Foto: Miguel Gaviria
En nuestra edición de enero-febrero de 2021: El nuevo fin del mundo, les presentamos una selección de poemas de Angie Arango (*) que caminan al borde del lenguaje, sin miedo a la caída ni al incendio.
Los siguientes poemas corresponden al proyecto Exilios mínimos, compuesto por dos capítulos: Anaqueles del abismo y Finis Terrae.
II
Esta es mi certeza.
Lo trivial se escribe después de comerse las uñas.
Un dios descansó al séptimo día
me rindo dijo.
Un dios sabe que muere con su creación.
Un dios sabe que su existencia es irrefutable hasta el día de su descanso.
Nos acostamos a la deriva del día
dormir, soñar y vivir son rendiciones pequeñas.
Esta es mi certeza.
Somos hijos de la derrota divina.
Dios fue mejor cuando era tigre
cuando era nada
cuando su nombre no era promesa.
Esta es mi certeza.
El paraíso está definitivamente perdido.
El árbol más hermoso, no es este
porque si lo fuera
solo sería un árbol de ramas débiles que caen y alimentan la tierra.
El árbol más hermoso
duerme con el canto de las polillas y persigue la luz de una farola.
El árbol más hermoso
sabe que la noche guarda palabras espantadas de horror al saberse dichas.
El árbol más hermoso es el refugio de Safo.
Esta es mi certeza
mis ojos son el puerto de la isla donde no llega tu sombra.
El tiempo vendrá a sacar mis ojos,
apretará el corazón, susurrará torturas
y al final
con total refinamiento me arrastrará al polvo de los amores no correspondidos.
Esta es mi certeza
mi espera será la amante de las utopías que me he negado.
No importa las mil muertes del alma
mis piernas sostienen la tierra.
No importa el eco incesante de tu ausencia
mi espalda tiene un mapa para volver a casa.
III
Desígneme, usted sabe mi nombre.
Todos los rostros que ha visto, son su rostro.
Todos los días que ha vivido, son su vida.
Nació, desde luego, y quedó aquí con los bordes filosos y el cuerpo transparente sobre el pavimento.
Recuerde.
Los retratos del fin del mundo solo se ven a la mañana siguiente.
Cuando inició la caída, la espera se detuvo
todo aquello que estaba cercado se abrió sin propósito.
Las Amazonas se fugaron de las pupilas de un dios
cayeron aturdidas y sin nombre en la mitad de la calle del Orco.
X
Yo confieso
son días para dormir con la ventana abierta
para sentirse menos sola a la media noche mientras el cuerpo apenas móvil respira.
Miedo y culpa
Miedo y culpa
Miedo y culpa
Miedo y culpa
¿Qué tanto amaste? ¿Qué te hacía reír? ¿Qué te dolía? ¿Qué peso llevaste? ¿Qué cosas no me dijiste? ¿De qué magnitud es tu libertad?
Libertad y desamparo
Libertad y desamparo
Libertad y desamparo
Libertad y desamparo
El justo medio de las palabras que no hieren es el silencio que cobija las noches. La ausencia de preguntas no sanará tus dolores, eso lo sabes, pero es lo más parecido a las geografías donde anhelas exiliarte a diario.
Amén.
XIV
Cualquier palabra quiebra los andamios de las horas.
Se forman barbas blancas en la tierra.
La mirada puede ser un vehículo perezoso.
Pienso en ustedes
las caras deformadas por la espera
se mezcla en la arena de un novenio.
Estás tú y está él.
Confieso que en ninguno de mis sueños estoy yo
y aun así, deseo que al final de estos amores también me recuerdes.
Así también quiero que me recuerdes
cuando salte de la risa al llanto
cuando pase de verde a negra
cuando el ritmo del corazón cambio por el son de la tierra y la madera
cuando a nuestro árbol se le cayeron las hojas
así también quiero que me recuerdes
en este día cuando las lágrimas acabaron por llevarse lo que la segadora desechó.
Arde Estocolmo y un cerezo florece en Japón.
La simultaneidad es una risa absurda.
No me atrevo a decir que soy feliz
sin embargo cada vez que el beso dice torpemente amo
brota adoración
el deseo de vivir la intensidad de sabernos aquí.
Estoy en amor con vos.
¿Sabes?
El corazón es un hogar posible
abandonado y desalojado a diario convive el desorden con la quietud.
XVIII
Un lamento no repara
Hay que estar rotos.
Yo caigo, me escurro, me pierdo
eventualmente me agotaré por completo;
incluso caer es una fiesta.
Hay que caer, defraudar
ofrecer un puñetazo limpio de verbo transitivo
escuchar el rumor de lluvia en las palabras.
Saberse número del reloj
multitud de ejércitos inútiles para el tiempo.
Todas las noticias llegan tarde
nos enteramos de estar muriendo muchos años después de iniciar la caída.
Perdemos todo cuando creímos que era nuestro.
Jamás vuelvas a casa
busca mis ojos en la estrepitosa caída.
XXIV
Esperamos a ser nombrados
que el nieto de Barakil, Matusalén y Edna
angustiado por la furia de los flamingos
invocara el agua y gritara
porque nuestro reino no termina en el cielo dichosos los raros.
Creímos que el fuego de la tierra sería nuestro
pero a fuerza de repetir y retorcer la lengua el elegido calló
fuimos domesticados.
Con el asilo negado
a la sombra de babel aprendimos
nos reventaron las bocas, nos tiraron a la tarde,
la lengua negó al padre, nació madre.
Lengua que besa con furia y rompe
nuestro nombre es todos los nombres.
XXV
Lady Cristal sal a la calle deja el rosedal de la abuela detente y escucha
El dios de tu casa,
es fundamentalmente un comerciante
dueño de una inmobiliaria
te sacará hoy a la calle.
Tu licencia de hábitat expiró
el último pagaré no te respalda,
el karma te alcanzó.
¿Tienes fondos para alquilar otro cuerpo?
Siempre, siempre
peor amoblado, ubicación cada vez más incómoda.
La reencarnación es una casa de empeño.
XXVIII
Escribo cartas como postales alegres de mi partida
los daguerrotipos de tu cara en mi memoria agarran mi mano
en callejones, vagones y camiones tu existencia no me desampara.
Afuera la plaga corta la piel del transeúnte
y las fronteras de caravana bípeda
crean el calor de hogar
se alejan a marcha lenta
sueñan con llevar la ternura sobre una bicicleta entre las calles de El Paso
Las sombras plateadas de la noche
sostienen las cuatro patas de la mesa,
y en el piso las constelaciones sin nombre iluminan tu cara.
Me acerco al borde y sueño
cuando las bancas del parque naufraguen de ausencias
y las hojas bailen en remolinos desde el sur
dos o tres nidos caerán a tu diestra
aprendimos a narrar para olvidarnos
(*) Angie Arango (El Doncello, Caquetá, 1988). Profesional en ciencias sociales y humanidades. Resido en la ciudad de Bogotá desde la década del 90 y he realizado mis ejercicios de formación y exploración entre Bogotá y Risaralda. Soy docente universitaria y participante de la colectiva artística Veladas. Mi oficio vital cotidiano descansa en la exploración de gestos poéticos entre la lectura, la escritura y la reflexión sobre los dispositivos leer-escribir, en ese sentido me pregunto por formas de escritura donde esté presente la materialidad (no solo la imagen evocadora) el cuerpo y la memoria. Actualmente se encuentra en proceso de edición mi primer poemario: Señales ingrávidas, con la editorial Fallidos (Medellín-Colombia).