«Profeta», un cuento de Sergio Augusto Sánchez

Foto: T. Q.

 

En nuestra edición de enero-febrero de 2021: El nuevo fin del mundo, les presentamos un cuento de Sergio Augusto Sánchez (*) que narra los últimos días de Bucaramanga y la venida de un simpático personaje que, de seguro, les enamorará.

Este cuento pertenece al libro Forasteros, ganador de la Beca de creación de obra literaria inédita del Instituto Municipal de Cultura y Turismo de Bucaramanga en la convocatoria Bucaramanga, cree en tu talento (2019).

 

 

I

Huyó de su casa a una edad temprana. Algunos dicen que aquella, su casa, estaba en algún lugar de los llanos venezolanos, pero nada en su aspecto la delataba, nada en su acento la delataba. Pasaba por todas y cualquiera de las habitantes del trópico. Caminaba despacio, como los que saben que el recorrido es largo. Aunque era extraño verla sola por el borde de la carretera, sus ojos estaban tan fijos en sus propósitos que nadie se metía con ella.

            Bajó del páramo. Ya antes la habían visto en Pamplona, Cúcuta y Villa del Rosario, de ahí el mito de sus orígenes en tierras bolivarianas; pero no fue sino hasta que pasó por Morrorrico cargando todavía con el frío de Berlín en sus huesos, que la gente se percató de su existencia. Cuando entró a Bucaramanga, los búcaros notaron su presencia y aunque les sorprendía su aspecto, nadie se atrevía a cruzar miradas con ella. Tardó cuatro horas en moverse desde el batallón hasta la ciudadela Real de Minas. Allí buscó el parque más grande que encontró, se recostó sobre la grama y durmió profundamente ante la mirada de uno que otro curioso. Así terminó su primer día, había llegado a la ciudad.

 

***

 

            Cuando despertó, la rodeaban dos hombres, eran las nueve de la mañana y el sol calentaba. Los hombres discutían sobre cómo iban a sacarla de ahí. Ella abrió los ojos y eso fue suficiente para que se callaran. Sus pestañas eran largas, coquetas si se quiere. Se levantó del suelo y se estremeció. Tráiganme agua, que tengo sed. Los hombres intercambiaron miradas, de vergüenza, más que de sorpresa. Uno de ellos fue hasta el camión en el que, minutos antes, habían pensado subirla para robarla y volvió con un bidón de agua que ofreció en una especie de reverencia. El otro hombre observó cómo su compañero le daba de beber y sus ojos se llenaron de lágrimas; sentía que su vida, a partir de ese momento, solo consistiría en servirle. De ese modo, ambos hombres abandonaron sus deseos criminales y pasaron todo el día sirviendo a la vaca que les daba indicaciones. Trajeron forraje, una manta que ella rechazó, trajeron sal, melaza y con unas pinzas la revisaron de lomo a rabo en busca de garrapatas que pudieran molestarla. La vaca solo les pidió protección y que guardaran el secreto de su habla. Así transcurrió el lunes.

            Hacía frío y los dos hombres descansaban sobre la vaca escuchando el latido de su corazón porque así se los había pedido ella. Toda la mañana transcurrió entre preguntas que, hasta ahora, se atrevían a hacerle mientras caminaban alrededor del parque ante la mirada molesta de gente mayor que los veía con reprobación. Tengo una misión, explicaba ella, pero no les daba más detalles. Ellos querían saber si siempre había podido hablar, si acaso hablaban todas las vacas o ella era especial, pero la vaca solo caminaba, rumiaba forraje y callaba.

            Al cabo de unas horas, apareció una moto con dos policías que interrogaron a los hombres, uno de ellos tenía antecedentes y se lo iban a llevar a la estación para revisar con detalle su expediente. El otro estaba limpio, pero se lo llevarían también porque estaba prohibido pastorear una vaca en un parque municipal. Un vecino de bien había llamado al cuadrante para reportar la escena de la que sus ojos no daban crédito. Deténganse, ustedes también deben quedarse conmigo, les dijo la vaca. Archila y Vergara, los policías, se quedaron también para servirle. Ante la sorpresa del vecino preocupado, la vaca dormía rodeada de ladrones y policías cuando el sol comenzó a brillar, la mañana del miércoles.

