Fredy Yezzed. Cinco poemas de «Carta de las mujeres de este país»

En El territorio del cuerponuestra edición de mayo, les  presentamos cinco poemas del poeta colombiano Fredy Yezzed*, de su libro Carta de las mujeres de este país (2019), una bella y dolorosa interpretación de la violencia que ha aquejado a Colombia, donde el cuerpo también ha sido un campo de batalla. La selección y la traducción al inglés son de Miguel Falquez-Certain**.

 

Foto: Carlos Magrini Dusach

 

 

Esta poesía es fuerte, bella y triste, y revela un mundo duro y feroz.
Raúl Zurita

 

Carta de las mujeres de este país es un libro donde las madres, esposas, hijas y hermanas le escriben a los desaparecidos de Colombia, y por extensión, a todos los desaparecidos de Latinoamérica. Nos revela con gran belleza, imaginación y hondura ese país que no muestran los medios de comunicación, ese país adolorido, ese país humillado por la guerra. Es un libro que honra y acompaña a las mujeres, quienes son las que construyen, como sobrevivientes, la Verdad, la Justicia y la Memoria. Son poemas que palpitan llenos de amor, esperanza y compasión. Nos dice a través de un entramado epistolar que la poesía no puede ser indiferente frente al dolor de nuestros hermanos, que la poesía es el otro.

Freddy Ñáñez
Jurado Premio Literario Casa De Las Américas

 

Nota: Los poemas que leerá a continuación aparecen publicados en su edición impresa, especie de libro objeto, de forma apaisada u horizontal en la página, para generar la idea plástica de que el lector abre, efectivamente, una hoja doblada por la mitad y extiende una carta. Por tal motivo, por tratarse de la versión digital de la revista Literariedad donde se hace esta publicación, se publicarán de forma vertical.

 

 

«Carta de las mujeres de este país» (2019),

Fredy Yezzed

Las mujeres sufrimos y recordamos la guerra de otra manera,
las mujeres narramos la historia de nuestros sentimientos.

Svetlana Alexiévich

 

 

Carta primera y la más difícil

No mueran más en mí, salgan de mi lengua.
Los he visto caer con el torso desnudo,
los brazos alzados, esas miradas.
Les presto las manos que se vendaron los ojos,
los oídos que se negaron a oír sus gritos,
mi boca solitaria en su noche furiosa.
Rueden acostados sobre los pastos de esta colina de
mi lengua, vuelvan a reír, déjennos escuchar
las risas mientras caen, se doblan, se nombran a sí mismos.
No se escondan en las piedras frías de mi lengua, los
he visto en la paloma muerta en medio del sendero,
en los heridos que hablan a los geranios,
en la tormenta que se avecina.

Sobre la mesa está la noche doblada,
la lluvia que no se dijo;
y la espera, la piedra, el nudo.

Salgan todos: dejen este barro, esta neblina, el frío
de estos páramos de mi lengua. Canten su retorno,
asomen su voz del fondo de la tierra.

¿Que para qué estas cartas?
Para nacer, Antonio, para renacer.

Una carta es un país en el aire.

 

Carta a lo que nace en la panza de los peces

Esta tristeza, Juan, empujaría un barco río arriba.
En la panza de los peces eres también este país.

Me dijeron pueblo abajo que te vieron con tu hermosa
desnudez desnudar la luz. Con tus ojos quietos
copiar la lluvia, memorizar las nubes. Con tu palabra
bullosa nadar en silencio.

Lo que el hombre dividió, los peces del río
―en su humilde hambre― reconcilian.
Lengua, seno, costilla recuerdan su pasado
y vuelven a ser lenguaje, olor, un pecho en qué habitar.

Desde el fondo turbio del río, con los cabellos
untados de barro, la espalda crucificada a ramalazos,
asciende un coro de vocales largas.

Van con sus cruces los nadadores olímpicos, buscando
tierra y consuelo en el fondo del río,
oleando vida en la orilla de nuestro mar.

Todos los ríos de Colombia son hierbas frescas para los
amantes, cunas para los hijos,
tierra santa.

