La familia

Imagen: Diane Meyer.

 

Nos taladran en el cerebro que las relaciones de sangre son para siempre. Que cuando no te queda más nadie, se supone que tu familia siempre queda para sostenerte. O sea: que por compartir ciertos genes, la conexión es innegable e imborrable y por ende, perenne.

Ya no creo tanto en eso.

Los genes estarán científicamente relacionados pero a veces pasa —a mí me está pasando— que la forma en que entendemos la vida se va desconectando según crecemos y nos independizamos (o no) de la visión —tan ética como improvisada— que nos inculcaron en casa. No sé si era Marx el que decía que la familia era otro invento capitalista. Probablemente. ¿Es imprescindible crecer con las nociones de que tienes un padre, una madre, un hermano, una hermana, entre otros «títulos»? La mayor parte de la humanidad ya crece con esas nociones, así que me cuesta imaginar un mundo sin esos títulos y esos roles que tanto influyen (más de lo que a veces quisieras) en la persona en la que te conviertes. Entonces comienzo a percibir a la familia en la que naces como tu primera escuela de emociones y socialización. Necesitas crecer con esa «familia» que te tocó para aprender a amar, a amar con distintas tonalidades, a amar en un espectro de amor———-al———-odio. Cuando eres niño y adolescente, la dependencia a tus padres, hermanos y otras figuras filiales, te forma, colorea e influye para que tengas las herramientas que luego, en la adultez, emplearás para desenvolverte independientemente en la vida. OK. Si me permiten, hago una pausa, me hace falta recapitular. Hasta ahora creo que he esclarecido lo siguiente: La familia que te toca es tu primera escuela. Pero como en todas las escuelas, en la familia que te toca puede haber maestros malos y maestros buenos, puede haber maestros con una carga emocional que no han atendido pero como quiera siguen siendo maestros y puede haber maestros que sí atendieron o atienden su carga emocional y aún así se atreven a ser maestros.

(La especificidad con la que escribo se debe a la realidad que actualmente vivo).

Estoy aprendiendo a ser adulta. Dentro de la larga vida de la adultez, me considero una adulta joven, todavía no sé, no he descifrado cómo es que se vive hasta la muerte con la soledad que es intrínseca a la adultez. Estoy en ello. Algo que pensé recientemente es que si cuando naciste, no tenías la potestad para elegir la familia que te tocaba, ahora en la adultez sí tienes esa potestad. Entonces, mi definición de «familia», en mi corta vida como adulta, ha cambiado. En la adultez, la familia ya no te toca, la familia ahora se escoge. Así que mi nueva definición de «familia», por ahora, es algo así: La familia que escoges es tu última escuela, así que escoge bien. ¿Y la adultez? La adultez últimamente es una pinche clase de ejercicios que nunca termina. Nadie nunca supo expresarme con candidez lo cabronamente doloroso que es crecer.

Adaline Torres Feliciano

(San Juan, 1994) Colecciono letras de canciones, tweets, fotos borrosas de ciudades, postales, paseos por plazas de mercado, ataques de ansiedad y despedidas. Escribo pa' no llorar.