El problema hermenéutico de Lolita — Valentina Hernández Rivera

Fotografía:  Jamie Albright

 

¿Hay belleza en la aberración, en la enfermedad neurótica? Valentina Hernández Rivera (*) En nuestra edición de agosto, Estéticas, un ensayo que explora los cruces entre moral y literatura, entre autor y personajes, en esta excepcional pieza que va más allá de la interpretación para ofrecernos una lectura inusual de la novela más famosa de Nabokov.

 

El problema hermenéutico de Lolita

Valentina Hernández Rivera

Siguiendo a Gadamer, todo texto debe ser escuchado: él mismo se encarga de comunicar si tiene las condiciones adecuadas para hacerlo. Ahora bien, hay libros silenciados o distorsionados a causa de los prejuicios de quienes leen. Lolita, del escritor ruso Vladimir Nabokov en la edición de Anagrama, es uno de ellos. ¿Por qué Lolita? Hasta el día de hoy escandalosa por el nexo y el amorío entre los personajes principales: Humbert y Dolores Haze, de 40 y 12. ¿Por qué la edición de Anagrama? En el pasado esta editorial censuró en la traducción al español partes de la obra original o, en el mejor de los casos, recurría al uso de eufemismos en la descripción de los acontecimientos en aras de evitar conflictos legales o la prohibición del libro. De esa manera, tanto el autor como aquellos que difundían la obra fueron vigilados y perseguidos, al punto de tener que utilizar, en el caso de los segundos, pseudónimos. No obstante, en el año 2016 Anagrama lanzó una edición limitada en la que entrega un texto fiel al original, dando a entender al público que el prejuicio ha sido superado.

 

La censura al libro y al autor

Pedofilia e incesto, no hace falta decir algo más para generar rechazo en el público. Si bien la atracción hacia Lolita no es punible en cuanto mero deseo, sí que es cierto que la sociedad excluye al perverso: Humbert es marginado. Ahora, el acto de ultraje configura un crimen y por lo mismo despierta toda clase de sentimientos e ideas que van desde el terror al asco y en los casos más extremos llevan a pensar en la venganza. Por si el crimen no fuera ya suficiente, se le añade a esta historia el agravante del nexo de Humbert con Dolores: era su padrastro. Nabokov no estaba tratando cualquier tema, tocó una fibra en la sociedad cuando en 1955 decidió publicar Lolita.

Naturalmente no iba a ser fácil llevar esa historia a una editorial, nadie quería líos legales por publicar el relato de un personaje como Humbert. En Estados Unidos era imposible que la obra viera la luz, pues las condiciones sociopolíticas eran completamente desfavorecedoras para Nabokov y su libro. Primero, el tema; segundo, la persecución de cualquier cosa que pudiera relacionarse con Rusia y el comunismo. De ahí que la única opción viable para imprimir la obra fuera publicarla como anónimo o con un nombre falso. Julie Loison-Charles anota que «el tema de Lolita lo impulsó a acercarse a las editoriales con una solicitud expresa: publicar la novela solo bajo un seudónimo para no avergonzar a su universidad y no perder su trabajo (…) perola negativa a publicar Lolita se explica por el hecho de que los editores consideraron inmoral el tema de la novela».

Se trata pues de diferentes formas de censura: la de los otros y la propia. En cuanto a los otros, el país no le daba la libertad para hablar del tema, las editoriales catalogaron el libro como pornográfico y el mismo Nabokov con la idea del pseudónimo se silenciaría por voluntad propia. No obstante, al escritor no le interesaba si su obra era inmoral o no, tenía plena conciencia de que la «negativa a comprar el libro no se basaba en mi tratamiento del tema, sino en el tema mismo, pues hay, por lo menos, tres temas absolutamente prohibidos para todos los editores norteamericanos». Habiendo llegado a esa resolución, optó por buscar en una editorial parisina el espacio para Lolita, y esta fue Olympia Press.

Conseguir una editorial dispuesta a publicarlo no fue la parte más difícil del proceso, después Nabokov escribió algunas de las críticas que recibió de los primeros lectores de la obra. Hay entre ellas una que especialmente llama la atención, pues cuenta el escritor: «después que Olympia Press publicó mi libro en París, un crítico norteamericano sugirió que Lolita era el relato de mis aventuras amorosas con la novela romántica». Lo peligroso aquí es la implicación de la vida de Nabokov; la crítica no debía contemplar hábitos de lectura del escritor ruso ni sugerir que para él Lolita narraba una historia de amor, porque, ¿en qué lugar deja al escritor una idea como esa? La respuesta es muy simple: lo deja en la misma posición de Humbert.

