El poeta debe tenderle su garra a la humanidad

Foto: Chih Chen.

Una carta al poeta en retiro Darío Sarago, fundador y autor del único manifiesto del movimiento del Importantismo.

 

No crea, Darío, que no me di cuenta de que procura usted disolver, como lo quiso hacer Agamben, esa proverbial dicotomía entre nuda vida y forma de vida, es decir, entre zoé y bíos, tan clara para Platón y Aristóteles[1] y tan impenetrable para la filosofía contemporánea. Hablo, cómo no, Darío, de la filosofía política de raíz foucaultiana, ¿verdad?

Pero, al contrario del pobre Agamben, usted no se empeñó en buscar una vía de hecho para la filosofía porque diluyó la carga de esa oposición, no sé si tendiendo un puente prosódico o derruyendo el logos por medio de la voz, anulando toda acción a través del canto.

Comprendo que usted postula, así, una tercera senda: nada es poco o mucho cuando es lo suficiente[2], lo cual nos lleva a pensar en la renuncia como forma de disidencia; se niega a una militancia o a una praxis de la  bíos politikós para, por vías de la versificación, acaso al estilo Bartleby, acaso a la manera de Kafka, acaso con la incandescencia de Rimbaud, o muy en clave de Gaspar Brontes[3], trazar el linaje del continuo adiós, de la despedida constante.

Usted escribe en La fiebre de los cerdos, en un poema titulado «Lucrecio»:

Plancton y poma son solo otras teorías.
Tan válidas y erróneas como tú, sustancia,
y como lo demás, sustancia.
Afirmo que los dogmas son solo ilusiones
que al querer prenderles fuego tendrás que inmolarte
pues no hay nada que no lleve dentro
la médula del misterio.

y añade o remata, si así lo prefiere, y sé que así lo prefiere, con un verso de “En la mesa de un café” que es como un martillazo en el meñique:

…Mi mirada y tu
mirada, como un baile entre abismos.

La tradición del pensamiento occidental, del logos, de la perorata de las ideas, de ese esfuerzo de la comprensión se licúa en un instante. Porque esa garra que el poeta adelanta al resto del género humano, esa monstruosidad, es el misterio desnudo en el que habitamos. Todo, para dejarle hablar a usted, se encuentra cautivo de su brevedad y de su íntima calamidad:

Sueños

En la oscuridad de la noche,
al mayor brillo de la insignificancia,
se fugan visiones como de una
cárcel.
Finalmente, de un puente levantado al alba
saltan sueños arruinados.

El tenso arco de su poesía pare una criatura que, en tanto nace y se retuerce, se priva de toda visión porque acude a otra sensibilidad, aquella que reposa o aguarda, o acecha, usted elija, en lo antediluviano, esa recóndita pulsión que nos anida en lo hondo de los barrancos que somos y que, llegado el momento crucial, pongamos, la anagnórisis, el satori, el nirvana, el orgasmo, el sinthome, la epifanía, nos hace dudar o nos presenta, en toda su gloria, el panorama del abismo, convirtiéndose en el negativo de la revelación:

Un deber

Cuando nos encontremos felices, debemos sentir que hemos
traicionado al dolor, así, cuando suframos, sabremos que
estamos cumpliendo un deber.

Porque, claro, la vida es un trabajo, una labor, una imposición harto intranquila e inoportuna. Un infierno sin temperatura[4].

En contravía del pensamiento progresista (y de tanta palabra amañada y frase hecha, en antinomia a tanta eugenesia y malparidez del ser humano, de esa especie enclenque y destructiva) esboza usted un desdén hacia el futuro; le retira la máscara y lo señala tal como es:

El futuro depara recuerdos, y los recuerdos
réplicas.

Soslayada la reductiva infamia de oponer la vida a la vida, como si la vida toda no contuviera la vida y sus límites, ¿qué nos queda sino la poesía, Darío?, sugiere usted en “De profundis”:

Alguna vez volveré a las noches del campo, para
escuchar la cátedra del río, acompañada de música
salvaje, y vendrán conmigo las cosas buenas y malas,
tomadas de la mano.

y la derivación hacia un callado camino por el cual retirarse umbroso, no en busca de nada, solo por o en pos del sencillo gusto de caminar, de andar, de perderse como tanto errante para el que la morada es la carretera del descampado:

Casi todos siempre han tenido una voz en la cabeza, yo he
tenido una persona de
cuerpo entero. Volveré a mis deberes.
Soy conserje de la nada, donde los poetas, jóvenes y antiguos, consultan su estupidez.

“El vuelo” y “La mañana”, dos de sus poemas, pueden bien ser, si todo lo anterior no lo es, la síntesis, el canto que se levanta y cae fulminado, pero que en ese efímero piar coagula la melodía y la transforma en exclamación, en gruñido, en algo parecido al símbolo seminal que oscila entre deseo y misterio, entre la ronca alabanza y la insurgente parodia del pensamiento, del esquema incoloro del sapiens sapiens:

El vuelo

Dios es al hombre lo que el viento a las alas
y la razón es al hombre lo que el plumaje a las alas
Sin embargo hace falta reconocer el vuelo que nombra
al cielo, pues al pájaro nadie lo sepulta nunca.

La mañana

Cuando menos lo espero
como un tigre
el sol salta sobre mí.
Rasga mis ojos y mis sábanas
con su pata de fiebre.
Yo le explico que soy poeta,
que estoy borracho y triste,
que hoy voy a trabajar durmiendo
-pues el bardo es socio del sueño-,
y de un golpe a la celosía lo privo.

Su pregunta, su propuesta y su respuesta, como lo aconseja Camus, como lo son para Constantino Cavafis en “Che fece… Il gran rifiuto” es: ¡NO!

 

 

***

[1] Quienes comprendían, retóricamente, las filosas aristas que unían el reverso, el anverso y el borde de una misma moneda (las bíos theoretikós, bíos apolaustikós y bíos politikós) a la proyección de su sombra en la zoé.

[2] El axioma lo tomo de una entrevista que aparece en: https://www.las2orillas.co/un-escritor-se-despide/

[3] Brontes fue un poeta y narrador, cuya producción pasó inadvertida para el estamento literario de su momento en América Latina. Su carácter y obra se emparentan con los de Macedonio Fernández. En Colombia se le quiere nombrar entre los Panidas.

[4] Le usurpo el verso para cerrar el párrafo, sin parafraseo o concesión, solo a modo de coincidencia.

Roberto Segrov

Roberto Segrov nace en Bogotá queriendo haber nacido en Estridentópolis. Escribe poesía, narrativa, traduce la obra de los poetas que más lo trasnochan y dicta clases de literatura en varias universidades de la capital colombiana, también es oficinista, lo anterior, todo en ese orden. Ha publicado los libros de poesía Formas de romper las olas (Buenos Aires Poetry, 2018), Tríptico lunar (SaintNeve, 2019) y Estudios para el intento de ciertas pesadillas (Editorial Pie de Monte, 2019), así como el libro de relatos Un crepúsculo que no termina (Ediciones Camelot, 2019).

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