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Para María Alejandra Barrios (Barranquilla, 1992), escribir es comprender los mecanismos de lo desconocido. Quizá por eso escribe prácticamente en inglés, una lengua que ha hecho propia a fuerza de estudio. Y la usa, desde la distancia, para acercarse a sus orígenes. Los personajes de sus cuentos son latinos que viven en una Nueva York hecha a la medida de sus fantasías: traficantes de drogas, eventos paranormales y santería caribeña se mezclan en una ciudad aparentemente hostil.
Su obra ha sido publicada en las revistas Cosmonauts Avenue, Reservoir Journal y Hobart, y en las antologías The Manchester Anthology (2016), La Pluma y La tinta New Voices Anthology (2018) y The Out of Many Anthology (2018). En 2016 el Bare Fiction Prize le otorgó una mención especial por el cuento “Luna”. Su relato “La hijueputa luz del amor”, en español, puede leerse en Revista Corónica.
¿Cómo fue tu primer contacto con la literatura?
No fui muy buena lectora sino hasta que entré a la universidad. Mamá, cuando me iba mal en el colegio —algo que era frecuente—, me castigaba obligándome a leer libros. Me dio a leer Lolita, de Nabokov, un libro que a los quince años me pareció una locura por a rebeldía de la protagonista, aunque hoy opino diferente. También recuerdo Opio en las nubes, de Rafael Chaparro Madiedo, y la obra de Andrés Caicedo. Cuando tenía quince años tuve una profesora de inglés que me enseñó mucha literatura en ese idioma. Leímos a Truman Capote, Patricia Highsmith y Paul Auster, y comencé a disfrutar mucho leer en inglés. También escribí mis primeros cuentos, los subía a MySpace e interactuaba con personas a las que les gustaban mis eschitos. Todo eso me entusiasmó.
¿Queda algo de esos años?
En ese entonces no tenía dudas, escribía los cuentos de un tirón y los subía a MySpace. Eran cuentos muy locos, fantásticos, algunos nada más diálogos. Esa confianza que tenía me permitía licencias que hoy no me doy, ahora soy más dura conmigo misma. Sigo escribiendo los cuentos de una sentada, y la fantasía de la niñez se convirtió en guiños a lo fantástico que aún conservo en mis cuentos. Escribí, por ejemplo, un cuento sobre una mujer que le crece el pelo muy rápido mientras su madre, que tiene cáncer, lo va perdiendo.

Te fuiste muy joven de Barranquilla.
Me fui a estudiar a Bogotá buscando un poco de independencia de mi familia. Empecé ciencias políticas en la Universidad de Los Andes, en parte animada por la Ola Verde (2010), pero la carrera era demasiado teórica y eso no me lo esperaba. Un semestre después me pasé a historia, la elegí más por desesperación pero no me arrepiento. Pasé los cuatro años de la carrera estudiando literatura de forma un tanto autodidacta: aprovechaba las clases para investigar temas como la Generación perdida y tomaba cursos extra sobre literatura; sin embargo, no escribí mucha ficción en esos años, empezaba muchos cuentos pero no los terminaba.
¿Por qué estudiar después creación literaria?
La literatura seguía siendo una fantasía. Recordaba mis años de bachillerato, los cuentos que escribí en ese entonces, pero no pensaba en dedicarme a escribir. Poco antes de graduarme, una amiga me contó que pensaba aplicar a una maestría en escritura creativa. Yo ni sabía que eso podía estudiarse, y se me ocurrió intentarlo también. Me conseguí una universidad en Manchester que ofrecía el programa, apliqué y me fui. La maestría era en inglés, y yo jamás había escrito en ese idioma, incluso escribí un cuento para poder aplicar. En Manchester comencé escribiendo relatos de amor muy parecidos a los de la adolescencia, pero poco después exploré otro tipo de narrativa. Leí a Junot Díaz y Julia Álvarez y empecé a escribir en primera persona. En 2016 comencé un libro de cuentos que estoy a punto de terminar.
Se cuestiona mucho la utilidad de estos estudios. ¿Qué piensas al respecto?
Tengo sentimientos encontrados. Siento que es muy bueno si se ve como un año de tiempo que se compra para escribir y estudiar; lo malo es que los estudiantes podemos terminar escribiendo parecido. Y claro, uno cree que al graduarse sabe mucho pero qué va, se trata de leer, escribir y reescribir hasta encontrar una voz. Estudiar creación literaria es apenas un paso, y no creo que sea un paso necesario para todo el mundo.
También has hecho varias residencias artísticas. ¿Cómo llegaste a ellas?
A principios de 2017 regresé a Barranquilla. Dicté clases de historia e inglés en la Universidad del Norte, lo que fue para mí un aprendizaje acelerado. Ese año no escribí para intentar aprender a ser profesora. Un día de octubre, aburrida de ser docente, vi un anuncio sobre una residencia literaria en Nueva York, Estados Unidos. No sabía qué era eso, pero leí que ofrecían una estadía para escribir y me gustó la idea. Apliqué con un cuento llamado “Luna”, con el que había ganado una mención especial en Inglaterra. Un mes después me informaron que había sido seleccionada. Renuncié a mi trabajo como profesora y me fui a Nueva York; en la residencia retomé en libro de cuentos. Al año siguiente apliqué a otra residencia, esta vez en Vermont, donde estuve otro mes trabajando en esas historias.
¿De qué trata el libro de cuentos?
Se llama Hoops (Aros) y son cuentos que giran en torno a Nueva York. Es en inglés, el idioma que leo y estudio. Escribir en inglés es para mí una forma de estudiar el idioma. Me ha gustado experimentar con un idioma que no es el mío, usarlo para darle ritmo a los cuentos. Sin embargo, mis historias tienen referencias y palabras en español, en un intento de integrar los dos mundos que habito.