La época en la que Nabokov publicó su libro era en extremo conservadora y religiosa, él mismo escribe que un editor decidió no publicar el libro porque ambos serían llevados a la cárcel. Existía, entonces, una asociación entre aquel que fabula y la fabulación. Sobre dicho aspecto es pertinente traer a colación un comentario de Deleuze sobre la literatura en Crítica y clínica: «no hay literatura sin fabulación, pero, la fabulación, la función fabuladora, no consiste en imaginar ni en proyectar un mí mismo. Más bien alcanza esas visiones, se eleva hasta estos devenires o potencias. No se escribe con las propias neurosis».

Para un literato el ejercicio de escribir ficción no es lo mismo que escribir un diario; los intérpretes no deben partir del presupuesto de que lo que se encuentra consignado en las páginas de un libro es una confesión, ello desvía completamente la experiencia hermenéutica porque incluso el autor, en cuanto persona, es un agente externo. Todo lo que venga de fuera de la obra no puede ser validado para construir una postura; el libro mismo contiene lo necesario para expresar el sentido.

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El asunto del prólogo

Fue Nabokov quien escribió el preámbulo al texto. Las páginas previas a la tormentosa historia de Dolores Haze y Humbert son atribuidas a John Ray, Jr. que, en realidad, es otra de las ficciones de la obra que cumple la función de explicar de dónde salieron las palabras que el lector está próximo a contemplar. Ahora bien, la caracterización de este personaje no se reduce sólo a un hombre que recibe la confesión de Humbert y debe corregirla y difundirla, sino que Nabokov construye a Ray como una persona con sus propias opiniones.

Si nos situamos en el final de este prólogo vemos que la firma de John Ray, Jr. está acompañada por un título de Doctor en Filosofía, ¿es gratuito el dato o Nabokov quiere lograr algo con ello? Considerando la posibilidad de que hay una razón detrás de esa firma, y siendo justos con el ejercicio hermenéutico, aparece la necesidad de analizar la preconcepción que tenemos de un académico. Usualmente de este tipo de personas se espera rigurosidad en el abordaje de escritos, casi que se le exige abandonar sus propias inclinaciones con el fin de que no altere lo que lee; de hecho, la tradición filosófica es la que instaura ese prejuicio. En realidad, el personaje del prólogo cumple con esos rasgos, es lo suficientemente objetivo durante la primeras tres páginas; se limita a señalar las correcciones de estilo que realizó al texto, expresa su concepción de la obra de arte como lo original que produce sorpresa y cuestiones que pertenecen al ámbito de la literatura. Hasta ese momento la persona no se percibe en demasía, sólo tenemos, en efecto, a un Doctor en Filosofía que quizás peca al decir constantemente que la publicación del libro no es una exaltación a Humbert (lo cual después de un rato suena a disculpa). No obstante, finalizando la cuarta página, Nabokov le hace decir a John Ray que: 

La niña descarriada, la madre egoísta, el anheloso maníaco no son sólo protagonistas vigorosamente retratados de una historia única: nos previenen contra peligrosas tendencias, señalan males potenciales. Lolita hará que todos nosotros —padres, trabajadores sociales, educadores— nos consagremos con interés y perspectiva mucho mayores a la tarea de lograr una generación mejor en un mundo más seguro. 

No podemos decir que es inesperado ese momento en que se interrumpe la objetividad en el prólogo de Ray, las disculpas ya eran un indicio. En la anterior cita es evidente que la lectura realizada por el personaje está atravesada por su condición de padre y educador, por su moralidad, al punto en que asume que tal documento puede servir para educar a la sociedad, incluso allí está implícito un juicio de valor: la sociedad actual es mala, solo se puede tener esperanza en el futuro. Pero no se detiene ahí el mensaje, de hecho, es clave ese fragmento en el que asume que Lolita pudo haber sido protegida. 

¿Por qué resulta tan importante la postura de Ray con respecto a las páginas próximas? Porque configura un modo de lectura al definir con anterioridad la línea que divide lo malo de lo bueno. El personaje le ahorra al lector el trabajo interpretativo puesto que introduce a este último en un sesgo; se entra al texto juzgando a unos personajes y justificando a otros. No tuvimos oportunidad de escoger un lado o de no escogerlo; Humbert es culpable y Lolita es inocente. 