 

Carta sobre el jardín de mi padre

Han enterrado a mi padre en el agua, me digo
para amansar la pena. Quisieron negarle la costilla de la tierra,
su boca generosa, y su Aquí yace Carlos Eduardo.
En cambio, para ironía de la muerte, ahora su casa es todo un río,
el bagre, la piraña, el pez tigre cuidan su puerta.
La lápida de mi padre son las piedras del río
que asoman como ojos de sapos milenarios.
Las flores de su jardín son la victoria regia, el alga roja,
las ramitas de manosanta que devuelven a los niños ahogados a la orilla.
Lo veo viajar sobre las improvisadas playas, sobre la piel
de los bañistas, en los puertos madereros, en el cedro que
arrojó la tormenta, en el lagarto sobre una roca.
Lo quisieron allí con los párpados cerrados
y resulta que sus ojos claros están en el paisaje.
Me miran mientras el río lento me consuela.
Me vigilan agazapados desde la otra orilla,
Me dicen sin mirarme: Mírate aquí solo conmigo.
Padre, aquí frente al río que te aceptó con amor, te lo digo:
Tus hojas pudriéndose están llenas de vida.

 

Carta infestada de droseras

Vamos amputados, despedidos del vuelo, los que pisamos una drosera.
El niño que se detiene sobre ella cree hundirse en la miel, en el agua.
Sus filamentos rojos, azules, alegres, devoran nuestra luz a dentelladas.

La drosera ―en apariencia― es una patria dulce y luminosa.
Pero hay ácidos, veneno, un abrazo letal en su codicia.
Cientos de bocas ―con afilados dientes― nos arrastran al fondo.

Vamos rengueando, dando saltitos, improvisando sillas con ruedas.
Conozco fronteras que están infestadas por esta flor insaciable.

A falta de ataúd, dice Miriam, el cofre sospechoso de la drosera.

El acertijo es siniestro: donde hay belleza, hay muerte.

 

Icebergs bajan por los ríos de la carta

Asómate a los precipicios de esta página:
allá donde te señalo, van en su roca blanca con un destino negro,
muestran los dientes furiosos, muerden el odio, entran en su propia luz.

Flotan icebergs en los ríos calientes de Colombia.
Acércate un poco más: podrás sentir la mañana fría,
el agua desolada, saberlos hirvientes en su témpano.

El río piensa lento con su contrabando misterioso.
Trafica con las ilusiones, cumple con humildad su tarea.
Desvelados, dice Alejandro, los muertos pesamos dos lunas.

Allí donde te señalo con el dedo: está el hielo dulce desprendido de la tierra,
son arrastrados hacia la latitud más lejana de la memoria.
Navegación peligrosa al centro del olvido.

Con una espina van por las venas, con una grieta en el pecho
viajan los icebergs por esta hoja; hombres de hielo
remolcan en el corazón un pueblo.

Islas tristes
por el trópico alegre.

 

 

«Letter from the Women of this Country» (2019),
by Fredy Yezzed

We, women, suffer and remember the war differently,
We, women, tell the history of our feelings.

Svetlana Alexiévich

 

First letter and the most difficult one

Don’t die anymore within me, come out from my tongue.
I’ve seen them fall bare-chested,
Their raised arms, those looks.
I lend them the hands of those who blindfolded their eyes,
The ears that refused to hear their cries,
My lonely mouth in their angry night.
Roll down lying on the hilly pastures of
My tongue, laugh again, allow us to listen
The laughter while you fall, buckle, and name yourselves.
Don’t hide under the cold stones of my tongue,
I’ve seen them in the dead pigeon in the middle of the road,
In the wounded who talk to the geraniums,
In the storm that lies ahead.

Night’s buckled on the table,
The rain that wasn’t spoken about;
And the wait, the stone, the knot.

Come out you all: leave from this mud, this fog, the cold
Of the badlands of my tongue. Sing your return,
Raise your voice from the depths of the Earth.

What’s the purpose of these letters, you ask.
To be born, Antonio, to be reborn.

A letter is a country in the air.

 

Letter to what is being born in the belly of the fish

This sadness, Juan, would push a boat up the river.
In the belly of the fish, you’re also this country.

They told me downtown they’ve seen you undressing the light
With your beautiful nakedness – with your quiet eyes
Replicating the rain, committing the clouds to memory, swimming
Quietly with your bustling word.

What man put asunder, the river fish
― In their humble hunger ― join together.
Tongue, bosom, rib remember their past
And once again become language, scent, a breast to dwell in.

From the murky depths of the river, with their hair
Covered with mud and their back scarred with lashes,
A chorus of long vowels rises up.

The Olympic swimmers bear their crosses, searching for
Land and solace at the bottom of the river,
Rolling life into our seashore.

All the rivers in Colombia are green pastures for
Lovers, cradles for their offspring,
A holy land.

