Selección de poemas a la lluvia

Imagen: Casey Horner.

¿Quién puede definir la lluvia, explicar de qué se trata, trazar sus límites, delinear la esencia oculta en su misterio, adentrarse en las claves de su ser? ¿Qué es la lluvia? Dejemos que cada poeta de esta selección nos responda, pues ya han comenzado a caer, de nuevo, las primeras gotas.

 

 

Hace apenas días

Hugo Mujica

Hace apenas días murió mi padre,
hace apenas tanto.

Cayó sin peso,
como los párpados al llegar
la noche o una hoja
cuando el viento no arranca, acuna.

Hoy no es como otras lluvias
hoy llueve por vez primera
sobre el mármol de su tumba.

Bajo cada lluvia
podría ser yo quien yace, ahora lo sé,
ahora que he muerto en otro.

 

 

Llueve

Vicente Aleixandre

En esta tarde llueve, y llueve pura
tu imagen. En mi recuerdo el día se abre. Entraste.
No oigo. La memoria me da tu imagen sólo.
Sólo tu beso o lluvia cae en recuerdo.
Llueve tu voz, y llueve el beso triste,
el beso hondo,
beso mojado en lluvia. El labio es húmedo.
Húmedo de recuerdo el beso llora
desde unos cielos grises
delicados.
Llueve tu amor mojando mi memoria
y cae y cae. El beso
al hondo cae. Y gris aún cae
la lluvia.

 

 

Apalabrar

José Manuel Arango

Pero al niño ciego le dicen ésta es la lluvia
y él la acepta en el dorso de la mano
y le dicen éste es el azulejo
y él pasa suavemente las yemas por el cuello
corvo
Lluvia, azulejo: nombres
para las perplejidades del niño
ciego

 

 

El arca

Wislawa Szymborska

Empieza una lluvia prolongada.
¡Al arca!, porque ¿dónde, si no, se van a meter?:
poemas para una sola voz,
éxtasis privados,
innecesarios talentos,
curiosidad superflua,
tristezas y temores de corto alcance,
ganas de ver las cosas desde seis lados.
Los ríos crecen y se desbordan.
¡Al arca!: claroscuros y semitonos,
caprichos, ornamentos y detalles,
excepciones tontas,
signos olvidados,
innumerables variedades del gris,
juego para el juego,
y lágrimas de la sonrisa.
Hasta donde alcanza la vista, todo es agua y un horizonte borroso.
¡Al arca!: proyectos para un futuro lejano,
alegría de las diferencias,
admiración de los mejores,
elección no reducida a uno de los dos,
anticuados escrúpulos,
tiempo para pensarlo
y fe en que todo esto
pueda un día aún ser útil.
En consideración a los niños
que seguimos siendo,
los cuentos de hadas terminan bien.
Aquí tampoco puede haber ningún otro final.
Cesará la lluvia,
bajarán las olas,
sobre el despejado cielo
se descorrerán las nubes
y serán de nuevo
como deben ser las nubes sobre todo el mundo:
elevadas y frívolas,
semejantes
a felices islas,
borreguitos,
coliflores,
y pañales
secándose al sol.

 

 

Desayuno

Jacques Prévert

Echó el café
En la taza
Echó leche
En la taza de café
Echó azúcar
En el café con leche
Con la cucharilla
Lo removió
Bebió el café con leche
Dejó la taza
Sin hablarme
Encendió
Un cigarrillo
Hizo aros
Con el humo
Echó la ceniza
En el cenicero
Sin hablarme
Sin mirarme
Se levantó
Se puso
El sombrero
Se puso
La capa de lluvia
Porque llovía
Y se fue
Bajo la lluvia
Sin una palabra
Sin mirarme
Y yo tomé
Mi rostro entre las manos
Y lloré

 

 

LXXVII

César Vallejo

Graniza tanto, como para que yo recuerde
y acreciente las perlas
que he recogido del hocico mismo
de cada tempestad.

No se vaya a secar esta lluvia.
A menos que me fuese dado
caer ahora para ella, o que me enterrasen
mojado en el agua
que surtiera de todos los fuegos.

¿Hasta dónde me alcanzará esta lluvia?
Temo me quede con algún flanco seco;
temo que ella se vaya, sin haberme probado
en las sequías de increíbles cuerdas vocales,
por las que,
para dar armonía,
hay siempre que subir ¡nunca bajar!
¿No subimos acaso para abajo?

