«El Espacio, la frontera final», un ensayo de Anngy Carolina Romero

Imagen: Andrei Sokolov

 

¿De dónde nace la ciencia ficción y el deseo humano de inventar otros mundos? Desde las fantasías de la infancia hasta las ficciones de otros mundos y vidas posibles, Anngy Carolina Romero (*) reflexiona sobre la naturaleza de la ciencia ficción y hace un recorrido por el espacio que viene desde adentro, infinito como nuestras tripas. En nuestra edición de mayo-agosto de 2021: Otros mundos posibles.

 

Llevo un par de años reflexionando sobre mi fascinación con el Espacio

Siendo muy chica, mamá me leyó El Principito. Me parecía increíble la idea de un nene viviendo solo en un planeta. Solito. Había otros nenes solitarios, como Jim Hawkins en La isla del tesoro; y había exploradores, aventureros como John Silver, del mismo relato de Stevenson ㅡqué deliciosa la narrativa de Stevenson para el oído infantilㅡ; Axel, de Viaje al centro de la Tierra, y Nemo, el Capitán de Veinte mil leguas; tan solitarios, tan hambrientos de paisajes desconocidos. 

Para entonces pensaba que no hacía falta ser adulto y saber idiomas o probar sustancias para lanzarse a la aventura, a conocer; lo importante era poder estar solo, no dejarse domesticar, hacer amigos en el viaje, pero ser capaz de seguir solo. Tal vez queremos siempre ser dignos de cosas elevadas, por eso estamos siempre mirando para arriba, añorando el viaje, la mudanza, el cielo, el amor, las estrellas. Tal vez por eso idealizamos. ¿Idealizamos el cielo, el amor y las estrellas? Estamos para cosas más importantes, dijo Piero.

En la TV, veía a Jacques Cousteau pasando apuros en esas otras empresas inquietantes, para las que no hacía falta que la nave, donde uno se subía, saliera del planeta, o estuviese hecha de palabras sobre una página. Era más pasivo recibirlo en imágenes, colores y formas, que darle figura, colores y formas en mi mente a las palabras que mamá me leía. Sin embargo, era una demostración de que siempre podía uno embarcarse con un gorrito rojo, e ir a conocer lo que estaba oculto debajo del mar, que era también infinito como el Espacio y el centro de la Tierra. Debajo del mar, estaban los monstruos marinos prehistóricos, y debajo las piedras, y debajo estaban las palabras. Había un mundo de cosas para conocer, además de las cosas hechas con palabras, había cosas hechas de su propia sustancia, cosas escondidas, esperando el ojo del expedicionario. Ese expedicionario podía ser yo. 

Entonces me atravesó Carl Sagan, como una revelación; poder subirse a una nave sin fecha de regreso, fundirse en la oscuridad del Espacio, con los ojos llenos de esas esferas gordas que giran entre gases, rocas, estrellas; entregarse a ese fondo oscuro, como el abrazo de un amigo. Yo quería ser cosmonauta. 

En la propia vida estaba la Ciencia Ficción, la Science Fiction. ¿Deberíamos decirle ficción científica? ¿Le estamos errando al objeto mismo que nos hace soñar con otros mundos ㅡque es más bien un relato que se sostiene en la rigurosidad del método científicoㅡ y no todo el aparato que los productos culturales nos habilitaron a edificar y reproducir hasta el infinito? Imagínate que la Science Fiction sea un procedimiento, un asunto más de la forma ㅡatenerse al verosímil cientificistaㅡ, que del contenido ㅡloqueseteocurra podría existir en los inagotables mundos posiblesㅡ.

Ya en la adolescencia, leí Sombras en las estrellas, de Kolosimo. Me pareció tocar con la mano la ilusión de subirme a un cohete y envejecer a bordo, en medio del Espacio infinito, sola. Era indispensable no dejarse domesticar. (¿Se acuerdan de que el zorro le dice al Principito «domestícame»? Qué verso tan hermoso). Si todo lo que queremos empieza dentro nuestro, el espacio y sus luces infinitas también deberían venir un poco desde adentro. El Espacio debía ser infinito, porque arrancaba desde las entrañas de uno, desde ese vértigo en las tripas que nos hace sentir lo desconocido, bajar de un bus, o tren, o avión, o lancha, en una ciudad nueva; caminarla de noche, sentarse en la arena, en la nieve, en la tierra, cansado, con la mochila llena de ollas, de ropa sucia, de cosas mojadas, de libros, después de caminar horas, de viajar horas; sentarse a charlar con un viejo, jugar en la calle con un niño, después de viajar días. El Espacio debía ser infinito porque empezaba ahí, desde eso que sientes dentro de la panza cuando pasas hambre por días, cuando no puedes seguir andando por el sueño, cuando no puedes pedalear más, pero el viaje sigue.

