Foto: Sara Gaviria Piedrahíta.
Presentamos en nuestro dossier Paisajes: El Salvador una muestra poética de José Roberto Ramírez*. Imaginamos al poeta por las calles de su natal San Salvador en busca de la palabra que sea digna en verdad de vencer el silencio, del «último poema» que se despide a la luz forestal de la tarde centroamericana, de «las pasiones descalzas y extraviadas». Sus poemas rebasan el lenguaje, son testigos y cómplices de toda una vida dedicada a la poesía.
Otro silencio
El silencio de la muerte
es grito infalible en la calle,
llanto que se esconde tras la rabia,
alta audiencia de un noticiero,
o eco de un susurro nefasto, que dice:
«mujer, he ahí tu hijo…»;
la última estación,
y el monte Gólgota como escena profana
de hollywood en pupilas dilatadas
por la penumbra del vacío;
la última grieta que atraviesa un reflejo,
la última grieta en el cráneo
donde fluye el poema,
lágrimas,
todos los soles,
el fin repentino de la palabra;
todo lo que «en el principio era el Verbo,
y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios».
El silencio de la muerte
es beso total y definitivo a la tierra,
la ubicación exacta y la hora nona,
donde la pólvora abraza luz
y se despide del disparo como último poema.
Irreverente plegaria
En la sed de la boca se fermenta tu nombre,
todos los adjetivos sombríos de las cosas tristes,
los verbos no conjugables en la edad sofocante
de los años.
Toda mañana incierta
cabe en las manos cicatrizadas de las niñas de mis ojos.
En mis huesos se posan ajenos dolores
como pájaros funestos;
otras desventuras son brisa rabiosa contra mi rostro;
en los labios se descompone
el estado social de la sonrisa y su orden solemne
o la falsedad que esconden…
Y lo que queda de mi lengua
es triste alforja de palabras oscuras.
Una caverna de desconsuelo y sueños a medias
es mi garganta…
que apesta a muerte fraterna,
a lágrimas anónimas,
a fe colectiva,
a rocío amargo que se pega a las ventanas
como mal augurio divino,
a odio y al frío que se cuela
por las ranuras de las puertas
en la ausencia de cálidas palabras.
El silencio
es la respuesta de tu mirada impasible y penetrante.
Naufrago en el frío de la estación
donde se espera la puntual palabra,
donde la ausencia es mueca y risa
y la esperanza,
un par de ojos extraviados…
Ojo animal
Nada soy en la retina
que sostiene todo mi tiempo,
en la miseria alfabética
de no poder revelar tu nombre,
en esta lúgubre sensación
de encontrar la inocencia de algún dios
cuando me miras.
Nada soy cuando me arrodillo frente al asombro
y el silencio de tu párpado abierto,
en lo maravilloso
que ha de ser el mundo flotando sin maldad
como pluma de arcángel en tu retina;
cuando tu luz es daga gris y uña moribunda
que me descarna en vida,
cuando deseo que venga tu reino y no el nuestro,
cuando mi vil condición humana es una vergüenza
que no logro ocultar,
desconsuelo y lágrima inevitable de niño,
una plegaria que clama arrepentimiento…
Y ver y sentir desde tu pupila
es una callada añoranza
con vigencia eterna, que me abofetea el corazón…
Análisis clínico de otra expedición
Lo que quiero decir no se encuentra en las palabras
Josué Andrés Moz
Parto el cerebro sin definir si lo hago por búsqueda o congoja,
si es sacrificio o sacrilegio para una deidad apenas mencionada.
Hurgo el caudal de abiertas arterias;
todo lo sublime de una boca y su pasional intención,
todo lo sublime de mi lengua y su lujurioso recorrido.
Intento traducir el ancestral tamboreo de palpitaciones apuradas,
el desdén y adversidades desde el útero entristecido de mi madre,
las pasiones descalzas y extraviadas en la parte oscura de la luna.
No sé si el universo empieza o termina
en medio de mis manos y su búsqueda,
en medio
de todo lo que constriñe caverna adentro de la garganta
y que reverbera luz en los ojos.
Muchas noches caben en mi pupila dormida,
muchas pupilas huyen del abismo de las mías,
y el tiempo se escurre en la bigamia del silencio y la nada,
en la infamia de la distancia y el olvido.
A lo mejor solo el poema y su misterio,
la venganza o duda de alguna lejana rapsodia,
la humedad de la madrugada que es la misma del ojo,
o el antifaz y su mordaz sonrisa…
Son el único hallazgo visible,
lo único legítimo,
lo único que queda
en el intento fallido por decir o maldecir
con palabras…
Aquí todo el dossier Paisajes: El Salvador.
* José Roberto Ramírez, San Salvador, El Salvador, enero de 1966. Empieza en la pubertad a descubrir su inclinación por la poesía. A los 18 años de edad le publican por primera vez en el Suplemento Cultural La Salamandra de Oro, del Diario El Mundo. Posteriormente en el Suplemento Cultural Los Cinco Negritos, del mismo periódico.
Del año 2009 en adelante se le ha publicado narrativa y poesía con cierta frecuencia en el Suplemento Cultural Tres Mil, de diario Co Latino.
Toda su poesía se respalda en una preparación y búsqueda totalmente autodidacta, donde la necesidad espiritual por escribir le obliga y exige una indagación académica y literaria constante, para tratar de mantener y reflejar en su poesía un estilo fresco y contemporáneo.