Imagen:Intervención digital. Daniela Gaviria
Les presentamos, en nuestra edición de diciembre, Músicas, un perfil que hace Helena Restrepo Vélez* de Carlos Palacio, conocido como Pala, donde da cuenta de la versatilidad y la tendencia enamorada por la poesía del cantautor colombiano.
Conozco a Carlos Palacio (Pala) hace cinco años por un evento fortuito en el que su complicidad me ayuda a cumplir un sueño.
Antes de aquel momento grato que nos acerca, he escuchado su música y lo tengo en buen concepto como compositor. Cuenta con mi admiración. Lo considero una apuesta diferente, en especial por sus letras que están llenas de contenido y dotadas de una creatividad y estilo únicos. Canciones como Mentiras en la que cuestiona lo que nos han querido vender como verdades irrebatibles; Cielo donde declara que le gusta lo que hay aquí y renuncia a promesas de lo que puede haber más allá; Esto vale todo o Súper héroes en las que dignifica historias simples, humanas; o A lo bien donde usa el parlache paisa y lo equipara al argentino, tan común en los tangos a los que ponemos en un altar y, sin embargo, no le damos el mismo valor a lo nuestro. Su trabajo logra reivindicar lo propio, dar sentido de pertenencia y arraigo sin recurrir a lo ancestral, lo hace en presente.
Desde esos días lo sigo por Facebook, leo sus publicaciones y me llama la atención que escribe sonetos, algo que ha entrado un poco en desuso. Hace un par de años, movida por la ignorancia, comienzo también a estudiar las formas clásicas de poesía y eso me acerca, hace seis meses, a una página que él crea y administra: La Cofradía de la Palabra.
Los poetas de nuestro tiempo parecen no apreciar a los que todavía recurrimos a esa manera de escribir. He llegado a sentir mi entusiasmo obsoleto. Y verlo a él perseverante en las formas durante más años que yo, hace que me interese en su proceso. Como dice Eduardo Galeano: «estamos hechos de historias».

Pala nace en Yarumal, el 22 de mayo de 1969. Desde los seis años toca guitarra, canta, participa en concursos, compone canciones horribles por aquellos días (lo dice él mismo). Se va a Medellín a los 14 años con su familia, vive en el barrio Belén La Nubia y estudia en el colegio San Ignacio, en el que le dejaron muy claro que la música es un hobby, no una profesión, a pesar de que los test vocacionales que le hacen antes de graduarse apuntan a que las carreras más afines para él son Música y Literatura, lo que a él le parece absurdo. ¿A quién se le ocurre que esas son carreras? Él es un excelente estudiante y los mejores estudiantes optan por las clásicas Medicina, Derecho o Ingenierías, y él se inclina por la primera. Estudia en la Universidad Pontificia Bolivariana, y estudiar le parece muy bueno. Igual sigue practicando su hobby de modo alterno. En el noveno semestre de medicina se entera con una claridad de epifanía que eso no es lo suyo cuando escucha a su cuerpo rebelarse desde las tripas a la hora de salir para un turno y horas más tarde, después de atender cierto número de partos, se dice: «yo no me puedo pasar la vida haciendo esto». Sin embargo, termina los semestres que le faltan y recibe su título de médico. Trabaja casi un año haciendo turnos y recoge lo necesario para irse a estudiar música durante dos años al Instituto Superior de Artes de La Habana con los maestros que le interesan y en las asignaturas del pensum que considera que necesita: composición para música popular, orquestación y armonía. Cree que haber terminado la carrera de medicina le ayuda a llegar a Cuba con hambre de música a devorarse cada oportunidad.
Antes de irse a La Habana conoce a Piedad Monsalve y le dice a un amigo que ha conocido a la mujer que jamás le pararía bolas. Durante su tiempo de estudios en Cuba mantiene una correspondencia con ella que, desde el hombre que es hoy, lee como cartas de amor, aunque son amigos. Al regresar de Cuba comienza su relación de pareja con «la mujer que jamás le pararía bolas» y con la que hasta ahora ha hecho su camino. Piedad es su amiga, su amante, su inversionista, su inspiración, su segunda voz en uno de los temas más emblemáticos de la producción de Pala y que es, decididamente, una canción para ella: Rubia como la Monroe, en la que ella recita un fragmento de El discurso de Eva de Carilda Oliver, poeta cubana por la que Pala profesa una inmensa admiración, casi tanta como la que siente por Piedad, y que se hace más evidente cuando cantan ese tema. Es una de las escenas más conmovedoras de cada presentación de Pala: el momento en que ella le recita, de manera apasionada, siempre, el mismo fragmento, mirándolo a los ojos, y él se derrite y la besa, en un ritual que parece no cansarlos con el paso del tiempo y, en consecuencia, tampoco cansa al público.
El éxito profesional de Piedad y su convencimiento de lo talentoso que es Pala, de que lo quiere feliz haciendo lo que ama, ha sido un apoyo fundamental en la carrera de este hombre. Ha ido más allá de lo que él mismo puede creer a veces. Ganarse la vida como músico es difícil, como se lo dijeron en el colegio.
Al regresar de Cuba, Pala comienza su carrera musical con una banda de rock, Galería Bomboná, en la que cuenta con músicos que hicieron parte de Equimosis (la banda con la que Juanes comenzó a notarse). Dura cuatro años en este intento y se disuelve por lo que se disuelven casi todos los grupos: no se ponen de acuerdo. Trabaja como profesor de música en el colegio San Ignacio y dirige un proyecto que recuerda con cariño y del que se siente orgulloso: crear una orquesta, la Big Band del Colegio Jesús María, que arrasa con los premios de los intercolegiados musicales de su época. Cuando las niñas de la orquesta se van graduando decide buscar nuevos horizontes en una ciudad más grande.
