‘Extraño personaje de arena’, un cuento de Tomás Herrero

Foto:Holger Link. 

 

Presentamos un cuento inédito del escritor y poeta argentino Tomás Herrero que narra una dolorosa historia de amor y violencia.

 

 Extraño personaje de arena

Comían sentados en el suelo sobre una manta grande, y se miraban con ternura. Los ojos grandes y claros de Merina cautivaban a Karish.  Casi sin variación, diferentes legumbres, dátiles, cordero, rábanos que a los dos les encantaban, formaban parte de una sencilla ceremonia diaria. Los dos trabajaban juntos en el mismo comercio de telas en el centro de Halabja, ciudad kurda en territorio de Iraq. Casi no se hablaban por las exigentes condiciones de trabajo, pero ambos sabían que al final del día los esperaba la íntima cena, espacio y tiempo donde la felicidad se concentraba. A la noche comían con las manos, serenos, mirando a lo lejos las montañas, y cuando se daban de comer entre sí luego hacían el amor.

Fue como una premonición. La noche anterior al suceso, Karish había notado una niebla triste en la mirada de Merina; ella solo pudo decirle que agradecía a Dios haberlo encontrado y que, al final del camino, las incertezas, los dolores, también la dicha, terminarían en el mismo hogar, su hogar. Al día siguiente, una tarde de marzo, llegó el impensado horror. Miles de kurdos fueron masacrados con gases venenosos, arrojados desde los aviones. Halabja fue devastada. Karish y Merina estuvieron muchos días al borde de la muerte. Él logró sobreponerse y se dedicó a cuidarla. Merina tenía un daño cerebral irreversible.

Después de tanta muerte, se guardan secretos. Los sobrevivientes atendían sus propios dramas, pero una noche alguien vio a Karish cavando y enterrando un bulto. Todos los vecinos sobrevivientes del ataque sabían que él ocultaba, o había enterrado, el cuerpo de su mujer, pero Karish afirmaba que Merina estaba en un lugar oscuro de la casa para preservar su salud nerviosa y que él seguía cuidándola.  Karish no se desplazaba más allá de la entrada. Permanecía solo, quieto con su latido y la memoria sagrada del lugar. No miraba el cielo azul intenso ni el paso de las lejanas caravanas, su mirada se dirigía hacia adentro. Saludaba si lo saludaban, no se movía del umbral. Los pocos chicos que corrían en las calles del desolado pueblo jugaban a tirarle piedritas. Karish dormía boca abajo y, a veces, levantaba la cabeza para respirar mejor porque el polvillo le entraba en la nariz. Comenzó a percibir lo más insignificante, los detalles ínfimos, las vibraciones sutiles de lo que yacía bajo él.

Decidió plantar una semilla de rábano y cuidó que tuviera suficiente humedad.  Se alimentaba de gusanos y otros insectos que descubría entre los guijarros. Después de un tiempo ninguna forma viva que se arrastrara se le escapaba, más aún, podía ver los inapreciables cambios de estructura, el simple rozamiento de los elementos del suelo. Pudo detectar el desarrollo completo de la planta y, de esa forma, aprovechó para sacar, en su mejor momento, el bulbo del rábano.  Lo comía solamente de noche; decía que era así por Merina, aunque nadie la podía ver o visitar.  El día de su cumpleaños se reunieron los vecinos en su puerta, Karish permanecía impasible, sin hablar; después de un largo rato, confesó: Merina está bajo tierra, ella me espera.  No dijo otra cosa, todos se retiraron pensando que hablaba en sentido figurado.

Karish conocía con capacidad milimétrica el presente mineral de su hogar de tres por tres. Con la cara contra el suelo, arrastrando su cuerpo por la reducida parcela de guijarros, pronunciaba todo el tiempo palabras inaudibles. Para él era inútil incorporarse. El calor de soles infatigables no era lo que más lo afectaba, sufría por no poder concretar más rápido su anhelo. Karish se preocupaba por entrenarse en la percepción visual y táctil del mundo inorgánico subyacente. Se vendaba los ojos con unos harapos que le sobraban y hundía sus manos en el suelo para concentrarse en la palpación de la materia.

Esta búsqueda era indeclinable, no le importaba otra cosa. Los pocos que lo veían encontraban muchas veces su cara cubierta de polvo, como si metiera su cabeza bajo la tierra, y creían que también a él le habían afectado los gases tóxicos.

Pasó el invierno. Se podría decir que Karish aguarda paciente, quizá se debería afirmar que solo piensa en eso, y, además, que no soporta su cuerpo. Un cuerpo que reclama otro destino y claramente no es estar de pie o admirar los cielos. En el crepúsculo, se inclina para adorar, maldecir, suplicar. El resto del día, aletargado, Karish deja que la dureza de los recuerdos, fluidos de diamantes, lo impregnen. Eso lo ilumina, lastima, empuja su obsesión.

Karish quieto, entre sueños, envidia la raíz del rábano que se adentra con sus brotes en la tierra, cuando ve a trasluz a dos hombres que lo observan. Hablan entre ellos, parece que están tramando algo, no entiende lo que dicen. Entran y se ponen a revisar el lugar, revuelven, patean el pedregullo, buscan comida. Se dirigen a la planta de rábano, Karish se abalanza sobre ella para protegerla gritando ¡no, nuestra cena! Ellos lo sacuden y golpean preguntando. Él no comprende, mira al suelo y solo repite ella me espera, ella me espera. Lo vapulean. Siguen los golpes cuando Karish sonríe en medio de los gritos y las amenazas. Luego la hoja filosa del cuchillo se desliza por su cuello abriendo la herida.  El fluido brillante colorea rápido el suelo ocre. Karish continua sonriendo, admirado por las formas globulares de la sangre que se introduce entre los guijarros. Los hombres lo escuchan decir muy débil ahora sí. No aparta los ojos de los charcos, que se forman y desaparecen en el suelo, acariciando la piedra que los recibe. Los maleantes, arrancan el rábano ensangrentado, y de pie, con el cuchillo goteando, esperan el desenlace, el fin de este extraño personaje de arena.  Lo último que ellos ven es un hombre mimetizado con el suelo, pálido, pero radiante, sereno, casi extasiado, que aguarda la penetración, quizá necesaria, de su sangre en la tierra.


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Foto: Frank Yeiznd.

Tomás Herrero nació en París, Francia, en 1956.  Es hijo de padres argentinos, tiene nacionalidad argentina. Ha vivido siempre en Buenos Aires. Es poeta y cuentista. Estudió Medicina y se especializó en Alergia e Inmunología Clínica en la Universidad de Buenos Aires. Ha publicado el libro de poesía Trébol de Cielo y Tierra en 2017, en formato digital e-book de Kindle, Amazon. En 2018 obtuvo el primer premio en poesía y primera mención en cuento en el concurso Nuestros socios escriben XXIX del Club Naútico San Isidro. Sus cuentos y poemas han sido semifinalistas en concursos como Yo Te Cuento Buenos Aires y Concurso Internacional de Microrrelatos.

 

Literariedad

Asumimos la literatura y el arte como caminos, lugares de encuentro y desencuentro. #ApuntesDeCaminante. ISSN: 2462-893X.

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