Fotos: Corporación Otraparte ©.
En 1929 el irreverente Fernando González partió de Envigado junto a su amigo Benjamín Correa. La travesía de semanas se resumiría así «Medellín, El Retiro, La Ceja, Abejorral, Aguadas, Pácora, Salamina, Aranzazu, Neira, Manizales, Cali, Buenaventura, Armenia, Los Nevados, a pie y con morrales y bordones», según detalló Fernando. Aquella locura se convirtió luego en Viaje a pie, quizá su obra más conocida y personal. Seleccionamos seis fragmentos del libro, seis pasos para seguirle la ruta al gran místico colombiano.
Perderse en seis pasos
Fernando González*
Trochas y caminos
El camino es casi toda la vida de hombre; cuando no está en él sabe de dónde viene y para dónde va. Caminos son los códigos y las costumbres, y las modas. El método es un camino. Por eso Jesucristo, cuando quiso manifestar su infinita importancia, dijo que Él era el camino. Pero nosotros sentimos en casa de doña Pilar la rebeldía contra el camino, contra esa línea por donde van todos los hombres, por donde van los arrieros, los agentes comerciales. Sentimos odio por la limitación. Hay en el corazón humano el deseo extraño de librarse del límite. ¿Será este el secreto de la grandeza de Jesucristo y de Sócrates? Los dos dominaron el Universo, dieron normas al mundo, y ninguno de ellos escribió. Una vez escribió Jesucristo, pero lo hizo en la arena y nadie supo qué. No escribieron, es decir, no se limitaron.
La buena ventura
Sólo suceden aventuras deliciosas a quien no las busca (…) Se nace aventurero; las aventuras están dentro de nosotros y se realizan. Por dentro llevamos la carreta de nuestras vidas. Un bobo puede recorrer toda la tierra y nada le sucederá; pueden haberlo fusilado en Méjico, y nada le habrá sucedido. Aventurero es aquel que realiza su corazón por el mundo; el tipo lleno de vida que crea las circunstancias y cuya llegada produce una transformación del ambiente.
Antioquia y sus desfiladeros
¡Y qué casas estas de las montañas de Antioquia! Parecen nidos de aves puestos sobre precipicios. Para llegar a ellas hay que ser elástico y ágil como el mono (…) El Diablo es el gamonal de los pueblos antioqueños. Estos son caseríos edificados en las cimas de las cordilleras o tendidos en la vertiente. Para llegar a ellos desde otro hay que bajar a un río, a la cortada que el agua ha hecho a los Andes juveniles y altos, caminar por la hondonada, atravesar un puente y subir casi gateando hasta la cima del otro repliegue.
Cuando el viajero va descendiendo, o mientras trepa la vertiente opuesta, contempla cascadas, casuchas inverosímiles puestas en los desfiladeros, semejantes a los cromos que hay en las cantinas de las aldeas; árboles inmensos entregados a la lascivia de las trepadoras; hermosas praderas; sembrados de café, plátano y maíz. ¿Qué hay en la tierra más hermoso que el sietecueros florecido o el carbonero somnífero? Cuando el viajero transita por la orilla del río huele la tierra caliente, a pará, a yerbas abrasadas por el sol. Por allí, al ruido de sus pasos, huyen los lagartos rapidísimos y tornasolados, y se oye el canto de los carriquíes. Arriba, cantan la mirla y el sinsonte, y en las revueltas lóbregas del difícil camino de la montaña sorprende al viajero el silbo burlón, casi humano, del pájaro solitario. Estas aves son de plumaje oscuro, y las de la orilla del río de plumas verdes y rojas, como si hubiesen absorbido toda la luz. Desde la cima se perciben los nevados; son de curvas graciosísimas, semejantes a los senos de la amada en el Cantar de los cantares.
Arrieros
El arriero del buey es apacible, y el de la mula es renegado y violento. Se les ha contagiado el carácter de sus animales. Va el buey lento, pero siempre igual y seguro como un metafísico alemán; es la mula, híbrida y maliciosa que se finge cansada y que aprovecha el primer descuido para desviarse a pacer o para echarse en el camino. De ahí los gritos y maldiciones que llenan el sendero colombiano. Afirma el arriero que la mula no camina si no se la dice puta y otros improperios sonoros que debían ser alabanzas, porque ellos han acompañado nuestro progreso lento.
Colombia en una plaza de pueblo
Ya Colombia no hace versos. A la sombra del Simón Bolívar atormentado de las plazas públicas, a la sombra de las iglesias y sirviendo de moneda la cara angulosa del libertador, se reparten los dineros. No tenemos ideas; no tenemos sino opiniones; de vez en cuando hacemos un soneto a Cristo Rey y por ello nos envían como diputados.
Las plazas de los pueblos no son sino agradables. Allí se vive despacio porque no hay acontecimientos y el tiempo dura mucho cuando pasa sin emociones. Cinco o seis odios y prejuicios tan grandes y perennes como los cinco o seis carboneros, yarumos y cedros de la plaza: esa es el alma tranquila de sus habitantes, el boticario, el cantinero, el cura. Se parecen a la plaza sus vagos y dormilones habitantes (…) El día en que llega el nuevo (cura), recién ordenado, con hebillas de plata en los zapatos, oliendo a sacristía, es igual al día en que se echa el toro en la vacada viuda. Caminan hinchados de orgullo y revolviendo la capa, en actitud de cobijar al país…
El diablo, el cura, el bachiller, el míster y el mendigo. Ahí está nuestro país.

Volcanes, amores
Hace dos días que estamos perdidos en esta blancura inmaculada del Ruíz, a cinco mil metros sobre nuestros conciudadanos. Sólo los frailejones tristes, místicos, nos recuerdan que estamos en el país del clero. El frailejón, arropado todo él en su lana amarilla crema, es religioso; una religiosidad pura, que acompaña también a la nieve, al cráter y a los arenales.
¡Estamos ya en el cráter! Nada limita nuestro horizonte. ¡Oh, señora Venus, todas cuyas gracias se formaron de las espumas del mar en las riberas de Chipre, ayúdanos, que vamos a exponer nuestra metafísica, que es amor!… Para nosotros el mundo fenoménico es efímero como las burbujas de que se formó Afrodita. El amor subyace bajo esas formas.
Viaje a pie, Fernando González Ochoa, Editorial Bedout, Medellín (1969 aprox.).
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* Fernando González Ochoa (Envigado, 1895 – 1964) es quizá el escritor más original y más personal de Colombia. Andariego, brujo, místico, poeta, irreverente, anarquista, sigue influenciando aún hoy a las generaciones que lo buscan, a tantos años de su partida, como un oasis en medio del desierto de las letras colombianas.