Fotografía: Autorretrato, Vivian Maier (1976)
Sobre escaparates, ventanas, fachadas pulidas, puertas de cristal, pomos cromados y en espejos callejeros. La imagen fragmentaria de Vivian Maier aparece por todas sus ciudades. Con la cámara al cuello, su reflejo ubicuo se convierte para siempre en parte de calles que ya no existen. Maier tenía un hábito particular: le gustaba tomar largos paseos por sus ciudades. Llevaba de la mano a los niños que cuidaba y se adentraba con ellos en las calles resplandecientes y ajetreadas de Nueva York, Chicago y Los Ángeles, pero también en los centros tumultuosos, los barrios de obreros y los vecindarios negros. De todo sacó fotos, documentando la vida cotidiana entre las décadas de 1950 y 1990.
Maier, hija de inmigrantes franceses, se pasó toda su vida caminando de un lugar a otro: durante su infancia iba y venía entre Nueva York y el pueblo natal de su familia en Francia; en su adultez, de casa en casa de las personas para las que trabajaba y en viajes en solitario que hizo alrededor del mundo. Maier fue niñera toda su vida, sin llamar la atención por ninguna cosa en particular. Era callada, reservada y, aunque reconocida por sus excentricidades, nada extraordinario nunca se esperó o pensó de ella. Su gran archivo fotográfico fue descubierto apenas en 2007 y por accidente en una casa de empeños. Se subastaban las cosas encontradas en unidades de almacenamiento cuyos dueños habían dejado de pagar el alquiler. Así fue como John Maloof, agente inmobiliario, encontró distribuido en varias cajas selladas un archivo de cerca de 140,000 fotografías, rollos sin revelar, cintas de audio y videos en Super 8. Maloof envió algunos de los rollos a revelar y quedó sorprendido por la calidad de las imágenes, que hasta ese entonces eran anónimas. Con la información que pudo juntar y después de rastrear a su autora por dos años, logró encontrarla en un obituario en 2009 que anunciaba que había muerto días antes. Maier era desconocida para el público y, con pocas piezas para reconstruir su vida, se generó fascinación y especulación alrededor de ella y su luminosa fotografía callejera.
Un elemento que sobresale entre su obra es que alrededor del 30% de su archivo fotográfico son autorretratos. Casi 35 mil veces, Vivian Maier se miró y decidió fotografiarse sobre cualquier superficie: espejos, edificios, cristales, la calle, su sombra cayendo sobre campos, paisajes y personas. Las particularidades del autorretrato, ejercicio que es a la vez íntimo y revelador, toman matices distintos cuando se lleva a una superficie pública. No sólo se reconoce la propia imagen sino también el mundo a espaldas y la superficie en la que la propia imagen se funde. Por un instante de tiempo, el propio reflejo hace parte de una fachada y un rostro en vivo se convierte en parte del armazón físico de la ciudad. Sus autorretratos callejeros son una forma en la que ella se convierte en parte del paisaje y una forma de habitar el espacio, de reconocer que este se experimenta también como un lugar personal imaginario y emocional. Su reflejo aparece y se desvanece y hace tangible el efecto que los pasos, rutas y cotidianidad tienen sobre la piel de la ciudad.
Vivian Maier documentó su paisaje interno a través de las fotos que elegía tomar. También pareciera ser más importante para ella el hecho de fotografiar que el de tener un producto finalizado: el fotografiarse se convierte en un ejercicio de habitar. Sus autorretratos son una forma de reafirmarse en el espacio y en el tiempo, reclamar como propios trozos de ciudades para las cuales era invisible. Ella, que no tenía nada, tenía a la ciudad y se tenía a sí misma. Sus autorretratos son tanto una imagen de la ciudad que la contenía como del paisaje imaginario en el que existía. Veo las fotografías de Maier y veo cómo una persona se convierte en ciudad, fragmento, espacio.
Esta habilidad de disolverse en el entorno es útil para la fotografía callejera. El fotógrafo debe ser rápido pero también poco intrusivo, no interferir con lo que se está a punto de capturar. Maier mientras es ignorada por la mayoría de las personas en sus fotografías, resaltan sus retratos de los marginalizados. Personas, como ella, invisibles para la ciudad: los niños, obreros, mujeres, personas racializadas o empobrecidas miran directo a su cámara. Si cada retrato es un autorretrato, como Sontag afirmaba, Maier también se encontraba en las personas a los bordes de la ciudad. Ella también era pobre e invisible y sólo se tenía a sí misma: sin hijos, esposo, propiedades, familia o muchos amigos.
Se podría decir que la invisibilidad que Vivian Maier tuvo en vida se debía no solamente a su habilidad para mezclarse con su entorno o a la rapidez de su fotografía, sino también a la oscuridad impuesta a las personas que son pobres, no tienen prestigio o mayor educación. Parte de la sorpresa generada por su obra y su oficio también es producto del menosprecio general reservado a las personas que se dedican a las labores del cuidado. Maier fue niñera de profesión, lo que le permitió vivir, comprar película fotográfica, montar cuartos oscuros en baños ajenos y llevar un estilo de vida que le permitió observar y caminar. La oportunidad de estar presente en lo íntimo de las familias, dar larguísimos paseos en pleno día y su presencia poco estridente fueron parte constitutiva de quien fue ella y su fotografía. Mientras nos sorprende que haya sido ignorada en vida, probablemente tampoco la habríamos notado de haber sido sus contemporáneos.
Podríamos alimentar la narrativa de que Maier fue víctima de sus circunstancias y que la salvamos del olvido, cuando realmente sólo tenemos la extraña fortuna de hurgar tras sus pasos y su forma de atrapar la luz. Me gusta pensar que hizo de su vida exactamente lo que quiso, un espectáculo para ella misma. Como describe su obituario era un espíritu libre y acogedor que iba a donde su curiosidad la llevaba. Se habla mucho de sus excentricidades, que alimentaba su anonimidad siendo callada y creando narrativas confusas alrededor de sí misma. Daba nombres falsos en la lavandería, firmaba de forma diferente cada vez y odiaba las preguntas. Nadie estaba muy seguro de quién o qué era ella. Podemos seguir sus pasos por la ciudad pero siempre se desvanece. La vemos esconderse de la vista del espectador, siendo un reflejo sutil pero incorporado a una ciudad rica y llena de capas. Como si jugara a las escondidas con el espectador, o incluso con ella misma. Esto mismo puede resumir toda la historia del público con Vivian Maier, la podemos buscar y rastrear en sus fotos, reliquias y documentos, pero siempre se nos escapa. Maier sólo va a pertenecer a sí misma. Cuando vemos sus autorretratos la estamos viendo justo como ella se veía, sin cámaras en el rostro o intermediarios. Maier solo fue invisible para los otros pues ella nunca dejó de mirarse.