Imagen:Red Dots.Yayoi Kusama (1996)
Haruki Murakami se hizo a un lugar en la narrativa contemporánea tras el éxito de Tokio Blues. Después de aquella obra que lo descubrió ha seguido una avalancha de libros que han confirmado la promesa. Carlos Cazares nos ofrece una reseña de uno de los más recientes: La muerte del comendador.
Por: Carlos Cazares*
El escritor japonés, Haruki Murakami, es superlativo en el arte de la realidad, se ha catalogado por convertir al lector en un Indiana Jones literario, ya que le invita a utilizar todos sus sentidos y a descifrar la complejidad laberíntica de sus obras. Para ello instituye un tipo de rúbrica al interior de sus libros, lo cual permite entender totalmente la narración que esté desarrollándose al interior del libro. Por eso encontramos decenas de referencias a otras lecturas o contextos en sus múltiples creaciones, que ayudan a complementar lo que se está leyendo. Esta dinámica permanece intacta en su último libro: La muerte del comendador (2018). En sus dos partes encontramos algunas pistas, que como una clave de sol, nos dicen de qué manera debemos leerla.
Este libro nos muestra a un pintor japonés que entra en crisis existencial desde el momento en que su esposa le abandona, al confesarle que lo ha estado engañando. El pintor, que era especialista en retratar, termina aislándose en una casa en las montañas del Japón. La casa perteneció a un gran artista, Tomohiko Amada, un fuerte representante de la pintura tradicional japonesa; este lugar fue ofrecido por su mejor amigo, Masahiko Amada, como manera de afrontar su actual momento y crisis. Es en este lugar donde descubre una obra escondida del pintor que vivió allí. El fresco representaba la ópera de Mozart: La muerte de don Giovanni, adaptada a un ambiente tradicional japonés del periodo Edo. Desde el momento en que el protagonista encuentra esta pintura su vida empieza a cambiar. Se dan sucesos inverosímiles dignos del teatro del absurdo.
Hay un sinfín de ideas que confrontan al lector, temáticas que pueden verse a lo largo de la obra del japonés, casi un leitmotiv recurrente en este libro y en los anteriores. En La muerte del comendador también encontramos el intelectual ensimismado que tiene como máxima el ser y no el éxito total, igual que Kafka en la orilla (2007), Crónica del pájaro que da cuerda al mundo (2001) y Sputnik mi amor (2014). Vemos también el sueño como extensión de la realidad, el trastorno de la realidad a partir de lo inverosímil. Hay referencias que vuelven a ser revisadas en La muerte del comendador, una de ellas obedece al momento en que el protagonista sueña que tiene sexo con su esposa, lo cual asemeja situaciones en los libros ya mencionados. En Kafka en la orilla, el protagonista tiene sexo con una ensoñación que representa a la mujer que lleva la biblioteca (señora Saeki) en la cual está trabajando y escondiéndose. Este libro es importante en el entendimiento de esta propuesta de interpretación de La muerte del comendador, ya que se traza el origen de lo que será uno de los puntos fuertes en la última obra de Murakami. La mujer con la que sueña el protagonista de Kafka en la orilla tuvo un prometido que fue asesinado por un grupo extremista de revolucionarios que se tomó una universidad de Tokio, al parecer le habían confundido con un revolucionario de un grupo opuesto y habían terminado torturándole y echándole a la calle como un despojo. Esto ocurre años antes del tiempo que es representado en el libro. Hecho semejante a lo que inspiró la escritura de uno de los libros insignias del escritor ruso Fiódor Dostoievski. Según Dostoievski, su libro Los demonios (1872) fue inspirado por el asesinato de un joven estudiante, Iván I. Ivánov, a manos de un grupo revolucionario socialista del que hacía parte, el cual quería deponer el gobierno zarista de mediados del siglo XIX. Este libro es clave para entender La muerte del comendador, ya que el propio protagonista menciona algunos personajes de esta obra rusa, que al final de cuentas sirve para entender parte de las ideas expuestas en el libro.
El tema central del que hablaré será la comparación entre el suicidio de uno de los personajes de Dostoievski y la travesía en la que trasciende el protagonista de Murakami en su último libro.