La trascendencia del prólogo es obvia, se trata de un tipo de cartografía: «estos son los caminos que deben seguir». Quizás es un seguro que utiliza el escritor para evitar mayores problemas a la hora de publicar el texto, dado que el tópico genera desagrado. En ese orden de ideas, parece existir una primera finalidad acerca de la manera como se pensó el preámbulo, pero aún cabe considerar un segundo uso del prólogo, esto es, que no quería marcar una guía de lectura, sino que quería jugar con nuestros prejuicios. Obviamente, dicha hipótesis no surge de un mero capricho o de una desviación forzada de la lectura, sino que emerge de la propia experiencia del diálogo con el libro. Es sencillo abordar la obra presuponiendo que hay víctima y villano, nos sitúa en la zona de confort durante las primeras 83 páginas del libro en las que Humbert explica el porqué de su deseo, narra los infortunios de su vida y detalla cada día que pasa desde que conoce a Charlotte Haze y a su hija, Dolores. Hasta ahí el prejuicio con el que iniciamos el libro permanece intacto, John Ray Jr.  no nos ha mentido: tenemos a un hombre de 42 años claramente enfermo y a una preadolescente que confía en que se encuentra a salvo en su hogar. 

Se ha conseguido, entonces, un sentido, más no el sentido. La idea de que Humbert es el personaje sobre el que recae la absoluta culpa surge de dicha primera parte, pero recordemos que en Verdad y método Gadamer concibe la hermenéutica como un proceso:

Naturalmente que el sentido sólo se manifiesta porque ya uno lee el texto desde determinadas expectativas relacionadas a la vez con un sentido determinado. La comprensión de lo que pone en el texto consiste precisamente en la elaboración de ese proyecto previo que por supuesto tiene que ir siendo constantemente revisado en base a lo que vaya resultando conforme se avanza en la penetración del sentido.

Justamente la movilidad que comporta el ejercicio interpretativo es la que permite reevaluar la concepción que nos hemos hecho aquí de los personajes. Se trata de dejar que el texto diga, por eso el sujeto se altera a sí mismo para adaptarse al texto, no al contrario. Nosotros sólo podríamos seguir manteniendo un prejuicio si no se ve confrontado por otro suceso en la narrativa, pero en la página 84 nos chocamos con una nueva realidad que desmorona las bases con las cuales juzgábamos tan fuertemente a Humbert. 

Así, pues, el prólogo de Nabokov ilusiona por largo rato al  lector con la historia de una víctima, saca el lado protector que existe en el que lee, para después mostrarle la otra cara de la moneda. Nabokov induce al lector a examinarse no una, sino muchas veces durante la obra, pero esta es la primera vez en la que el texto ya no es tan claro, ya no puede ser dividido bajo una lógica binaria, ya no podemos emitir un juicio precipitado. El suelo firme con el que comenzamos el texto no existe, nos vemos obligados a re-adaptarnos a lo que viene si es que queremos recibir el mensaje del libro.

 

Lo que revelan los personajes

Los posibles sentidos que uno extrae de una obra siempre tienen origen en aquellas partes a las que damos relevancia. En este caso, tratándose de una novela, la manera en que aparecen los personajes a cada lector supone una comprensión de la historia. Es por eso que Lolita ha tenido críticas y comentarios de toda clase: que se trata de una historia de amor, de una apología a la violación, de la vida de un enfermo, de la desafortunada experiencia de una niña, de la pérdida de la inocencia. Tal pluralidad no sólo muestra la complejidad del asunto y los distintos matices de la situación, sino también lo multifacéticos que pueden resultar los protagonistas de la novela. De ahí, que sea necesario dedicar una sección de este escrito a lo que revelan los personajes, puesto que sus rasgos son los que finalmente provocan que el lector tome determinada postura o que sea incapaz de tomarla.

Nuestro primer caso: Humbert. La desviación de Humbert no está oculta, su historia es una constante confesión. De haber camuflaje quizás el rechazo hacia el personaje no sería tan intenso, pero es que todo está puesto sobre la mesa; el enfermo ofrece los elementos con los cuales se le juzgará. El acceso a este personaje es tan amplio que no sólo tenemos conocimiento de las consecuencias, sino también de las causas, del origen de su filia gracias a que es quien narra los eventos.

Por supuesto, el discurso de Humbert es a los ojos de muchos una justificación forzada de sus actos que tiene como único propósito evadir responsabilidad, por ello, lo que relata sobre la causa de su padecer es dejado a un lado al considerarse como engaño. Ahora bien, lo que dicha interpretación demuestra es una omisión de las partes que constituyen la obra y, por lo tanto, evidencia un claro error en el proceder; el sentido de un texto brota de la escucha, necesariamente debe ser de la obra en cuanto totalidad. 

