La salsa del fin del mundo — Jorman S. Lugo

Foto: Alexander Mils 

 

En nuestra edición de enero-febrero de 2021: El nuevo fin del mundo, les presentamos el relato que hace Jorman S. Lugo (*) de la extinción de la humanidad, pero a ritmo de salsa, y con todo el sabor del Caribe.

 

 

El fin del mundo siempre ha tenido banda sonora pero nunca ha sonado a Caribe, mucho menos a salsa. Y a la salsa se la ubica en una esquina opuesta al apocalipsis: la alegría que transmiten sus tonadas la han situado del lado de la vida y no de la muerte. Sin embargo, entre sus páginas se encuentran canciones nacidas del más hondo desencanto hacia la humanidad; piezas musicales que hurgan en la parte más oscura y destructiva del ser humano mostrando un panorama desolador. En algunos casos, vaticinando el fin de la especie.

Desde el inicio de la humanidad las guerras y las pestes han acompañado su desarrollo. Casi que cada generación ha vivido una tragedia que la ha confrontado con su propia sombra. Y cuando alguna generación no tiene de frente la fatalidad, hace gala de su visión a futuro, no tanto para vislumbrar esperanza, sino que usa la memoria colectiva que le han legado para proyectar el cataclismo. Así, basándose en un presentimiento, la orquesta Power logra en una canción profetizar el futuro cuando enuncia: Las calles están desiertas, pero qué silencio. El mundo es tinieblas, qué oscuridad. Pero no se queda ahí. Ante la confusión y la incertidumbre, invita a quienes escuchan a hacer parte de la rumba del fin del mundo.

Al inicio de la fiesta, la orquesta La dominante toma la posta que dejó La Power, y se vale de su sección de vientos para preguntar: ¿Quién puede encontrar felicidad cuando hay tristeza? ¿Quién puede hablar de amor cuando hay traición? ¿Quién canta un guaguancó donde no existe el sol? Asume que sus preguntas no tendrán respuesta, al menos no inmediata.

La desesperanza nace al saberse parte de la trágica dualidad humana, que no ha sabido, en sus siglos de existencia, encontrar la manera de avanzar sin destruirse a sí misma o al planeta que la engendró. La humanidad camina errante, tropezando en un laberinto hecho con sus propias manos. Toñito Ledee siente esa impotencia y presta su voz para entonar un canto que muestre todo lo que se aproxima si el mundo sigue así, y en medio de su soneo, apunta hacia la divinidad del ser humano, a la grandeza que lleva dentro, y la postula como el único camino que la puede librar del exterminio.

Mientras el público se pregunta ¿qué será de este mundo si no cambia, si no encuentra la grandeza?, Danny González, con su orquesta Sensacional, se apodera del escenario y en un par de compases enciende la pista de baile a ritmo de guaguancó. A su vez, el cantante, que no comprende muy bien por qué la raza humana se autodestruye, suelta cada frase como si fuera la última que entonara en su vida, como si en cada palabra estuviera su salvación o, simplemente, como si en el concierto una mulata estuviera esperando que termine su canción para redimirlo después.

La fiesta que empezó la orquesta Power está en su mejor momento. La pista está llena y siguen llegando bailadores. En una esquina, melómanos discuten qué orquesta seguirá con la rumba. Uno de ellos ve caminar a Tito Rojas hacia el escenario, en donde ya está Pedro Conga esperándolo. En un par de segundos, todo el barullo que había se convirtió en silencio. Allí, El gallo aprovecha para mostrar las grietas de la humanidad. El montuno, a medida que avanza, se hace más pesado. La voz, las trompetas, el piano y el cencerro envuelven la atmósfera con una sensación que sobrecoge. Pero en algunas frases, Rojas alienta a pensar con claridad si los seres humanos pretenden avanzar. Intenta que sean conscientes para saber vivir. Por eso, antes de terminar su canto, se dirige a su público y les dice: ponte a pensar con claridad, mulata, que ahora la rumba esta buena para bailar.