 

***

 

            Ustedes me han cuidado bien, dijo la vaca, me dieron calor cuando tuve frío, agua para calmar la sed, curaron las heridas de mis patas y me alimentaron con el mejor forraje que pudieron conseguir. Por todo, estoy muy agradecida. Hablaba despacio, no tan despacio como rumiaba, pero sí como si hubiera rumiado en su mente todas las palabras que tenía por decir, como si cada una de sus vocales y consonantes obedecieran a un libreto aprendido de memoria con cada uno de los pasos que había dado para llegar hasta ese lugar. Rara vez movía la cabeza pero cuando lo hacía, el movimiento estaba adornado de esa hermosa sutileza que tienen los bailarines de ballet. Ahora debo pedirles un favor, resopló un instante, traigan a mí al mayor número de personas que puedan, avisen que tengo un mensaje para este lugar y todos sus habitantes.

            Los hombres se miraron entre sí porque conocían a sus conciudadanos, escépticos totales que no darían crédito a lo que tenían para contarles. Pero sabían que negarse no estaba dentro de sus posibilidades porque adoraban a la vaca, su magnetismo era único e imposible de evitar, sus palabras resonaban más allá de sus oídos, llegaban directo a esa parte del cerebro donde se guardan los recuerdos infantiles, los orgasmos, el olor de la inocencia. Se distribuyeron tareas, porque aunque la vaca les pedía irse a los cuatro extremos de la ciudad, no querían dejarla sola. Ella resopló y les interrumpió. ¡Tontos! ¿Acaso creen que algo puede pasarme? Estaré bien hasta que termine de hacer lo que vine a hacer. Cumplan con lo que les pido y no regresen más, esta es nuestra despedida, sigan sus caminos por el mundo. Los hombres lloraron, la abrazaron, le besaron la joroba y se marcharon con una sensación extraña en el pecho y un nudo en la garganta. Así terminó otro día.

 

II

            Para el mediodía del jueves, el parque estaba lleno, era una fiesta de música, vendedores ambulantes de pinchos de pollo (por respeto a la vaca), asadores de mazorca, vendedores de algodón de azúcar rosado y celeste, melcochas, pelotas de colores que rebotan atadas a la mano, peto, limonada de panela y sin panela pero ambas con refill. La vaca rumiaba en una esquina del parque ante la mirada de hombres y mujeres adultos que la admiraban con fascinación, miedo y algo que no entendían, pero que se parecía al respeto. Ni los niños ni los perros se atrevían a acercarse lo suficiente como para molestarla; hasta que terminó de rumiar.

            Todos le abrían paso sin que ella se hubiese pronunciado todavía. La concurrencia sabía que debía hacerle una calle de honor a esa vaca a la que no molestaban ni las moscas. Ella se acercó al centro de la plazoleta del parque, donde un grupo de teatro había levantado una pequeña tarima que desocuparon en una rápida coreografía ante su llegada. Resopló y movió la cabeza. La música cesó, era como si todo el planeta se hubiese detenido en ese instante. Búcaros, he venido desde muy lejos para advertirles…

 

***

 

Durante dos horas, la vaca estuvo hablando a su congregación. Los humanos y los animales tienen el mismo origen, no deberían maltratarse entre sí.

            —¿Acaso la vaca nos pide que nos volvamos veganos?

            —No creo que se trate de eso, la cuestión radica en que podamos convivir entre todos sin problema, que no nos maltratemos innecesariamente. Si el zancudo necesita nuestra sangre, nosotros podemos necesitar un vaso de leche o…

            —Por supuesto que debemos volvernos veganos. Se supone que los animales deben ser animales, no carteras o zapatos, no el 90% del menú de un restaurante.

