… para encender la tarde

Foto: Una vida en una noche, de Albeiro Montoya Guiral (Buenos Aires Poetry, 2018).

De Nicanor Parra, Roberto Bolaño sentenció que escribía como si supiera que lo iban a electrocutar al día siguiente. También Bolaño, en una entrevista malísima, ante la lectura de unos versos de Gabriela Mistral, señaló, de manera dramática, que solo podía quedarse con uno de los dos del final[1] y, como tenía sus problemas discutiendo la idea de patria para el poeta, tomó esos versos para declarar que la patria del escritor es la infancia.

Hay una fotografía de Albeiro Montoya Guiral que me legó el azar. Se trata de una de esas instantáneas que solían tomarle a los niños de antaño en los colegios. La niña o el niño aparece sentado tras un escritorio haciendo que escribe o que estudia (jamás lo hace, siempre hace como que hace). Sobre el escritorio, un invariable cuaderno impoluto y una plaquita con el nombre del infante y el del colegio. En el fondo de la imagen se ve la bandera del país y la del departamento o la de la institución educativa.

De la foto de Montoya Guiral, me interesa la mirada. Albeiro, en su país de la infancia, mira al frente. La expresión de los ojos, el gesto del rostro, la inclinación de la cabeza entre los hombros, que sutilmente suben, es de miedo. El niño Albeiro luce no como si le fotografiaran, sino como si le fueran a pegar un tiro. El instante definitivo del que hablara Cartier Bresson al oprimir el obturador está allí cifrado: el momento preciso en el que se resume la escritura toda de Albeiro Montoya. Muere el niño, nace el poeta.

Tras leer Una vida en una noche[2], entendí que Albeiro también escribe como si no hubiera mañana. Con el entendimiento de quien ve que los márgenes de la vida se recortan de forma inexorable y perentoria.

La mirada del niño:

El verano

La tierra es un perro amarillo
que duerme a la sombra de un naranjo.
Las mujeres le llevan agua robada
en la noche de un secreto yacimiento,
pero él, indiferente, duerme el sueño del sopor.
Un pájaro de luto vuela en círculo
mientras lo espera ver morir.

Si yo no fuera niño
saldría de esta humedad donde me enterraron
para espantarle las moscas,
para espantarle la muerte al verano.

La mirada del caminante:

Naturaleza muerta

La muerte puede ser un sombrero blanco
sobre nuestros mejores libros,
un vestido sin estrenar,
un par de camisas a rayas que huelen a café,
una mujer venteando un fogón para encender la tarde.

Pero no,
soy yo
tan solo,
barriendo imágenes
en la oquedad de este instante.

Como Robert Walser, Montoya Guiral transita los caminos callado, apercibiéndose de que la entraña del mundo es el imperio de la poesía.

Acaso, no Albeiro, pero sí nosotros, quienes nos internamos en sus versos, queramos, como Walser asegura en “El paseo”, estar muertos allí y ser enterrados sin llamar la atención en la fresca tierra del bosque de su poesía. Porque, en este reino de cabrones, la escritura de Albeiro se quiere levantar reposada y violenta, y quiere atestiguar que, por aquí, contra todo pronóstico, ante el hastío histórico, ante las fuerzas que buscan la aniquilación –precisamente en este momento por el que pasamos– y ante tanto poeta y quinceañera que solo busca su presentación en sociedad[3], hay poetas poetas.

Notas:

[1] De Saudade en Tala, el poema en cuestión: “País de la ausencia”. Aquí los versos:

País de la ausencia,
extraño país,
más ligero que ángel
y seña sutil,
color de alga muerta,
color de neblí,
con edad de siempre,
sin edad feliz.

[2] Una vida en una noche. Montoya Guiral, Albeiro. Editorial Buenos Aires Poetry, Argentina, 2018.

[3] Las palabras se las usurpo a Jaime Sabines: “Estoy harto de los poetas y de las quinceañeras. Siempre están ensayando su vals de presentación en sociedad”.

Roberto Segrov

Roberto Segrov nace en Bogotá queriendo haber nacido en Estridentópolis. Escribe poesía, narrativa, traduce la obra de los poetas que más lo trasnochan y dicta clases de literatura en varias universidades de la capital colombiana, también es oficinista, lo anterior, todo en ese orden. Ha publicado los libros de poesía Formas de romper las olas (Buenos Aires Poetry, 2018), Tríptico lunar (SaintNeve, 2019) y Estudios para el intento de ciertas pesadillas (Editorial Pie de Monte, 2019), así como el libro de relatos Un crepúsculo que no termina (Ediciones Camelot, 2019).

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