Antigua Guatemala. Foto: Jeison Higuita.
Como Penélope, la poesía de Leonel Juracán* presume de inocencia, pero no la practica. Los juegos con el lenguaje, las prendas más erguidas del barroco y la condición humana tejen los versos afilados de este poeta.
Presentación y selección: Matheus Kar.
Lenocinio del silencio
que roe las entrañas
de cualquier sonriente.
Horror ante el silencio
disfrazado de sorpresa.
Sublime silencio
de la soledad
entre la muchedumbre.
La muralla más frágil
de irreversible ruptura
y también la más densa.
Temblor antes que aire
de los pájaros que sueñan
que la tierra
es una inmensa nube sólida.
Silencio que conviertes
la piel del mundo en estallido
la sonrisa
en fúnebre sentencia.
el dolor más áspero
en niebla y luz eterna.
Nada puedo pedirte
yo también silencio
cadáver de la música
orquesta pútrida la vida.
Espira de la diáspora
Mi patria no es la plaza, no es la iglesia,
ni sus conciertos prepagados
mi patria no son los los edificios de gobierno
ni sus centros comerciales.
Patria son ahora los caminos
la tortilla en mal estado, el sudor en la camisa
la noche de fiebre y paludismo.
La patria es un poncho agujereado.
Lejos quedan ya las montañas
convertidas en herrumbre y polvo
lejos aquéllas lagunas, convertidas en desagües
Mas lejos aún la risa de su gente
su memoria minuciosa y centenaria
su glorioso canto.
Ahora todo es roca
gente que se cruza
odio en los costados
Nunca hubo patria, hubo cercos
árbitros que se llenaron los bolsillos
sangre derramada en nombre de la avaricia.
La pobreza no sabe de fronteras
ni de cárcel o destierro
sabe estar contenta en todas partes
ahí esta su fuerza y su tragedia.
Desterrados deben ser los que codician
los que no reconocen a un hermano
y confunden el homenaje con la infamia.
Pero eso los pobres no lo admitirían
porque al fin, no es justo despreciar
a los cortos de entendimiento
y más lástima da
quien no sabe ser feliz
teniendo ante sus pies el mundo entero.
Anfaetgelse
Soñaba que esto sería el amor:
la noche que suavemente se detiene
la luz que petrifica la tristeza
un momento de acopio entre neblinas.
Creía que esto sería soñar:
la calma que rodea la tormenta
un freno para los cristales y los pasos
la última lágrima de una plegaria trágica.
He amado por mucho tiempo esa manera de creer
de omitir siempre la carrera hacia tu cuerpo
nada más para ir cansando al recuerdo
y chocar de pronto con la angustia y el olvido.
Pero he aquí el punto muerto
el silencio que va llenando calendarios y relojes
el eterno regreso a la caída en el vacío
la duna que se vuelca, para empezar de nuevo.
Tagetes erecta
Nido hace a la estrella
cualquier limbo de amargura
cualquier ausencia matinal
eterno cenit inamovible.
No bastan ya las flores
para cubrir tanto sepulcro
ningún templo de polvo
resguardará al no-inocente.
Habría de volverse
el mármol al madero
y ser completamente inamovible
el puente del incienso.
Ahora usamos luto
y cada quien olvida el centro
del dolor que le atraviesa
muere solitario, sustrayéndose del infinito.
Dimetil éter
Oh niebla por la que avanzo
desde el amanecer hasta el ocaso.
Mar profunda y tempestuosa
en que naufraga el sol de cada día.
Caudal de Plata en que mi sangre
navega para siempre hacia la noche.
Brinda a mis lágrimas la luz
haz florecer este desierto.
Da paz con tu brisa
al sudor de los hambrientos.
No dejes que estas palabras lluevan
como piedras en arena.
Lee aquí nuestro dossier de poesía Paisajes: Guatemala.
* Leonel Juracán nació en la ciudad de Guatemala en 1981. Fue digitador y redactor en la editorial Ley-Va (2001-2002). En el 2000 fue director de redacción del periódico cultural de la Casa de la Cultura de Mixco. En 2003 y 2004 coordinó talleres formativos en Caja Lúdica y Folio 114. Ha publicado Guía práctica para manejar la invisibilidad (2001), Inflamable (2002) y Fúnebre y carnavalesco (2012). Ha incursionado en el teatro con sus piezas Minoterapia (2004) y El basurero (2006).