Guapas y migrantes en el Ciclo ‘Estrenos en Pereira’

Imagen: Andrés Felipe Rivera

Una telenovela de Guapas (2019) Docuficción

Dirigido por: Daniel Aguirre. 

Por: Daniela Gaviria

En el cineclub creemos en el poder de la ficción. No como algo que está separado de la realidad sino que se funde con ella y que lleva a entender, reflexionar, celebrar y denunciar el mundo en el que existimos. Durante la primera semana de nuestro ciclo especial Estrenos en Pereira pudimos ver las historias de diferentes mujeres que, desde contextos muy distintos, encontraron en el cine y en la ficción una forma de narrar sus vidas, de resistir contra ambientes hostiles y resignificar pasados dolorosos. Las historias que cuentan sus protagonistas no se quedan en lo meramente figurativo: dan cuenta de sus mundos y terminan por cambiarlos.

Una telenovela de guapas existe en ese espacio entre la ficción y la realidad  gracias a una colaboración horizontal entre realizadores audiovisuales y Las Guapas: Juliana Bernal, Sara Ángel, Laura Daniela Ospina, y Shaira Maritza. Ellas son un grupo de mujeres trans y activistas pertenecientes al colectivo Armario Abierto, una organización  comunitaria que lucha por los derecho de las mujeres trans que ejercen el trabajo sexual en la ciudad de Manizales, Caldas. 

El director, Daniel Aguirre, vinculado a los procesos de Armario Abierto,  había apoyado algunos proyectos anteriores cuando les propuso hacer una telenovela. Eligieron este formato por ser un lenguaje con el que la mayoría de las personas en Colombia están familiarizadas, y  desde ahí buscaron canalizar todas sus experiencias e ideas. Este proceso de creación conjunta apuntaba también a la educación y a lo audiovisual como herramienta para fomentar diálogos de tolerancia. Hacer una telenovela resultaba simplemente perfecto. Las Guapas supieron inmediatamente qué querían contar y, como toda buena telenovela, esta habla de amor y  venganza. El villano y objeto de la venganza fue también una decisión fácil: un policía. 

«Decidimos enfocarnos en la policía porque ellos siempre nos han atropellado, han pasado por encima de nuestros derechos así que de ahí surgió la idea de hacer la telenovela, de que fuera un policía y pudiéramos darle su merecido» Cuenta Daniela Ospina. El policía de la telenovela tiene nombre propio, pues basaron el personaje en un comandante que durante mucho tiempo se encargó de perseguirlas. 

«Todas nos hemos visto afectadas por la policía. Y esto nos hace botar un poquito de odio por medio de la novela.»  Nos dice Shaira Maritza. La violencia policial continúa siendo un tema tristemente vigente en Colombia, y ellas, como mujeres trans  y que además trabajaban en la calle, son particularmente vulnerables al poder opresivo y patriarcal de la policía. En la telenovela, la ficción se convierte en lo que pone en símbolos todas sus luchas y una vida entera de resistencia. Al final del cortometraje, de tono alegre y optimista, nos damos cuenta que el centro de la historia es la celebración  de la amistad y el amor que las une y sostiene. Las Guapas no solamente se vengaron de la policía y en general de una sociedad hostil para ellas, sino que además celebraron sus vidas. Esta resistencia que, según sus propias palabras, las hace quienes son. A través de las historias que cuentan acerca de ellas mismas, de sus formas de nombrarse y de afirmar sus vidas e identidades,  cambian el mundo que las rodea. Ellas mismas se dieron un nombre y se lo dieron también a una calle entera en Manizales. El sector donde trabajaban ahora se llama la Calle de las Guapas, donde actualmente  tienen un refugio transfeminista. En conjunto crearon un canal en youtube «Notiguapas», donde continúan haciendo activismo a través de lo audiovisual. Shaira Martiza por su parte,  escribió un libro Guapa, sobre su vida y sus logros. 

«Toma mucha fuerza para ser lo que uno quiere ser» dice Daniela Ospina con orgullo. El amor, la amistad y la familia que han encontrado las unas en las otras, a pulso y a resistencia, es la  gran vencedora. Al final de la telenovela, las Guapas se abrazan y el policía, derrotado, se aleja de la toma cojeando.  

Y si toca volverlo a hacer, ¡qué rico! Dicen entre risas.

Tráiler del cortometraje.

Conversatorio con Las Guapas y el equipo de realización.


