«Kleitoris», un cuento de Carolina Rodríguez Mayo

En Disidencias, nuestra edición de junio, les presentamos Kleitoris, un cuento de  Carolina Rodríguez Mayo* sobre el rito masturbatorio y las inesperadas formas de placer.

 

 

Estaba cansada de ver el porno de siempre, chicas lamiendo vulvas grandes, pequeñas, peludas y depiladas. Chicas abriendo sus piernas y entrecruzándolas con otras miles. Ya me estaba aburriendo la rutina de bajarme los calzones y la pijama, buscar algo estimulante en Tumblr y frotar un muslo contra el otro mientras me jalaba un pezón suavecito. Había leído en algún lado que no todas las actrices que están en el porno «para mujeres» lo hacían por gusto; eso me había desalentado mucho  —sé que era ingenuo de mi parte pero creí que el porno entre mujeres me garantizaba consenso y deseo, lo cual no resultó pasando. Igual el insomnio me estaba matando, por lo que masturbarme sonaba como una gran idea. Me acordé de Vanessa que me había dicho hace muy poco… «sí siempre te masturbas con porno no vas conocer tu clítoris como Dios manda», «obvio que sí», le contesté, «sé perfectamente cómo luce y qué le gusta». Vanessa no me dejó quedarme con la última palabra… «lo siento amiga, prefiero mirarme la vulva en un espejo mientras me masturbo que a otras ochenta viejas lamiéndose las tetas».

De pronto el consejo de Vanessa me ayudaría a dormir mejor y evitar la culpa posterior al porno que siempre me entraba, esa culpa que me obligaba a borrar el historial de un año y buscar antivirus costosos que me advirtieron lo peligroso que es visitar esos sitios.

¡Luz!, eso sería esencial sí quería verme la vulva al masturbarme y, bueno, un espejo.  Mi mamá tenía un espejo redondo en el baño que usaba para maquillarse los ojos, ambos lados del espejo me servirían y uno de ellos incluso tenía aumento. Cogí el espejo y en mi cuarto decidí que la desnudez me serviría: no solo me iba a quitar la parte de abajo de la pijama, estaba vez no usaría nada de nada. Dejé la lámpara encendida, ya desnuda me acosté en la cama y frente a mis piernas abiertas puse el espejo redondo de mi mamá. Me abrí los labios buscando el clítoris y ahí estaba, encapuchado y frío por tan inesperada visita.

Vanessa tenía razón, el porno me estaba dañando el rito masturbatorio. Me froté el clítoris con las yemas de los de los dedos hasta que me vine varias veces.

Esa noche dormí como un bebé.

 

***

 

Me levanto con hambre de forma frecuente, desde que puedo recordarlo mi estómago es el órgano encargado de abrirme los ojos en la mañana. Yo ya he pensado en tres tipos de preparaciones de panqueques antes de poner los pies en el piso. La mañana siguiente a mi encuentro con el orgasmo clitórico no fue diferente. Mi estómago gritaba por comida, pero mi vejiga gritaba por un baño, decidí atender a mi vejiga primero.

Oriné, me levanté para quedar frente al espejo, busqué el jabón líquido que deje caer sobre una de mis palmas, abrí la llave, empecé a lavarme las manos y subí la mirada. Una pequeña protuberancia aparecía entre mis cejas. Acerqué mi cara al espejo mientras trataba de responder cuántos días me faltaban para la regla. Tomé la toalla para secarme las manos y bajé a la cocina.

 

***

 

¿No dormiste anoche?

No me jodas hoy con lo del corrector Vane, ya te dije que no quiero usar esa vaina. Sí estoy ojerosa déjame ser.

No lo digo por eso, aunque gracias por recordarme que perdí casi sesenta mil pesos en el corrector que te compré de navidad. Lo digo porque te ves pálida.

La verdad es que nunca había dormido tan profundo. Hice eso que me contaste que hacías con el espejo. Funcionó como un tranquilizante para caballos.

Bueno. Cuídate del clima hoy, porque en serio te veo muy blanca, pareces un papel.

Yo me siento muy bien, podría correr una maratón y todo.

Si claro, pero solo si alguien regalara panqueques al final de la carrera.

Muy chistosita hoy, ¿no?

Tu me das papaya. ¡Mírate!, ¿qué carajos tienes en la frente?, ¿es acaso un tercer ojo asomándose?

¿En serio Vane? Lo vi esta mañana y no me pareció tan grave. Me va a bajar en tres días.

Marica, está enorme. Tengo miedo por ti.

 

***

 

Trate de estar tranquila, no quería pensar en el horrible grano que me transformaba la cara. Cuando terminó la clase corrí al baño y noté que estaba más grande, más abultado. Me acerqué mucho al espejo y vi que la palidez no era una broma de Vanessa. Trate de medir mi propia temperatura pasándome las manos por la cara; sin embargo, no noté ninguna clase de alteración. En definitiva no me sentía mal, ¿será que me había picado algún insecto?

Al llegar a mi casa me encontré de frente con mi papá quien no demoró en señalar el grano y la ausencia de color en mi cara. «Te llevo ya mismo al médico, ¿qué fue lo que comiste hoy?» se apresuró a preguntarme. «Te lo juro que nada raro y me siento normal. No quiero correr a urgencias para estar metida en la clínica cuatro o cinco horas. Tengo mucho que adelantar». Mi papá decidió darme un pase libre, siempre y cuando le avisara sobre cualquier otro cambio.