El tono que deja La orquesta Internacional lo quieren aprovechar los Lebrón. Y Pablo, que con su timbre de voz resume toda la tristeza festiva que celebra la fiesta del fin del mundo, empieza diciendo: ¿A dónde va tu Espíritu, tu corazón, tu conciencia? La humanidad ha perdido su camino, tu esperanza está en cadenas. Sus hermanos lo apoyan desde el coro con prudencia, pero en el solo de piano de José, Franklin asegura que el mundo se acaba y se jacta de proclamarlo. Pablo comprende lo que se avecina, y hace que su voz guíe de la mano a todos los bailadores hacia el final.

Con el golpe que dejaron Los Lebrón el público sigue bailando. Nadie quiere detenerse, ni mirar hacia atrás, solo quieren bailar hasta que todo termine, no importa si sigue la oscuridad o si los rayos de la mañana vienen a despertarlos. Lo único que les interesa es saberse con ánimos para seguir gozando de las orquestas que llegan.

Ernie Agosto ve a los bailadores ansiosos y les descarga el poder de sus trompetas ácidas y el torrente de Miguelito Quintana quien, con su voz rasgada, le imprime a la profecía una serie de historias que ilustran el mal que la especie se hace a sí misma y al planeta. ¿Por qué es que llora el nene? No es de hambre ni dolor. Porque la madre abandonada no le da ningún amor. Quintana no sólo ha visto a madres sin condiciones para serlo, también conoce historias de aquellas que pierden a sus hijos por la estupidez humana y para ellas suelte el pregón. Esa guerra que peleas no tiene comparación Porque a muchas madres buenas le ha partido el corazón.

La orquesta Dicupé profundiza en los pregones que dejó La Conspiración, y para demostrar que la guerra es una de las principales causas del fin del mundo, utiliza las trompetas y el timbal para que su público sienta la violencia a la que se exponen muchas vidas por caprichos de algunos poderosos. Te obligan mirá a la pelea y te llevan pa Vietnam. En esa frase que sueltan en medio del guaguancó se resume la historia de toda su generación. Pero aún sabiendo que el panorama seguirá siendo oscuro para todos los demás, encuentran la belleza que tiene el mundo: Lo único bueno que queda es la tumba y el timbal pa guarachar.

La descarga de La Dicupé sostiene el ambiente con un aire caótico. Nadie alcanza a ver quiénes están en el escenario porque todos bailan. Y en medio de golpes de tumbadora y bongó, suenan trombones que vaticinan el fin de la fiesta del fin del mundo. El coro se repite como un lamento, ¡Ay, ay, ay, se acaba este mundo, boncó! La furia de los trombones es liderada por Colón, el malo del Bronx, y la sostiene el bravo del East en el teclado, con un montuno que termina de envenenar a los bailadores. Y antes de terminar con todo lo que se daba, Héctor atina en su comentario a decir, El mundo se va a acabar y la culpa
la tienes tú, la tienes tú, ya tú verás.

Después del último rugido del trombón impera el silencio. El único que se atreve a interrumpir ese reinado es Rubén Blades que alienta a la valentía de afrontar lo que se viene. Despídete de tu barrio y del mundo en general. Y que en la tierra nadie quede sin bailar la canción el final del mundo. Mientras cada asistente afronta su fin de mundo, él se encarga de contar la particularidad de cada historia. Y así, con su voz, remata el fin del mundo salsero.

 

(*) Jorman S. Lugo, pereirano, criado en un barrio popular en medio de tonadas de tango y boleros. Al crecer, investiga la salsa para entender mejor su entorno; se aficionó a la literatura para contar los retazos de los que está hecho.

Literariedad

Asumimos la literatura y el arte como caminos, lugares de encuentro y desencuentro. #ApuntesDeCaminante. ISSN: 2462-893X.

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