Sueños en el desierto (2018) – Documental

Dirigida por: Angélica Valverde

Por: Jhon James Gutiérrez

Aprovechando el hecho de que Sueños en el desierto es un documental narrado en primera persona, quiero iniciar este texto en la misma tónica y diciendo algo personal: mi mamá hace un par de años tuvo la oportunidad de viajar a Estados Unidos y España y uno de sus mayores miedos (entre todos los que sentía) era el de abrir la boca y revelar, con el acento y las expresiones, su colombianidad. A pesar de que no sufrió algún tipo de rechazo, el miedo no la abandonó desde el primer hasta el último día que estuvo en tierras ajenas a la suya. Probablemente no tuvo que vivirlo debido a que tampoco tuvo mucha oportunidad de relacionarse con más gente o, quizás, como lo mencionaba Angélica Valverde (directora y protagonista del documental), la xenofobia que existe, al menos en España, es «más solapada»: de miradas, de comentarios en secreto, de creencias internalizadas. Sea como sea, si es difícil vivir con ese miedo y en un lugar donde existe ese tipo de xenofobia solapada, no logro imaginar lo complejo que debe serlo en otra parte donde, en la cara, te están diciendo que eres un colombiano traficante y ladrón.

Esta experiencia es la que captura Angélica en su documental, rodado durante el tiempo que vivió en Chile, y el ser colombiana es tan solo la punta del iceberg de un montón de líos interseccionales, como ser mujer, ser pobre, ser negra, etc. en un país donde el problema de la xenofobia y el racismo empieza desde las instituciones y desciende hasta el ciudadano de a pie.

Angélica narra en Sueños en el desierto lo que vivió en Antofagasta, una ciudad minera al norte de Chile que desde hace más de una década es uno de los destinos más reconocidos de la diáspora colombiana[1] y, por ello, ha sido el sitio de tensiones entre chilenos y colombianos. Angélica, proveniente de Cali, llegó a Chile tras siete años de vivir en España sin tener idea del choque cultural que le esperaría. «Volver a América Latina para mí era algo positivo, como volver un poco al entorno cultural del que yo era», comentó en el conversatorio sobre la película.

Sus propias vivencias relacionadas a ese amargo recibimiento no son lo único que existe en esta historia, ya que las voces de otras dos mujeres que emigraron en busca de sus sueños aparecen en el documental, las cuales son Rafaela, actriz afro, y Carmenza, putumayense víctima del desplazamiento forzado. He aquí un curioso contraste en la película: Angélica, ante el rechazo de los chilenos, decidió esconder su nacionalidad en lo posible, mientras que Rafaela y Carmenza gritan (figurativa y a veces literalmente) que son colombianas. La primera hace de la ficción una forma de responder a todos los estigmas sociales, cantando sobre el orgullo de ser negra y montando obras de teatro donde los asistentes son perseguidos o se les dice clasistas y xenófobos en la cara mientras que la segunda, con su sencillez, combate dichos estigmas a través del día a día, trabajando y subsistiendo simplemente siendo ella misma, sin ocultar quién es, relacionándose con los demás dejando de lado el miedo a que su acento la delate.

En el documental hay una arista de este tema que no se aborda pero que, afortunadamente, Angélica lo mencionó en la charla posterior a la exhibición online de la película y es lo que hacen los organismos estatales chilenos en cuanto a los inmigrantes: «El discurso [del gobierno] era muy racista, básicamente: ‘el desempleo se causa porque hay demasiado inmigrante y lo que generamos es un filtro a los inmigrantes pobres’. Pero además de pobres, en realidad eran negros, yo me daba cuenta», dice respecto a los controles migratorios, refiriéndose a ese filtro como una especie de «colorímetro».

Como lo pueden ver (y como lo pueden imaginar para quien lee esto sin haber visto aún la película), Sueños en el desierto es una obra sumamente personal, perteneciente a esta autorreflexiva línea de documentales en primera persona, donde los relatos de la gente común tienen más importancia que las voces de expertos que uno oiría normalmente en cualquier documental estándar. Algo importante a resaltar aquí, sobre todo para cualquier nuevo realizador, es que una película contada así no equivale a una ausencia de bases sólidas en investigación, y Angélica enfatiza en ello. Su afinidad por el documental proviene justamente de su gusto por lo previo al rodaje, es decir, toda la búsqueda bibliográfica y el trabajo investigativo.

Cierro este texto con otro comentario personal: Angélica dice que, si no fuese directora, le hubiese gustado ser bailarina profesional, lo cual me hace pensar en Maya Deren y Andrea Arnold, ambas también directoras (y bailarinas) que ven el cine como un baile. En el cineclub tendremos que explorar en algún punto esa relación entre ambas artes.

Tráiler del largometraje.

Conversatorio con Angélica Valverde.


[1] Aunque no estamos seguros de la cantidad de inmigrantes colombianos en Antofagasta, según El País se estima que hay al menos 19.000.

Cámara en Mano

Cineclub pereirano dedicado la divulgación, crítica y análisis de cine desde sus dimensiones éticas, políticas y sociales.

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