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Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno tuvo tantos oficios que uno no alcanza a imaginar en qué momento escribía. Su vida pasaba entre los viajes del trabajo, entre los dolores de cabeza en sus múltiples oficinas y talleres, y en sacarse fotos para su novia que enviaba sagradamente dentro de los sobres de sus cartas. Y en esperar, claro, las respuestas de ella también aderezadas con fotos de su belleza lejana, reveladas en cuarto oscuro, que lo enloquecían.
Rulfo fue un trabajador incansable. Parecía ser dos hombres a la vez; uno, que atendía a su nombre de pila, resumido en un sencillo Juan Pérez, sería el escritor de cartas, inventor, el novio fotógrafo, dibujante de paisajes, antropólogo, indigenista y migrante, proveedor, policía, anarquista, capitalista, escéptico, ufólogo, burócrata, artista, asesor, tahúr fracasado, agente de ventas, peatón, deprimido, hombre soñoliento, catador de mezcal, abstemio, en fin, y el otro, el sobrio y ceremonial Juan Rulfo: el escritor cuyo nombre iba a merecer el respeto de las generaciones posteriores, el autor que hizo de su propia vida una ficción y que entendía las respuestas, que daba a las entrevistas, como un género literario y que podremos escuchar en este capítulo de Baúl de Cartas.
Nunca dejó de trabajar. Su caso era muy parecido al de Franz Kafka. Tal vez por ello el joven estudiante de derecho que era Gabriel García Márquez en la helada Bogotá de mitad de siglo, cuando leyó La Metamorfosis, decidió abandonar la universidad para dedicarse a la escritura, y el señor fracasado en que se convirtió, recuperó la fe y vio el camino hacia su Cien años de soledad cuando llegó a vivir a Ciudad de México y le presentaron así, de súbito, como un milagro, la obra de Juan Rulfo. Un escritor natural, que trabajaba para poder escribir, para poder construir su sueño, tan lejano de la gloria y de la fama, como era el de casarse y tener hijos y vivir en su pueblo natal con tranquilidad.
Excelente
Gracias por escuchar y comentar. ¿Qué te parecieron las cartas de Rulfo?