa; no se compra a Lamborghini o a Mario Santiago. Se los topa uno. Tropieza uno con ellos. Los roba. Conozco gente sin vergüenza que se precia de robar poesía pobre, pobrísima. No se sonrojan, no les da nada. Yo, por mi parte, descanso en el hecho suprarreal.

Estaba en casa y me encontré con el libro. No había leído a Rulfo por dejadez. Una mano goteante lo puso sobre la mesa con un leve golpecito. Yo me volví y ahí estaba el libro. Un artefacto de relojería. De Carver se dice que es capaz de contar en un cuento lo que no se puede contar de otra manera. Los cuentos de Rulfo son una fotografía borrosa poblada de figuras a las que el viento les va sacando tajadas. Uno tampoco lee a Rulfo. Uno mira a lado y lado como perdido. Como si de pronto se diera cuenta que se encuentra en una calle desconocida o como si se acabara de cerrar una puerta y le hubieran espantado a uno el sueño. Y es que está uno doblado sobre un relato, de pie en medio de una habitación o de un tejado, o caminando en una puerta giratoria. La literatura de Rulfo, como él mismo lo afirmó acerca de toda literatura, no hace nada porque es solo ficción. No hace nada. Solo susurrarle cosas grises a uno al oído. Solo velarle a uno la mirada con el desespero de unas sierras que quiere uno visitar y que son como esa sensación que se le cuela a uno por los poros cuando va de paso por un tramo de carretera que jamás ha visitado, pero que tiene una piedra, una señal oxidada o un niño acuclillado, y lo pierde uno todo; aquello no se repetirá. La piedra de nuestro sueño caerá pesada y tocará fondo y no podremos volver a esa curva en el camino, ya el niño no va a estar allí, ya la señal será devorada por el tiempo. O el niño permanecerá y la señal seguirá arrojando su oblicua sombra, pero no hallaremos el camino de vuelta a ese punto del espacio. La geografía con sus disposiciones pasajeras, como la forma de la lluvia, no se repite. Tampoco nuestra mirada. El sol se extinguirá y allí seguirán esas cosas esperándonos, solo que no cumpliremos la cita.

Una vaca muerta e hinchada nos inunda la respiración, descubrimos que somos tan pobres, que la esperanza tácita de la que habla Camus en El mito de Sísifo no es más que una entrega. Se abandona uno a las circunstancias. Se convierte uno en un pobre miserable diablo porque antes se fue un pobre diablo a secas.

A mí se me hace que encontrarse con Rulfo es lo peor que le puede a uno pasar. Porque no pasa. Porque se queda uno trabado a mitad de camino en un portal demasiado estrecho; se queda uno mirando la penumbra de un mundo donde la gente arrastra los pies. Un desierto que le hace a uno falta. Que antes no tenía, pero que ahora uno extraña con delirio. La literatura es ficción y no puede hacer nada, como la vida, solo atomizarnos.

Roberto Segrov

Roberto Segrov nace en Bogotá queriendo haber nacido en Estridentópolis. Escribe poesía, narrativa, traduce la obra de los poetas que más lo trasnochan y dicta clases de literatura en varias universidades de la capital colombiana, también es oficinista, lo anterior, todo en ese orden. Ha publicado los libros de poesía Formas de romper las olas (Buenos Aires Poetry, 2018), Tríptico lunar (SaintNeve, 2019) y Estudios para el intento de ciertas pesadillas (Editorial Pie de Monte, 2019), así como el libro de relatos Un crepúsculo que no termina (Ediciones Camelot, 2019).

6 comentarios sobre “Un pobre miserable diablo

    1. Las ideas, como los caminos, inician a la sombra de nuestra mirada, pero no sabemos dónde terminan o a dónde llevan. Gracias por la lectura. Rulfo sabrá siempre ponernos en aprietos, esa es la particular posteridad de su literatura.

  1. ¡¡¡Amé esta entrada!!! Excelente descripción. Uno sobrevive a Rulfo.

    Rulfo es pesimista, es el cronista disfrazado de realismo mágico de los supervivientes de una sórdida guerra y a uno se le contagia esa visión. Describe brillantemente el fracaso de México para superar los traumas de su pasado (revolucionario) al poner en escena la novela a través de un elenco de cadáveres que son literalmente incapaces de seguir adelante, que no pueden hacer nada más que repetir, una y otra vez las historias de sus propios traumas.

    1. Maxell, me alegra que te gustara la entrada. En efecto, Rulfo es de esos pocos escritores que dota de una potencia particular a su obra, de modo que hace un diagnóstico muy profundo de su época y de la identidad de su pueblo.

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