 

***

 

Quería quitarme los jeans para ponerme una sudadera y ponerme a leer al tal Piaget de la electiva de psicología; mientras me bajaba los jeans noté que mis muslos estaban muy sensibles, casi no toleraban el roce de la tela. Me miré para saber qué pasaba vi la misma extraña protuberancia que abultaba la piel de mi frente, pero en varias partes de mis muslos. Me desnudé frente al espejo de cuerpo entero que tenía frente al clóset para examinarme completa; la protuberancia estaba por doquier, al tocarlas noté que me corría una electricidad por la piel.

Corrí a la ducha, tal vez era una reacción alérgica al nuevo jabón de ropa.

 

***

 

Necesito que vengas a mi casa ya mismo.

Cele no tengo plata.

¡Me vale tres vergas Vanessa, vente ya, yo te pago el Uber!

Celeste cálmate por favor, me estás asustado.

Vanessa lo dijo en serio, por favor ven.

¿Tus papás no se pondrán bravos por la hora?

Nunca antes te había importado lo que pensaran que mis papás. Justo hoy que estoy desesperada si te da por preguntar.

Cele antes era diferente. Sabes que antes era diferente.

Solo ven. Ya te estoy pidiendo el uber. Sal en dos minutos.Te mando la placa por Whatsapp.

 

***

 

Celeste era amante del drama. Desde el día en que la conocí lo supe. La vi por primera vez en segundo semestre, gritaba en la fila del café porque dos tipos se le adelantaron en la fila. «Putos, ¿qué no ven que llegué antes que ustedes?» Uno de ellos se alteró mucho ante los gritos y los putazos así que le acercó mucho la cara mientras le preguntaba quién se creía que era. Fue entonces que yo decidí hablarle: «hey, ¿quieres mi café?». Celeste cambió por completo su expresión. Su sonrisa era aún más ruidosa que sus gritos… «Si por favor o mataré a alguien». Yo le creí, así como le creí cuando me dijo que estaba enamorada de mi y que nunca antes había sentido amor por nadie. Así como también le creyó después Juan Sebastián cuando se lo dijo a él y luego Ana que le creyó cuando se lo dijo a ella, incluso aunque se lo dijera mientras estábamos las tres en una fiesta de terraza respirando aire frío y fumando bareta.

Era difìcil preocuparse por ella, porque todo lo consideraba urgente. La he escuchado tantas veces decir: «es una emergencia» que me he insensibilizado. A veces, cuando otras personas me lo dicen, no lo tomo en serio; luego recuerdo que solo Celeste es quien mal-usa la expresioncita esa. Igual, me estaba subiendo al Uber, ¿qué más daba? Ella siempre podía contar conmigo y lo sabía, lo supo muy bien cuando empecé a salir con Manuela y ella me susurró «no quiero que la veas, porque estás pasando menos tiempo conmigo» y yo le escribí a Manuela que no íbamos a funcionar. Lo supo, sin duda alguna, cuando me llamó a decirme que Pablo no quería cuadrarse con ella, que Pablo solo quería una fuckbuddy mientras llegaba su novia de intercambio. Sí que lo supo cuando ese mismo día  me quedé en su casa para que se quejara de que igual Pablo ni tan buen polvo era; entretanto yo le besaba todo el cuerpo para que pasara el mal trago de la desilusión.

 

***

 

Celeste me abrió la puerta, pero no pude verla porque el pasillo y la sala estaban muy oscuros. Quise darle un beso en la mejilla para saludarla, pero ella me retiró la cara. Me tocó el hombro con una mano y me dijo: «esto es grave». Caminó en dirección a la escalera y todas las luces de su casa estaban apagadas. «No veo», le susurré, ella me ignoró y siguió subiendo hasta su cuarto. Cuando ambas estábamos adentro cerró la puerta con seguro. «Por favor, prométeme que no vas a gritar», dijo mientras se iba quitando la ropa. «Cele me vas a infartar. ¿Qué putas está pasando?» Ya desnuda prendió la luz.

 

***

 

No sigas Vane, nos van a oir.

Vamos a un motel.

Mis papás se van a dar cuenta.

Vamos.

Tú pagas.

Vanessa pasaba su lengua por cada uno de mis clítoris. Los orgasmos eran tan intensos y tan seguidos que creí que me iba a desmayar. «Quédate quieta, quiero lamerlos todos». Me tocaba los brazos con suavidad, las piernas, el cuello, la cara, las manos, el abdomen, la vulva, cada rincón de mi cuerpo cubierto por clítoris de todos los tamaños; tenia algunos hasta en los dedos de los pies. «Traje un lubricante», me aseguró entre lamidas, «te quiero masajear completa». Yo era incapaz de pensar en otra cosa, el placer era lo único que me importaba, tal vez el clítoris había llegado hasta mi cerebro. Gemía, gemía y le pedía a Vanessa que no parara.

 


* Carolina Rodríguez Mayo. (Bogotá, 1991). Viajera y escritora. Literata con opción en Filosofía. Especialista en Comunicación Multimedia. Ha publicado su trabajo en revistas de Bogotá como Sombralarga y Sinestesia. Fue elegida como parte de una antología de jóvenes poetas, Afloramientos, los puentes de regreso al pasado están rotos publicado por Fallidos Editores. Su poesía ha estado en lugares como la Universidad de Brown y en el podcast Gente que lee cuentos.

Literariedad

Asumimos la literatura y el arte como caminos, lugares de encuentro y desencuentro. #ApuntesDeCaminante. ISSN: 2462-893X.

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