Llega a Bogotá en el año 2000, con Piedad, por supuesto. Allí comienza su trabajo como solista, pero con una banda que lo acompaña, seguía intentando con el rock y el pop. Toca en bares, sigue siendo profesor de música, lanza su primer álbum con la banda Anmesialand; conoce a Andrés Correa, uno de esos hermanos que se eligen, con quien comienza a estudiar décimas y sonetos en un experimento que pretendía facilitar la composición musical. Con Andrés Correa graba Socios ociosos, su cuarto álbum. Viviendo en Bogotá tiene una de las crisis de renuncia más importantes. Quiere tirar su carrera musical a la basura y dedicarse a la medicina por física vergüenza de que Piedad lo sostenga económicamente. Ella lo escucha y le dice que, si su autovaloración depende de lo que él aporta en términos monetarios, lo lamenta, y que bien puede dedicarse a la medicina, pero ella no quiere un médico como compañero.
Durante los ocho años que vive en Bogotá graba también su segundo álbum: Colombianito y el tercero: Palabras, del que se enamora una disquera en Argentina y le ofrecen un contrato para distribuirlo y presentarlo allá. Por esos días Piedad acaba de pasar por una sobrecarga laboral y, aunque ya tiene un trabajo más tranquilo, decide darse un año sabático en Argentina con su amado.
Allí, además de vivir bien con los ahorros y lo que le pagan, la disquera le ofrece —por primera vez en la vida— la producción completa de un quinto álbum (sin tener que poner él un solo peso). Argentina entra en un bajón económico, Piedad no consigue trabajo después de su año sabático, a pesar de pasar los procesos de selección, y le ofrecen una oportunidad grande y soñada en Medellín. Esta vez Pala la empuja a vivir su sueño y se queda un poco más en Argentina hasta terminar sus compromisos para luego alcanzarla en esta ciudad.
Regresa a casa en 2010 y se encuentra una ciudad distinta, con inversión en educación y cultura y las puertas se abren para él. En el 2000 se va renegando de la ciudad y a ella vuelve cantándole. Graba su sexto álbum, El origen de las especias, un reconocimiento a lo propio. Se gana la Beca de creación de la alcaldía con el séptimo álbum: Maleviaje. Produce luego Alamar, álbum con ritmos de su amada Cuba, una deuda pendiente. Y en este momento está presentando el noveno: El siglo del loro, álbum de sonetos musicalizados que hace oda a su amor por la poesía en formas clásicas de la que es uno de los grandes exponentes de nuestros días. En este último álbum cuenta con la colaboración de artistas reconocidos que reconocen a Pala como uno de los buenos músicos y letristas que hay. Entre ellos están: Marta Gómez, Rozalén, Jorge Drexler, El Kanka, El David Aguilar y Pedro Guerra. Todos talentosos, profundos, humildes, como Pala.
La otra cara linda de este hombre, se lo dijeron en el test vocacional del colegio (hay que creerle a esas cosas), es la literatura. Hace cuatro años Pala comienza a estudiar Filología en la Universidad de Antioquia por puro amor. Pero ya desde el 2009 lo convencen entre Piedad, algunos amigos y una editorial argentina para que publique su primer libro con los ejercicios que hacía con metro, ritmo y rima para supuestas canciones, a los que ellos llaman poesía y Pala no se atreve a nombrar así. De ahí sale su libro Pasacintas que va por la tercera edición. Después se propone escribir un libro de poesía, algo que define como «eso que me deja la lectura de algunos autores y no sé qué es». Para este segundo libro se le ocurre encerrarse en una finca con los libros de aquellos autores que le producen ese «no sé qué es» y escribir desde ese estado como si se tratara de un trance. Terminado su experimento, lo manda a probar suerte en un concurso en Venezuela llamado Entreversos al que se presentaron más de mil autores, entre otras razones, por lo jugoso del premio. En ese concurso queda en el tercer lugar y, una de las jurados, Gioconda Belli, le regala unas palabras preciosas para bendecir su publicación (eso dice Pala en los agradecimientos). En este momento prepara su tercer libro La diana y el péndulo que posiblemente salga a la luz en marzo de 2020 y que viene, casi todo, en verso libre.
Y aunque él mismo no se atreva a nombrar como poemas aquellos ejercicios de su primer libro, y a mí, igual que a él y a muchos, me cueste precisar lo que es poesía, puedo decirles que en su libro Pasacintas la belleza se recrea en imágenes únicas, fluye entre los versos sin que las rimas o el metro constriñan de ninguna manera lo que, como autor, quiere mostrar, y muestra un poco de todo, te sorprende a cada página. Es recursivo, impredecible, cotidiano, irreverente, cálido, sensible a lo asombroso y se asombra de cada cosa.
En su segundo libro, Así se besa un cactus, que le mereció el aprecio de Gioconda Belli, prefiero que sean las palabras de la poeta las que den cuenta de él: «Este es un libro especialmente bello y real, agudo y vital, una poesía que se deja atrapar y que nos palpita como un pájaro vivo que nos cantara en las manos».
Para quienes ya conocen a este artista, escritor, músico, médico y afortunado del amor, estoy segura de que encontrarán más detalles acá para enamorarse de él, de su obra y hasta de su compañera de vida. Para quienes no sabían que existía, esta es una invitación a conocerlo.
* Helena Restrepo Vélez (Pereira, 1974). Médico y Cirujano de la Universidad de Antioquia. Libros publicados: Nacer de nuevo (poesía, 2014), Historia de un libro (autobiografía, 2016), Eva se enamora de un fantasma (poesía, 2018). Poemas publicados en las antologías: Tejedoras de luz (México, 2014), Retos poéticos (Madrid, 2017); y en revistas literarias nacionales y de México.