Primero se debe olvidar cualquier viso de racionalidad en esta última narración del escritor japonés y jugar con la lógica que propone. Al inicio de la historia en el libro 1, tenemos un cuadro que estaba escondido en un desván, en el que de repente las representaciones que están allí empiezan a cobrar vida. El comendador que está siendo asesinado en el fresco se le aparece al protagonista, al parecer porque este le liberó de su prisión, un lugar que no era sólo el desván donde estaba la pintura, sino también un hoyo que se encontraba en cercanías de la casa y que es descubierto por la intervención del personaje principal. Este hoyo a su vez es mostrado como un portal al mundo de las ideas en el que el protagonista se adentrará. Situación similar a la que se ve en Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, ya que allí, el protagonista encuentra un pozo en donde se puede traspasar la barrera de la realidad y viajar al mundo de los sueños.
La figura del comendador es la representación de una idea, que es etérea y abstracta, pero, que en ánimo de conducir al protagonista hacia una transformación existencial, toma una forma corpórea con incidencia directa en las personas que hay alrededor. La influencia de la idea es tal, que es a través de ella que la historia toma resolución (el rescate de Marie Akikawa, la salvación del protagonista, la absolución de Tomohiko Amada); las situaciones de tensión son libradas por esa representación, la cual tiene que sacrificarse para realizar un último acto.
Elegir morir como puerta al todo
El cuadro de Tomohiko Amada se construye a lo largo de la historia como una forma del autor para liberar sus demonios y gritar un trauma que lo había aquejado desde su juventud. Los personajes allí representados empiezan a cobrar vida, y se le aparecen al protagonista como una suerte de figuración de sus miedos, debilidades y deseos. En este sentido, la idea, convertida en el comendador, le proporciona información al protagonista sobre el lugar en el que está escondida Marie Akikawa, adolescente a la que le estaba haciendo un retrato, quien había sido raptada por el mundo de las ideas y la maldad que existe allí. La idea asegura que la única manera para salvarle y llegar hasta ella es matarle de la misma manera que está representada en el fresco, sin embargo, esto debe ocurrir frente a los ojos de Tomohiko Amada, creador del cuadro, quien en un último lapso de racionalidad y vitalidad debe ver cómo su cuadro ha sido descubierto e incluso traído a la realidad.
La idea elige morir como única manera de salvar a la niña atrapada en la no-realidad, ya que su sacrificio hará que el protagonista convoque al «cara larga» otro personaje del fresco, quien abre la puerta a ese otro mundo. Murakami nos muestra el dilema de la muerte por decisión propia. Un concepto que al igual que Dostoievski en Los demonios se propone como un acto de libre albedrío. Suicidarse es elección total de libertad. De esta manera, si continuamos con la visión de Camus sobre el tiempo en Dostoievski, entendemos que el hombre ha construido el tiempo como una idea, la cual se puede destruir/asesinar y así cambiar el eje de la realidad, como una película en la que su punto de partida es indescifrable.
Lo que vemos en la comparación entre Dostoievski y Murakami es que la construcción de una idea sigue siendo un acto humano, abstrayendo lo que existe alrededor, todo, en el apuro de la desmitificación de la existencia de Dios. Esta construcción se deriva hacia el concepto del tiempo y el ser humano, dueño de su propio cuerpo y esto le convierte en un Dios, uno que puede escenificar su propia vida y el tiempo alrededor. Así, cuando Murakami mata al comendador para viajar al mundo de las ideas, lo que efectúa es la destrucción del sentido de presente (tiempo), el ser humano se convierte en dueño de sí mismo al destruir el tiempo que al final es una construcción suya.
El eje central de esta comparación es la conceptualización de la idea, convirtiéndose casi que en un epifenómeno del interior del ser humano, que logra trasponer su exterioridad en el término Dios/Tiempo. Así vemos que las dos obras buscan la desmitificación del ser humano como sujeto de una influencia exterior, para convertirlo en el hacedor de su propio universo, uno que en Dostoievski está plagado por el libre albedrío y en Murakami por la destrucción de la realidad. Así, tomando las palabras de Kirilov en Los demonios, entendemos cuál es el camino a la yuxtaposición del hombre como ser y no sujeto: «Si Dios existe, todo es voluntad suya y yo no puedo salir de su voluntad. Si no, todo es voluntad mía y estoy obligado a manifestar mi albedrío» (Dostoievski, 2015).
