Imagen: Tradescantia. Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada. CSIC.
Les presentamos diez poemas de Palma real, de Jorge Boccanera, libro nacido cuando el poeta residía en Costa Rica entre 1989 y 1997, mientras exploraba como viajero atento sus selvas y sus ríos, y que le merecería el VIII Premio Casa de las Américas de Poesía Americana en 2008. Los incluimos en nuestra edición de febrero de 2019, dedicada a la Selva, con autorización del autor y presididos por el prólogo de Juan Gelman a la publicación costarricense.
Palma Real, Jorge Boccanera
Ojalá Ediciones, 2008
Prólogo de Juan Gelman
Jorge Boccanera escribió Palma Real en una selva y su lectura evoca una frase de Goethe que se le aplica cabalmente: el artista agradecido a la naturaleza que también él ha creado, devuelve a la naturaleza una segunda naturaleza; pero una naturaleza plena, una naturaleza imaginada, una naturaleza humanamente perfecta.
En estos poemas hay un único relato, el de la imaginación desplegada a toda vela. Dice: “Una lágrima verde rueda sobre la lengua del jaguar” o “Abajo, el viento barre restos del universo” o “Lo que no es selva es ruina”. A lo mejor Boccanera no sólo habla de la selva de Costa Rica, sino a la vez desde y de su selva personal. Su oído interno escucha la mudez de los maderos, la lluvia que da nombre a cada cosa, lo que cuenta la serpiente y el pato que habla de amor.
No se encontrará en estos poemas un solo lugar común, algo que no es común en la poesía de hoy, de ayer y de mañana. Boccanera palpa aquello que nadie puede oír. Es un poeta valiente porque hace falta valentía para internarse en sí mismo, sin miedo a descubrirse, ni temor a ahondar las propias inseguridades y zozobras ante un mundo que no cesa de atacar al ser humano con diez mil cosas diariamente.
El poeta se explora por y para todos, y en esa exploración mueren y nacen vidas, así se convierte en hijo de su obra. Boccanera es un poeta de verdad y es un poeta de la verdad. En los libros Vedas se lee que cuando la palabra es tocada por la poesía, se convierte en verdad. Siempre hay sordos a la verdad de la poesía, pero esos están sordos a cualquier verdad.
La mejor definición de su mester, fue acuñada por él mismo: “Mi oficio es recibir eso que vive de anunciarse”. Él no escribe sobre el pasado aunque escriba sobre el pasado, escribe lo que vendrá: “…la selva,/ vive/ de imaginar al tiempo”. No vacila en emplear palabras de las que huye horrorizada la poesía bonita: “El mosquerío y la belleza copulan en el paisaje carcomido”.
Sí, Boccanera conoce el precio de la belleza en un mundo en que el poder intenta infertilizarnos y uniformarnos a escala mundial; manufacturarnos mansos, hacer de nosotros carne de autoritarismo. Boccanera sabe que la belleza está hecha de imposibles y por eso su palabra no se limita a nombrar cosas, las modela o remodela con sangre de la imaginación vivida en carne y hueso.
Se sale de este libro con un sentimiento de profunda gratitud a su autor; quien no lo lea contrae consigo mismo una deuda enorme aunque no lo sepa. Ayuda a descubrirnos, a internarnos en nuestra propia selva, a desear que en el fondo de nosotros mismos haya una palma real que trabaje para el viento, que proclame: “En un roce de piel va toda el alma”.
Juan Gelman
Palma real
Selección de poemas
I
La selva está hecha a lápiz, punta fina
sobre papeles rotos, garabatos que se alzan en el
aire y cajitas de música y el oso perezoso.
Una lágrima verde rueda sobre la lengua del jaguar.
Tierra tatuada, selva
con la palma en el centro que en un aire de reina
despliega su penacho, su cabellera de hilos,
su serena ebriedad.
Abajo, el viento junta restos del universo.
II
Junco con el turbante desmañado y fruta
en el penacho.
La Palmera
faro del bamboleo.
bengala de cabeza reflejada en el río.
Su cabeza de pólvora ¿en qué piensa?
Arde viajando en su quietud.
Cuenta un naufragio en catedrales de hojas.
Calla una historia entre un temblor y un sueño.
Hay un niño que piensa construirla,
amarrando una estrella al extremo de un palo.
III
Desde las grietas/ se arrastra/ el verde
Edward Kamau Brathwaite
No habrá trago más fuerte que el corazón disuelto
de la selva. Hecho polvo lo guardo en los pulmones.
