‘Immoderata stirpis commendatio’, un cuento de Nhella Sorena

Imagen: Richard Hughes

El personaje de este cuento de Nhella Sorena* desea, con todas las fuerzas, detener el tiempo. La escritora venezolana, con un estilo poético e introspectivo, mueve los hilos de su obsesión.

Immoderata stirpis commendatio

Nhella Sorena

Las luces de los faroles se extienden calle abajo, dibujan sombras alargadas sobre el asfalto, algunos sonidos familiares acarician los oídos, las gotas huyen apresuradas de las copas de los árboles. En algún lugar, alguien derramó líquido sobre la mesa —le gritaron por hacerlo— y, más allá, alguien gritó obscenidades al teléfono.

Las sombras se alteran, algunas se mueven cada tanto, y él las observa bajo un manto de calma. En el tercer grado, Elías descubrió lo mucho que le gustaban las sombras y su función de crear siluetas, o como él les llama: «simulacros» de la realidad; se acomoda en la ventana, un olor a tierra mojada mezclado con hierba y nicotina invade el ambiente.

Las noches lluviosas le son agradables, la gente prefiere quedarse en sus casas, no hay pisadas recordándole el sonido del molesto aparato.

El farol de la calle de enfrente respira con dificultad. Elías se pregunta cuándo se dará por vencido, su luz intermitente es un molesto esfuerzo para seguir viviendo, porque Elías está convencido de que el farol respira, lo hace cada día luego de las seis de la tarde, por ello, en su ventana, las sombras no son como las demás.

Una tos seca se abre paso desde sus pulmones hasta su boca quemando todo por donde pasa. Le oprime el pecho y lo obliga a dejar la ventana. Toma el jarabe de su escritorio y bebe una cucharada con sabor a limitaciones. Echa raíces sobre la cama y cae rendido en la gravedad del mundo onírico.

Immoderata stirpis commendatio le llaman a la obsesión en latín, curioso, el deseo de Elías no tenía ni una mancha de moderación. A algunos les obsesionan las artes, la astrología, su primer amor, el sexo, otros van más allá y se obsesionan con ellos mismos. Pero, Elías tenía incrustada en su pecho una sola cosa, casi lo abrazaba con pasión la idea, la posibilidad, las ganas de detener el tiempo. Con un sistema respiratorio que no le permitía subir montañas sin morir consumido por una asfixia, temía morir en las absurdas manos del asma. Así como la luz del farol volviendo extraños sus simulacros de la realidad, sus pulmones eran intermitentes, los pasos le recordaban el sonido de los relojes, por esta razón, no había rastros de «ese aparato» en ningún lugar de su casa.

Cada día trataba de idear una manera de detener el tiempo, hurgó entre la literatura, la ciencia, la magia —blanca y negra—, y cada uno de sus intentos se convirtieron en fracasos. Y cuando fracasaba, sus ataques de tos incrementaban y su alacena se llenaba de expectorantes.

En una ocasión, subió a acostarse en el techo en medio de una tormenta, había leído en algún foro de Internet que, si un rayo caía sobre su pecho, sería inmortal, y ser inmortal era el equivalente a detener el tiempo. Como resultado de su experimento, pescó una gran gripe que se convirtió en tos, que se convirtió en asma, y luego en bronquitis. Resultado: no más experimentos con climas lluviosos.

En otra, intentó hipnotizarse para no envejecer —otro equivalente a detener, por lo menos, su tiempo—, resultado: le sumó la migraña a su cuadro clínico. Cajas de analgésicos acompañarían, a regañadientes, sus frascos de jarabe. En un acto de desesperación, intentó enamorarse: escuchó alguna vez que cuando la gente se enamora y se mira a los ojos, el tiempo se detiene. Pero, solo sintió algo parecido a las náuseas.

Aun así, no se rindió y su último experimento detuvo el tiempo, como tanto ha soñado el ser humano. Tomó una vieja cámara, se puso de pie delante de la ventana, el farol respiraba sin fuerzas y detuvo el tiempo. Esos segundos, contra toda lógica, serían suyos para siempre en la imagen de una noche lluviosa, en la que los faroles se extendían calle abajo, la misma noche que dejó de respirar.

Lee aquí toda nuestra edición de julio.


NhellaSorena, Revista Literariedad.png*Nhella Sorena (1993) Condenada a poetizar hasta la manera en que la gente se equivoca. Venezolana de las que no viven en Venezuela. Profesora de idiomas.

Literariedad

Asumimos la literatura y el arte como caminos, lugares de encuentro y desencuentro. #ApuntesDeCaminante. ISSN: 2462-893X.

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