 

Letter about my father’s garden

They’ve buried my father in the water, I tell
Myself in order to tame my sorrow. They wanted to deny him the rib of the land,
His generous mouth, and his Here lies Carlos Eduardo.
Instead, like an irony in death, his home is now quite a river,
The catfish, the piranha, the tiger fish watch over his door.
My father’s headstone are the river rocks
Jutting out like eyes of ancient toads.
His garden flowers are the victoria amazonica, the red alga,
The twigs of hand-tree that give up the drowned children to the shores.
I see him traveling over the makeshift beaches, over the bathers’
Skin, at the lumber ports, in the cedar tree that
The storm cast out, in the lizard on a rock.
They wanted him there with his eyelids closed
And it happens that his light-colored eyes are in this landscape.
They look at me while the slow-flowing river comforts me.
They watch over me from the other bank,
Saying without looking at me: Lo and behold, you’re here alone with me.
Father, facing the river that accepted you with love, I tell you:
Your rotting leaves are full of life.

 

Letter infested by sundews

We go legless, prevented from flying, those of us who step on a sundew.
The child who steps on it believes he’s sinking in honey, in the water.
Its bright red-and-blue tentacles devour our light with its teeth.

The sundew seems to be a fresh, luminous homeland.
But there are acids, poison, a lethal embrace in its rapacity.
Hundreds of mouths – with sharp teeth – drag us down to the bottom.

We go along limping, hopping along, devising makeshift wheelchairs.
I’ve been to borderlands infested by this ravenous flower.

For lack of coffin, Miriam said, the shady box of a sundew.

The riddle is inauspicious: where there’s beauty, there’s death.

 

Icebergs floating down the rivers of this letter

Look in from the cliffs of this page:
There, where I’m pointing out, they’re going on their white rock with a dark fate:
They’re showing their angry teeth, biting hatred, stepping into their own light.

Icebergs are floating down the hot rivers of Colombia.
Come a little closer: you’ll be able to feel the nippy morning,
The desolate water, knowing they’re boiling on their floe.

The river is slowly brooding with its mysterious contraband.
It deals with illusions, it carries out its task with humility.
Sleepless, we, the dead, weigh two moons, Alejandro said.

There, where I’m pointing with my finger, is the sweet ice cast off from the land;
They’re being dragged toward memory’s most distant latitude –
Dangerous navigation to the center of oblivion.

With a thorn, they’re going through the veins, with a crack in their chest
The icebergs are traveling on this sheet; ice men
Are towing a village in their hearts –

Mournful islands
Across the joyous tropics.

 


* Fredy Yezzed. Bogotá, Colombia, 1979. Escritor, poeta y activista de Derechos Humanos. Después de un viaje de seis meses por Suramérica en 2008, se radicó en Buenos Aires, Argentina. Tiene publicado los libros de poesía: La sal de la locura, (Premio Nacional de Poesía Macedonio Fernández, Buenos Aires, 2010; 5ta ed. Nueva York Poetry Press, Nueva York, 2019), El diario inédito del filósofo vienés Ludwig Wittgenstein (Buenos Aires, 2012; 5ta ed. Nueva York Poetry Press, Nueva York, 2019) y Carta de las mujeres de este país, (Nueva York, Ed. Bilingüe, 2019), Mención de Poesía en el Premio Literario Casa de las Américas 2017, La Habana, Cuba. Como investigador literario escribió los estudios Párrafos de aire: Primera antología del poema en prosa colombiano (Editorial de la Universidad de Antioquia, Medellín, 2010) y La risa del ahorcado: antología poética de Henry Luque Muñoz (Editorial Universidad Javeriana, Bogotá, 2015). Actualmente es profesor de Escritura Creativa en La otra figura del agua: clínicas y talleres literarios.

 

** Miguel Falquez-Certain (Barranquilla-Colombia). Poeta, dramaturgo y traductor. Reside en Nueva York (EE. UU.) desde los años sesenta. Licenciado en Literatura hispánica y francesa por Hunter College (EE. UU.) y cursó el doctorado en Literatura comparada en New York University (EE. UU.). Se desempeña como traductor. Ha publicado en poesía Proemas en cámara ardiente (1988), Usurpaciones y deicidios (1997), Mañanayer (compilación, 2010), Hipótesis del sueño (2019) entre otros; y en narrativa Triacas (compilación, 2010).

Literariedad

Asumimos la literatura y el arte como caminos, lugares de encuentro y desencuentro. #ApuntesDeCaminante. ISSN: 2462-893X.

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