Canta, lluvia, en la costa aún sin mar!

 

 

II

Vicente Quirarte

Guardados del diluvio
en dinteles de la ciudad antigua,
mi madre nos decía: «Esos truenos lejanos
anuncian que ya se va la lluvia».
En su caricia, su forma de decirnos
que lo peor terminaba.
Mamá se llama Luz,
desnuda de María,
Luz poderosa y blanca y siempre niña.
Cómo poner en duda sus palabras,
si en mi carne se llama Luz de Mayo
y nació en el mes de la lluvia.
En las calles mojadas,
-perfume de tierra estéril, pero nuestra-,
todo era de nuevo bautizado:
el agua corregía
el dibujo de cúpulas y torres,
encharcaba jardines, penetraba
como caricia sabia, profunda, permanente.

Así nos iba hablando
sobre los temporales de su tierra,
cuando en Silao, de niñas,
sus hermanas con ella
recitaban a coro La Magnífica,
oración contra el trueno,
preludio de sus brincos sobre los charcos.

¿Te acuerdas, Luz de Mayo,
de tu gesto inocente al hacer la diablura
de meterte en la cola de los cisnes,
serena como los condenados o los santos,
para que a todos nos bañara
ese chorro de luz, tan alimento
como el café con leche de los chinos?

He querido ser fiel a la manera
en que guiaste el rebaño.
No aprendo todavía
a ganar mansamente.
Se alzan en mi contra los amargos
aletazos del ángel ceniciento,
malguardián de tu esposo.

Hoy que los temporales
son, con los años, más violentos
(siempre se nace a todo, nadie aprende),
me gusta ver la lluvia batirse en retirada,
cuando el cielo lavado
anuncia que el demonio apacigua.
Entonces, aunque te encuentres lejos,
entiendo tu caricia y tus palabras
para enfrentar la calle,
donde tu luz de mayo pastorea
más tardes de lluvia,
pero también las otras.

 

 

X: 24

Roberto Juarroz

Los diferentes ángulos de la lluvia
nos distraen de la más íntima
naturaleza de la lluvia:
caer siempre perpendicular a algo.

Así a veces cae perpendicular al corazón,
pero el corazón tiene miedo
y escapa de todas las perpendiculares.
Otras veces cae perpendicular a los muertos,
pero los muertos ya no aciertan ninguna geometría.
Y otras veces cae perpendicular a la noche,
pero la noche la abraza como un surtidor por todas partes.

Sin embargo la perpendicular de la lluvia,
para cumplir su llamado,
no necesita ni siquiera una línea,
sino tan sólo un punto donde poder caer
y hundirse plenamente.

 

 

Llueve en silencio, que esta lluvia…

Fernando Pessoa

Llueve en silencio, que esta lluvia es muda
y no hace ruido sino con sosiego.
El cielo duerme. Cuando el alma es viuda
de algo que ignora, el sentimiento es ciego.
Llueve. De mí (de este que soy) reniego…

Tan dulce es esta lluvia de escuchar
(no parece de nubes) que parece
que no es lluvia, mas sólo un susurrar
que a sí mismo se olvida cuando crece.
Llueve. Nada apetece…

No pasa el viento, cielo no hay que sienta.
Llueve lejana e indistintamente,
como una cosa cierta que nos mienta,
como un deseo grande que nos miente.
Llueve. Nada en mí siente…

 

 

La lluvia

Jorge Luis Borges

Bruscamente la tarde se ha aclarado
Porque ya cae la lluvia minuciosa.
Cae o cayó. La lluvia es una cosa
Que sin duda sucede en el pasado.

Quien la oye caer ha recobrado
El tiempo en que la suerte venturosa
Le reveló una flor llamada rosa
Y el curioso color del colorado.

Esta lluvia que ciega los cristales
Alegrará en perdidos arrabales
Las negras uvas de una parra en cierto

Patio que ya no existe. La mojada
Tarde me trae la voz, la voz deseada,
De mi padre que vuelve y que no ha muerto.

Lee aquí toda nuestra edición de junio.

Literariedad

Asumimos la literatura y el arte como caminos, lugares de encuentro y desencuentro. #ApuntesDeCaminante. ISSN: 2462-893X.

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