Foto: Sara Gaviria Piedrahíta.
En nuestro dossier Paisajes: El Salvador les presentamos una selección de poemas de Erick Arévalo*. El arrabal, la noche, la hiel, el aguardiente arden en su poesía, pero también se conjura el azul centroamericano, el verde inconmensurable de San Salvador que tanta admiración le causaría a Aurelio Arturo, poeta del sur colombiano, enamorado también de la inmensidad de las hojas suaves.
Soledad de arrabal
Despertamos la noche
junto a las polillas que sedientas buscan
el resplandor del revólver.
Junto a frenéticas sanguijuelas que aprendieron a succionar
la sangre del concreto antes del amanecer.
En aguardiente se remojan las penas
para justificar el peso de lágrimas
que desgarran las mejillas con recuerdos.
Más de una noche hemos sido el animal que aúlla
con nostalgia a la luna,
más de una noche nos embriagamos lamiendo nuestras heridas.
Aguardiente y un corazón a medio respirar
es lo que resta de la última apuesta al amor
¿Quién diría que lo eterno es un nombre
atravesado en el insomnio de perros cansados?
La noche solo es noche
cuando los cuellos cabizbajos de las farolas vomitan su luz
y develan el bautismo en nombre de la soledad.
¿Cuántas noches puede seguir respirando?
Mientras, el amor se lanza por la borda
y el aguardiente inunda las arterias,
limpiando la saliva de bocas que no lograron arrancar el fruto
que florece de la tristeza.
De nada vale este invierno de sangre que hierve
desde la fiebre arraigada a mis huesos.
He nacido de vientres sin nombre
con el corazón a media máquina
consagrando mi fe entre noches y piernas
brindando con los labios a la salud de dios.
Inundando etílicamente el interior,
olvidando que las heridas respiran sumergidas bajo el dolor.
Sobre la soterrada memoria
se hacen exhumaciones de lágrimas.
La muerte saborea sus labios cuando de mi mano
resbala el cigarrillo,
acortando la distancia de nuestro beso definitivo.
¿Cuántos versos nos quedan antes que el arcabuz enmudezca La luna,
Y la pólvora y las luciérnagas
sean los últimos en apagar la noche?
¿Cuánto nos queda, aguardiente?
¿Cuánto nos queda, corazón?
Lágrima primera
Mi primer amor nació con la dulzura de la muerte enclaustrada en las venas,
nuestras manos enraizadas resguardaban el secreto del tiempo.
Echar la mirada al edén de la infancia es escuchar el oráculo
de una vida marcada por aves arrancadas de los cielos
ante el vómito de la escopeta.
Pestañas y cofres
párpados y candados
pupilas que nunca verán la erosión de mis mejillas
ante los ríos de sal.
Duerme, bajo las sábanas grises de la memoria
el sabor del grano de arena no digerido por el reloj,
donde la voz se extravía en el grito desgarrado de los años
y el diezmo de todas mis lágrimas lo acompaña una súplica inmolada en el ardor de la nostalgia.
No soy más que inviernos
desde que la dulzura de la muerte
segó la cosecha primera
en un corazón que canta la desesperanza para sí.
Un hombre camina sobre la hiel
con una niña de azúcar atravesada en el pecho…
La lluvia purifica el paladar.
Noche azul
Arde en mi pecho la voz de los desaparecidos por la noche azul,
las lágrimas de las madres se deslizan como hojas de afeitar en mi garganta,
la desesperanza de la novia recién parida,
la promesa de amor disuelta entre el resplandor de una placa dorada y sanguinolenta
que cuelga en el tórax.
Hoy soy más,
soy la impotencia temblando dentro de mi puño
harina que se aferra a las manos del panadero
grasa bajo las uñas que delata el oficio,
conjunto de versos que los dictan
inocentemente los condenados a guardar la esperanza tras los barrotes.
Ahora que la muerte habita mis entrañas
busco que los susurros cincelen pupilas en nombre de la conciencia
que la caligrafía de los atardeceres en el suburbio
trasciendan del alambrado eléctrico.
Si mañana de mi boca florece un racimo de moscas
espero que todas ellas lleven este mensaje:
Puede que caiga la lluvia
y borrare mi sangre
pero nunca
las palabras que anidaron salvación entre sus alas.
El malabarista
Su suerte lanzada al aire
como mariposas que mueren en su vuelo
su alegría, ausente como sus manos.
Escenario de pesadumbre,
reflectores indiferentes brotan como cabezas humanas
Brillo de una moneda
eclipsa la inocente mano de un niño
como profecía de esperanza para el desdichado.
La gratitud fulgor de luciérnagas que enardecen sus pupilas,
la misma que el malabarista manco
deposita en su acto final
al abrazar al niño con el alma.
Aquí todo el dossier Paisajes: El Salvador.
* Erick Rafael Arévalo (San Salvador, 1989) es estudiante en la Universidad de El Salvador. Encuentra la guía para el desarrollo de la literatura en el taller de poesía impartido por el «Movimiento Literario Último Universo». Miembro fundador del Círculo Literario Tecolot, así como de THT y parte del equipo coordinador del Festival Internacional de poesía Amada Libertad. Ha publicado en antologías para la Universidad de El Salvador y ha participado en diversas lecturas poéticas.