            Era difícil de entender, pero uno que otro emprendedor aprovechó para cancelar su idea de vender empanadas pollo-queso, arroz-carne-y-huevo o hawaina, que de todas formas lleva jamón para contrastar con la piña. El cielo comenzaba a tomar tonalidades naranja y el debate continuó entre los presentes. La vaca comenzó a rumiar. Un hombre de bigote tomó el liderato y se atravesó entre la multitud y la vaca.

            —¡Amigos, es suficiente por hoy! La vaca debe descansar. Regresen mañana.

            La vaca asintió con la cabeza. Así terminó el jueves.

 

***

 

El viernes, desde muy temprano comenzó a llegar la gente. Parecía como si toda la ciudad estuviera ahí. Todas las autoridades del municipio estaban desplegadas en el área para evitar desórdenes. El canal regional transmitía en directo para que aquellos que no lograban acercarse al barrio Real de Minas, pudieran ver a la vaca en las pantallas que se dispusieron en los otros parques del área metropolitana. La vaca caminó hacia su tarima y hubo silencio, silencio total, hasta que decidió hablar:

            Los humanos no deben maltratar a otros humanos. Entre la multitud hubo aplausos, lágrimas de emoción, mientras la vaca rumiaba sus ideas. Escuchen. La calle bañada de luz solar se cubrió de nuevo con silencio. Se han roto los cinco sellos, venimos todos del polvo y al polvo regresaremos… pronto. Esta vez el silencio se tiñó de preocupación. La vaca se recostó.

            —¿Es una amenaza?

            —Claro que no, la vaca no es mala, nos está advirtiendo.

            —¿Debemos irnos?

            —Creo que se trata de algo más, quiere decir que en nuestros corazones está la capacidad de rehacernos.

            —La vaca es una profetiza, pero por qué las profecías vienen de ella, ¿y Dios?

            Un mugido cortó los murmullos.

            —Shhhh… No intenten complicar esto.

Ahora una mujer de vestido estampado con girasoles se atravesó entre la muchedumbre y la vaca.

            —¡Mañana! Amigos, regresemos mañana.

La vaca resopló y todos sintieron aquello como una aprobación.

 

***

 

Con el alba del sábado, ingresaron al parque hombres y mujeres vestidos de blanco, niños y niñas también de blanco cantando y quemando incienso. Se autodenominaron Siervos de la vaca y la rodearon y adoraron mientras la vaca los veía fijamente. Luego llegaron los vendedores de fruta: mangos verdes, aguacates, piña, sandía y uvas. Los periodistas, los migrantes, los estudiantes, las asociaciones sindicales y autoridades policiales. A las diez de la mañana, nuevamente la mar de gente impedía que el sol llegara a tocar el asfalto de las calles. La mañana estaba fresca y todos esperaban las palabras del día, un mensaje.

            Los pájaros limpiaban a la vaca, picoteaban su lomo, su joroba, le revisaban la cruz mientras ella meneaba el rabo de un lado a otro. Una mujer se acercó con un palangana de agua fresca y la vaca bebió.

            —¿Qué nos va a decir hoy?

            —Espero que sea algo en contra del consumismo. Estamos llenándonos de basura por todos lados, microplásticos, cosas que no se pueden reciclar y terminan en el mar.

            —Por favor, la vaca apoya al gobierno, se sabe, mañana viene el presidente a condecorarla.

            —No creo que a la vaca le importen las medallas, son objetos para alimentar el ego de los hombres, ella está por encima de eso.

            —Pues ojalá que se oponga a la minería y al fracking.

            —Desde luego, imposible que apoye algo así.

            —Uno ya ni sabe.

La vaca se levantó y con la parsimonia a la que tenía acostumbrados a sus seguidores, se aproximó a su púlpito donde habían instalado micrófonos para tener el audio registrado con mejor calidad y amplificar su voz en todo el oriente del país. Aunque caminaba despacio, parecía más grande y fuerte que antes, un ejemplar cebú único, especial.