El protagonista del libro de Murakami y Kirilov tienen en común su calidad de asesinos del tiempo. Tanto él como Kirilov buscan destruir una idea a partir de un giro en la percepción del entorno, que en Dostoievski obedece al contexto político de la Rusia Zarista y en Murakami corresponde a la deconstrucción del concepto de realidad. Le da muerte a una idea que se recrea de la manera en que es concebida, así, el personaje principal dice mientras le mata: «El comendador me había ordenado darle muerte, pero en realidad yo daba muerte a un cuerpo que no sabía de quién era» (Murakami, 2018). En esta medida el asesinato y el suicidio se convierten en acciones simbólicas que se atribuyen al pensamiento; creador de Dios y el tiempo. Murakami da un desarrollo autónomo a sus personajes, para que ellos mismos se conviertan en un ecosistema que redunda en las diatribas del protagonista, algo similar a lo que el filósofo ruso Mijaíl Bajtín mencionaba sobre Dostoievski al decir que este generaba dialogismo y polifonía en sus historias, orquestadas por una autonomía de los personajes. Dostoievski abre la puerta de una nueva realidad en la que la libertad total es alcanzable como un estado libre de moral y dependencia, en donde todo lo que existe alrededor es una creación del hombre, su propio Dios, algo que confirma Kirilov al decir: «El tiempo no es un objeto, sino una idea. Se extinguirá en el pensamiento», ya que «Cuando todo hombre alcance la felicidad, el tiempo dejará de existir, porque no será necesario» (Dostoievski, 2015).
Murakami le pide al lector adentrarse en la obra de Dostoievski para que tenga nuevas herramientas de entendimiento; el protagonista hace un guiño a ello cuando habla con el hijo de Tomohiko Amada, su mejor amigo, quien le había ofrecido la cabaña que daba origen a todo, así, la obra del escritor japonés se establece como un punto de llegada del libre albedrío cognitiva y físico del que puede contar el ser humano. Murakami invita a la destrucción del tiempo y de Dios, representado en la cotidianidad: «Traté de borrar mi existencia física para transformarme en puro pensamiento. Es la única forma de atravesar paredes de piedra y de ir a otro sitio» (Murakami, 2018). Vemos que sus libros Kafka en la Orilla, 1Q84, Crónica del pájaro que da cuerda al mundo y este último abren la puerta de desaprender el mundo actual y descubrir que la realidad de los sueños es posible, ya que al igual que el tiempo y Dios son creaciones humanas.
El libro entero es una trampa de la realidad. Lo que nos muestra Murakami es que, a lo largo de su obra, el lector ha tenido que dejar de lado la razón y de esta manera llegar a la concepción de una propia, generada por el libro mismo. El escritor japonés le está pidiendo a sus lectores que transformen su sentido de la realidad, ya que esta es generada por ellos mismos. Murakami pareciera decir que todo lo que vemos alrededor y en lo que creemos es porque queremos que sea así. El lector es su propio Dios y redentor, no solo con lo que quiera creer sobre lo que está leyendo, sino con su propio entorno del cual él es su dueño.
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Bibliografía
Murakami, Haruki. La muerte del comendador (Libros 1 y 2), Tusquet Editores, trad. Fernando Cordobés y Yoko Ogihara, 2018 y 2019.
Dostoievski, Fiódor, Los demonios, ebook, trad Fernando Otero, Titivillus edición digital, 17 de octubre de 2015.

Carlos Andrés Cazares es Comunicador social periodista, Magíster en Literatura de la Universidad Pontificia Javeriana de Bogotá. El campo de estudios en el que se ha desempeñado abarca los estudios literarios y los culturales, en torno a los usos del lenguaje en la cultura popular. Es amante de la narrativa clásica, las novelas de gran aliento y de la literatura latinoamericana.