Va dormido, molido y en cenizas.
Hay un ángel expulsado del cielo: es el bosque.
Rueda con sus antorchas de silencio, sus pastizalesaltos,
sus martillos que trozan las verdes telarañas.
No hay más lugar que sus lugares.
Es un dios que no es nadie. Y es un dios.
IV
La rosa es una máscara,
oculta el rostro de la selva,
barro verde.
Furia que no envejece.
Como la respiración contenida de un dios.
Lo que no es selva es ruina.
V
Yo respiro la selva, no lo ves pero yo la respiro
y voy sujeto al humo de su cuerpo.
El vapor de sus nombres sube por las cañerías de
esta ciudad vieja.
Y respiro su sangre.
Aspiro la arboleda y es de un trago, con borbotones,
pelos de animal y cáscaras de fruta descompuesta.
Cosas que fueron otras se deshacen en el plateado de la noche.
Son estrellas podridas que acunan con aullidos, con un
filo vidrioso y una piedra que duele a cualquier tacto.
Vivo en esa caverna sin paredes.
Entre sus inscripciones lo enmarañado tiene rostro
y los perfumes gozan su fugacidad eterna.
También en mi noche de cemento te respiro.
Agua insolente cruza debajo de mi almohada.
VI
El pájaro trogón, capucha negra, cola de
presidiario, deja en el aire este mensaje:
“Y tú no me conoces,
y nos amamos.
Y yo no te conozco”.
VII
Encopetada la palmera, envanecida sobre un
fango de espuma.
Balbuceo en el agua de estrellas moribundas,
sargazo desteñido,
jactancia pura en cielo amotinado es esta selva,
un Narciso temblando,
duplicado en el río lustrado por la luz.
Ecos de un sueño líquido.
VIII
En la corteza de los árboles, grabo estos
pensamientos:
Cuando sonríes
se suavizan las piedras
que me aprisionan.
IX
(Copérnico)
Una nebulosa que comprende millones de
mundos y la concha segregada por cualquier
molusco marino, desafían la más mínima
tentativa de comparación. A mis ojos, sin
embargo, las dos están sometidas a la misma
ley de desarrollo en espiral.
Roger Caillois
“La selva va bordada en la imaginación’ dice el
sacerdote polaco que observa una caligrafía de
palmeras en el firmamento.
Sabe que en cada sueño hay hebras de coraje.
1543. Anota: “Revolución de las esferas”.
Todo gira alrededor del corazón de la selva, en su respiración,
en la corteza de los árboles.
Nicolás palpa las estelas donde los mayas dejaron
saltos de animales y pelambre de escamas.
Tiene cuarenta y siete años el que ve tallas en
guijarros que viajan por el cielo y esqueletos de
fósforo y picos de garceta.
1543. Escribe: Cada víscera abierta es un interrogante.
Hay quienes escupen esas manos que describen volutas.
Hay antorchas que observan de reojo las espiras celestes
y el tiempo allí, pudriéndose a sus anchas.
Teorías sospechadas, recelo contra el que sabe que la
imaginación come deseo.
Todo gira en las hojas que mastica la bestia
del anhelo sin fin.
X
La selva es lo inminente, eso que está por
desencadenarse.
Es lluvia detenida. Espuma a punto de plumaje.
Urgencia.
Estar y devenir en una misma boca.
Lo que se viene. Pronta. Y se va a desatar.
Telegramas que ruedan por el aire.
Mi oficio es recibir eso que vive de anunciarse.
Ser la rama de aquello que no se posa nunca.

Jorge Boccanera (Buenos Aires, 1952). Poeta, crítico, periodista. Entre sus libros de poesía publicados en diversos países latinoamericanos y Europa, figuran: Contraseña (1976), Música de fagot y piernas de Victoria (1979), Los ojos del pájaro quemado (1980), Polvo para morder (1986), Sordomuda (1991), Bestias en un hotel de paso (2001) y Palma Real (2008). Algunas de sus antologías personales son: Marimba (1986), Servicios de insomnio (2005), Tambor de jadeo (2009), Libro del errante (2009), Sombra de dos lugares (2009) y Cartas de nadie a nunca (2013). Obtuvo, entre otros galardones el premio Casa de las Américas (Cuba), Premio Nacional de Poesía Joven (México), Internacional de Poesía “Camaiore” (Italia), Casa de América (España), Premio Internacional de “Ramón López Velarde” (México) y Premio a la trayectoria “Rosa de Cobre”, otorgado por la Biblioteca Nacional (Argentina).
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