            Frente a los micrófonos, la vaca se lamió el hocico antes de empezar a hablar. El fin está cerca. Los hijos pagarán por los pecados de los padres. El tiempo del hombre ha llegado a su fin. Paz y amor para todos. Ante la sorpresa de la multitud, la vaca se recostó sin darle importancia al pánico que comenzaba a acrecentarse. Los pájaros volvieron a posarse sobre su lomo para limpiarla.

            —No es justo, ¿por qué nadie nos avisó antes?

            —No podemos pagar por los errores de los demás, yo reciclo.

            —Señora vaca, ¿por qué hasta ahora sabemos esto?

Siempre lo supieron, les enviaron las lluvias atípicas y los vientos pestilentes del sur. El mensaje siempre quiso viajar hacia ustedes, primero se les advirtió por medio de las hormigas culonas, los diablitos, las cigarras o las cucarachas voladoras, pero ustedes hicieron oídos sordos y asesinaron a los mensajeros. No es culpa suya, no es personal, todo tiene un final.

            Miedo, tristeza y desesperanza. Las madres abrazaron a sus hijos en llanto. La vaca les había traído un mensaje de oscuridad.

            —¿Qué tan cerca está el fin? Porque siempre ha habido conatos de apocalipsis, la guerra, un asteroide, una inundación…

            El cielo se estaba cerrando despacio. Hacía calor y en los puntos de comercio de la ciudad comenzó un saqueo generalizado. Hubo riñas, estampidas de gente que quería evacuar la ciudad. Un escuadrón de policía rodeó a la vaca para protegerla, pero una turba rompió el cerco policial y antes de que la vaca pudiera controlarlos con su fuerza telepática, un matarife le atravesó la garganta. Los perdono, alcanzó a decir mientras se desangraba.

            El cielo se cerró del todo y comenzó a tronar, una nube de cucarachas voladoras cubrió los aires y comenzó a atacar a cuanto humano se atravesara por su camino. En el parque armaron unas brasas y comenzaron un asado con el cuerpo desmembrado de la vaca que otrora habían seguido con fervor. Con ese mismo fervor masticaron y engulleron las carnes y vísceras de la res. La lluvia cubrió toda la meseta. El asado calmó el terror y todos comieron de la carne de la vaca y bebieron de su sangre. Hubo alegría entre los presentes, a pesar de que los disturbios continuaban en varios puntos de la ciudad.

            —¿Está temblando?

            —No… Sí… ¿A ver? ¡Está temblando!

            Los edificios comenzaron a balancearse de un lado a otro, los ladrillos se despegaron de los muros. Las grandes torres que prometían una vida de lujo y confort se desplomaron. El asfalto se empezó a resquebrajar. Para el final del día no había piedra sobre piedra. La naturaleza planeaba su regreso a la vida de la meseta.

 

A Ω

 

 

(*) Sergio Augusto Sánchez nació en Bucaramanga en 1984. Vivió en Bucarica, San Alonso, El Prado y Sotomayor, pero pasó su juventud montado en autobuses y “andeneando” por toda la ciudad. Pasó brevemente por el colegio San Pedro Claver, terminó la primaria en el Liceo Patria y se recibió de bachiller en el Instituto Técnico Superior “Dámaso Zapata” («Técnicos, vivir y vencer», «Lasallistas, presentes»). Desertó de la carrera de Historia en la Universidad Industrial de Santander, se graduó de Comunicación Social en la Universidad Autónoma de Bucaramanga y, finalmente, estudió la Maestría en Escrituras Creativas de la Universidad Nacional de Colombia en Bogotá. Después de Lluvia sobre el asfalto (2017), su primer libro de cuentos, Forasteros (aún sin editorial) es su segunda apuesta en dicho género literario.

Literariedad

Asumimos la literatura y el arte como caminos, lugares de encuentro y desencuentro. #ApuntesDeCaminante. ISSN: 2462-893X.

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