¿Qué tal si el primer acceso que ofrece Nabokov a la condición de Humbert ha sido ignorado a causa de nuestros prejuicios? ¿Cómo puede alguien no tomar con seriedad las memorias del aparente villano? Cuando el personaje nos comunica que: «en realidad, Lolita no hubiera podido existir para mí si un verano no hubiese amado a otra niña iniciática», lo que hace es mostrarnos su autopercepción del asunto, es por completo la experiencia en primera persona. Humbert desconoce, pero intuye, siente, cree que su declive fue producto de la pérdida de su primer amor a la temprana edad de 13 años. Veamos el relato de manera más amplia:

Rememoro una y otra vez esos infelices recuerdos y me pregunto si fue entonces, en el resplandor de aquel verano remoto, cuando empezó a formarse en mi espíritu la grieta que lo escindió hasta hacer que mi vida perdiera la armonía y la felicidad. (…) Estoy persuadido, sin embargo, de que en cierto modo, fatal y mágico, Lolita empezó con Annabel. 

Sé también que la conmoción producida por la muerte de Annabel consolidó la frustración de aquel verano de pesadilla y la convirtió en un obstáculo permanente para cualquier romance ulterior. 

A la luz del texto, Humbert es un hombre más o menos consciente de que la plenitud de su vida fue interrumpida, es capaz de identificar un antes y un después de aquella experiencia erótica. Cabe agregar que, para Humbert, Annabel  representa el primer acercamiento, no sólo romántico, sino también de tipo sexual de su vida, el cual no pudo ser llevado a término por la constante vigilancia que ejercían los padres, tíos y cuidadores; y, posteriormente, por la enfermedad que le arrebató a ambos cualquier posibilidad de reencontrarse. Dicho esto, ¿podría ser el villano también víctima? Se abre la interrogación porque de ser, en efecto, el evento con Annabel el desencadenante de la patología, Humbert está a disposición de sus pulsiones, del goce. En este punto, revisando todavía los prejuicios con los que se aborda cualquier obra, es importante traer a colación el discurso del psicoanálisis desde el cual se sustenta aquella mirada a la psique de Humbert. Nos apoyamos en ese recurso porque logra consolidar una perspectiva bajo la cual el personaje no representa la monstruosidad, sino la enfermedad. 

Para el hombre de 40 años que es Humbert cualquier tipo de relación romántico-sexual con menores es delito y, según Lacan, la prohibición es la que da paso a la perversión.

Al morir, Annabel se convirtió para Humbert en una clase de objeto imposible, por lo que tiene sentido que él mismo asocie esa época con el inicio de su condición. De hecho, es el mismo personaje el que expone de manera muy clara que siguió buscando niñas semejantes a Annabel, pero en esa búsqueda envejeció y ya no le era lícito acercarse a ellas. Lo que arroja la anterior cita es que sí existe en Humbert una rendición al goce en el momento del primer contacto físico con Lolita porque transgredió esa ley moral y social que indica que la relación con ella es indebida. El que Humbert ya no pueda detener dicho nexo con Dolores es una muestra clara que no se habla de placer (propio de los neuróticos) sino de goce.

Con esto, cabe aclarar, no buscamos sentar como hecho la condición clínica de Humbert, sino que revelamos un matiz que ofrece la obra literaria acerca de la vida de este personaje antes de conocer a Lolita para quizás comprender el porqué de los acontecimientos. 

Hemos llegado al punto de la discordia: Lolita. En realidad identificar el problema y los actos perversos de Humbert es tarea fácil, máxime cuando los valores de la cultura previamente los catalogan como malos, pero Dolores Haze, por su condición de niña está permeada por otras concepciones que dificultan en sobremanera poder emitir juicios que no sean a favor. Otra de las dificultades en el abordaje del mentado personaje es que se le ve desde los ojos de Humbert; lo que se sabe de Lolita es un montón de sucesos y conversaciones que están atravesadas por la perspectiva del otro personaje, por lo que la objetividad es un elemento incierto.

Ser justos con Lolita, entonces, es un acto sumamente complejo; si la protegemos invocando su inocencia podemos haber sido engañados, si decimos que actuó a voluntad corremos el riesgo de haber confiado demasiado en las memorias de un enfermo. Ni siquiera Nabokov da luces acerca del personaje que él mismo creó y esto deja al lector sin más camino que buscar pistas en lo escrito. La base, sin más, es también para nosotros el relato de Humbert.

