A puro dolor

Foto: Chih Chen.

 

Advertencia: a todos mis seres queridos que lean esto, no se alarmen ni se espanten, yo estoy bien, estoy aprendiendo a ser adulta, que no es cualquier cosa, ni tarea sencilla.

Tengo algo que escribir sobre la soledad pero todavía no sé exactamente qué es lo que tengo que escribir. Voy a empezar a escribir a lo loco, a ver si me sale algo. Pienso mucho sobre la soledad últimamente. Llevo 25 años aprendiendo a estar sola. Recientemente me siento muy sola. No tengo muchos amigos en Puerto Rico. Esto ha sido difícil pues llevo casi 3 años de regreso, viviendo acá. Tuve amigos cuando crecí aquí, hasta los 18 o 19 años, o sea, hasta que me fui a estudiar a Chicago. Luego, por ciertas distancias de la vida, se me hizo difícil mantener esas amistades. He tratado de recuperar algunas, pero no se me ha hecho fácil. No lo he logrado. Hace algunos meses tuve amigos nuevos. Ya no estoy segura si todavía los tengo. Hoy sólo sé que tengo gente conocida que si les llamo y les digo que estoy en una situación difícil, vendrían a ayudarme, pero si no fuera por eso, nunca los vería. Esos no son amigos, ¿o sí? También tengo amigas en el trabajo, ésas son las más chulas. Me hacen reír tanto y me escuchan y yo las escucho a ellas, pero somos de generaciones distintas, y no es lo mismo, ¿o sí? Yo podría ser su hija, y ya ellas tienen sus vidas, sus familias, sus amigos. Yo a penas comienzo con lo mío. Me parece que todo el mundo anda en lo suyo, y yo medio que ando en lo mío también, pero sintiéndome sola. Carezco de la certeza que proyectan otros. Eso sí, mi papá es el amigo más cercano que tengo. Hablamos de historia, cultura y política; de nuestros ideales y nuestros principios; también compartimos alegrías, proyectos, ideas, anécdotas y preocupaciones.

Escribir esto me pone muy triste porque sé que en septiembre me regresaré a vivir a Chicago y extrañaré mucho a mi mejor amigo, who happens to be my father. Ya estoy llorando mientras escribo. Todavía no he dicho nada muy original o sublime, en realidad no sé para dónde va este escrito. Pero el dolor con el que escribo es grande y es adulto. Esta soledad que siento es la seguridad de que uno se muere solo y de que estoy sola en el mundo. Es la soledad del adulto que ya no ve a sus padres como rocas inquebrantables. Una soledad que es joven y nueva ahora mismo, pero que se quedará conmigo hasta el final. Ya no hay marcha atrás. Este vacío llegó para quedarse. ¿Qué hacen los adultos cuando empiezan a vivir con esta soledad? Nadie nos enseña a vivir con ella. Nadie sabe realmente cómo se vive con esto, más que viviendo. Esto se aprende a puro dolor, como decía una canción que pegó en el año 2000. Entonces, quizás los músicos y los poetas sí sepan cómo vivir con esto. Yo creo que te mueres sin saber si de verdad aprendiste a vivir con el dolor. Te mueres con esa incertidumbre: si viviste bien o no. Conozco gente que me diría que busque de Dios, que si creyera firmemente, no me sentiría tan sola y mi vida tuviese un norte fijo. Ojalá pudiera creer firmemente, les adelanto. Sólo creo firmemente en el Amor, porque lo he vivido, sé que existe. Por ahora, para no sentirme tan sola, tengo el trabajo, los ejercicios, la escritura, la lectura, la música, el cine, la televisión y las conversaciones con algunos amigos. Pero ya entiendo por qué la canción pegó tanto en el 2000, porque su mensaje es eterno: a muchos adultos del 2000, como me pasa a mí recientemente, las noches le sabían a puro dolor. De hecho, las canciones con mensajes eternos son las que más me han enseñado a vivir con este dolor incierto. Por ejemplo, desde que escuché por vez primera, la canción “Alma mía” de María Grever, he estado clara de que ésa es la canción de amor más bella, pero esta convicción ya es tela para otro escrito, íntimamente relacionado a éste, pero quizás, bueno, en realidad aún no lo veo muy claro, quizás, ése próximo escrito sea uno más esperanzador.

Ya me voy, me despido, cantando, como me gusta vivir. Ahorita les canto:

Y a veces me pregunto, ¿qué pasaría?
si yo encontrara un alma, como la mía.

Adaline Torres Feliciano

(San Juan, 1994) Colecciono letras de canciones, tweets, fotos borrosas de ciudades, postales, paseos por plazas de mercado, ataques de ansiedad y despedidas. Escribo pa' no llorar.