Lolita es hasta cierto punto de la historia lo que es convencionalmente una niña: rebelde, risueña, cruel, soñadora. Y nos introduce en un estado de preocupación el que esas descripciones sean brindadas por el desconocido que habita su casa. Humbert, a pesar de todo, no la corrompe, no pasa el límite; no obstante, llegando a la página 84 del libro, cuando Dolores debe partir hacia su internado ocurre lo siguiente:

miró hacia arriba… y corrió a la casa. Haze la llamó furiosa. Un instante después, oí cómo mi amor corría escaleras arriba (…) Lolita apareció jadeante con su vestido dominguero, y cayó en mis brazos. ¡Y entonces la boca inocente de mi adorada, que temblaba como un flan, se fundió bajo la feroz pasión de unas oscuras mandíbulas masculinas! Inmediatamente, la oí, —viva, inviolada— bajar las escaleras.

Inicialmente para comentar esa sección de la novela uno se pregunta: ¿Por qué Lolita no evade el peligro? ¿No es víctima sino voluntaria? Por supuesto, responder precipitadamente esas cuestiones llevaría a una deformación de toda la historia, a una imposibilidad de comprensión en cuanto sólo se toma en consideración ese primer choque con la lectura. De nuevo, encontrar el porqué de ese acto es para nosotros algo que raya en lo improbable en la medida en que el acceso al pensamiento de Dolores es muy limitado. Lo que sí podemos decir es que el comportamiento del personaje constantemente en la novela impresiona al lector puesto que implica un pensamiento que no corresponde a la inocencia; lo que dirige una considerable cantidad de los actos de Lolita es el interés, la manipulación, el engaño. Entre las posturas que se destacan sobre este libro se encuentra aquella en la que se alega que todo ello no es más que un medio para alejarse del abusador, la cual podría ser válida sólo si se ignora cuál fue el destino de Lolita después de abandonar a Humbert. Grosso modo, Lolita huye con un dramaturgo del que estaba enamorada un poco mayor que Humbert que le promete una oportunidad para entrar a Hollywood, este personaje llamado Clare Quilty tenía a su disposición a varias niñas y niños a los que hacía desnudarse para grabarlos imitando obras de Sade. 

Lolita no podía ser salvada como pensó la ficción de John Ray en el prólogo, algo inconsciente operaba en ella. Esto se sustenta desde tan temprano patrón destructivo: primero Humbert, después Quilty, ambos pedófilos. Pero en Lolita, como en Humbert, podemos extraer un matiz y es que si bien parece ser voluntaria, ello no quiere decir que fuera merecedora de la situación, sino que es víctima de su propia estructura. 

Quien no es libre para decidir es víctima, Lolita es rehén de sí misma sin saberlo. El desconocimiento de su condición inevitablemente la hubiera llevado a cruzarse una y otra vez con cantidades desconocidas de Humberts y Quiltys. Los actos volitivos de la niña de 12 años sólo en apariencia resultan reprochables. 

Sin más, Lolita efectivamente representa un problema hermenéutico por el tópico, por la censura, por quien narra la historia, por un uso constante de parte de Nabokov de elementos de confrontación. La posición sobre la lectura nunca es estática, nunca es definitiva. Quien se atreva a decir con seguridad que existe binariedad: bien y mal, blanco y negro, quedó perdido en los puntos medios de la novela. 

Mi propósito no era una lectura objetiva de Lolita, sino una adecuada: exponer uno de los sentidos que resultan de ella a causa de una mirada a lo que hay detrás de cada acto. En esa praxis de la hermenéutica que cada uno hace, se llega al final con diferentes sentidos, quizás unos más a favor de un personaje que de otro, quizás, como en este caso, conservando neutralidad para no cometer más injusticias con Humbert y Dolores; a ellos, como personajes y como parte de la obra, sólo nos queda comprenderlos.

 

Referencias bibliográficas

Deleuze, Gilles. (1996) Crítica y clínica. Barcelona, España. Editorial Anagrama S.A.

Gadamer, H.G. (1999) Verdad y método I. Salamanca, España. Ediciones Sígueme S.A.

Lutereau, Luciano. (2013) La concepción lacaniana de la perversión en el Seminario 10. V Congreso Internacional de Investigación y Práctica Profesional en Psicología. Buenos Aires, Argentina.

Nabokov, Vladimir. (2016) Lolita. Barcelona, España. Editorial Anagrama S.A.


 

* Valentina Hernández Rivera es estudiante de Licenciatura en Filosofía de la Universidad Tecnológica de Pereira. Cofundadora y editora de Vertientes – Revista de estudiantes de filosofía.

Literariedad

Asumimos la literatura y el arte como caminos, lugares de encuentro y desencuentro. #ApuntesDeCaminante. ISSN: 2462-893X.

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