Por último, me sucedieron estas tres películas, que confirman que mi fantasía con el Espacio es un sueño compartido, que ha latido en otros corazones, en otros tiempos, en otros mundos. Hablemos hondo, pero sin spoilers. 

En 1997, Robert Zemeckis fabricó el peliculón que sigue siendo Contact, a partir de la novela de Carl Sagan que lleva el mismo nombre. La maravillosa Jodie Foster interpreta a la astrónoma Ellie. A Ellie nos la muestran desde niña jugando con una radio, tratando de hacer contacto con una inteligencia extraterrestre. Tras la muerte del padre, el Espacio se codifica en la narrativa de Sagan-Zemeckis como un enorme “más allá”, desde donde Ellie espera recibir señales. Un poco más grandecita, entabla una relación compleja con Palmer, el personaje de Matthew McConaughey, quien pone en tensión dos temas trascendentales para Ellie, para la trama de la película y para el  Science Fiction. Por una parte, la relación ciencia y fe y, por otra, en el caso de que la humanidad hiciese contacto con una forma de vida ajena a nuestras creencias y valores (suponiendo que tuviésemos creencias y valores homogéneos), ¿quién sería el representante idóneo de los terrícolas? El científico, el lingüista, el soldado, el cura… ¿Qué es lo representativo de la mayoría, quién es la mayoría, qué es la humanidad? Ambos planteamientos fueron retomados y sobreexplotados en novelas, series y películas posteriores. Pasemos al segundo relato que me interesa. 

Ese mismo año, bajo la dirección de Andrew Niccol, Ethan Hawke y Jude Law dieron las que son, en mi opinión, sus más hermosas actuaciones. Gattaca es una distopía kafkiana, donde los bebés son concebidos artificialmente, a partir de las características que sus padres desean, respecto a su apariencia, condición física y talentos. Con un hermano perfecto y prefabricado, Vincent es concebido a la antigüita, arriesgándose sus padres a tener un hijo vulnerable y desastroso, como lo somos todos. El asunto es que Vincent desea ser cosmonauta pero, su debilidad física es un impedimento para que ocupe un puesto más allá de limpiar los pisos. Por otra parte, Jerome es un ex medallista olímpico quien se ha quedado paralítico. Ambos buscan la forma de concretar sus intereses y hacerse uno solo. Mientras Contact tiraba una soga o, más bien, una línea de radio a conciencias extraterrestres, Gattaca problematizaba la manipulación genética y la exclusión socio institucional de los menos aptos, pero ambas coincidieron en la insistencia de mantener la mirada en el cielo, en el deseo de dar ese paso hacia lo desconocido.

La última cinta de la que quisiera ocuparme, apareció catorce años más tarde, ㅡcon infinitos acercamientos al espacio y los marcianos buenos y malos, en ese intervalo, a través de películas series, documentales, videojuegos y novelasㅡ. Another Earth, dirigida por Mike Cahill y protagonizada por la bellísima Brit Marling, cuenta la historia de una adolescente que, la noche en que festeja haber sido aceptada en el programa de astrofísica de MIT, provoca un terrible accidente de tránsito. Resulta que, esa noche, ha aparecido en el cielo un planetita azul, al que todos están mirando. La chica lo mira también, mientras conduce -esa metáfora de tener los ojos en el cielo y los pies en la tierra-. Años más tarde, sale de prisión muy cambiada y enajenada; también el panorama astronómico ha cambiado: El dichoso planetita azul, de aquella noche, es ahora otro planeta Tierra, cada vez más próximo al nuestro. ¿Será el nuestro desde donde se cuenta la historia, o el nuestro será el que se aproxima?Sin ánimo de ahondar en el argumento, lo interesante de Another Earth es el mecanismo de la ciencia ficción para reinventarse, cada vez más próxima a la vida cotidiana y, de alguna forma, obedeciendo a eso que postuló Ballard: que la ciencia ficción no debería dejar de ocuparse del espacio exterior y el futuro lejano, sino mejor prestar atención al futuro cercano y al espacio interior. Creo que la importancia de esta cinta está en poder dar cuenta de esa transición, espacio exterior e interior, y cierro retomando lo que mencioné algunas líneas más arriba: si todo lo que queremos empieza adentro nuestro, el Espacio y sus luces infinitas también deben venir desde adentro; el Espacio debe ser infinito, porque arranca desde las entrañas de uno, donde el vértigo de las tripas nos hace sentir lo desconocido.

 

(*)Anngy Carolina Romero nació en Bogotá y reside en Argentina. Realizó estudios de Lengua Castellana en la Universidad Distrital Francisco José de Caldas y es estudiante avanzada del Profesorado en Letras en la Universidad Nacional de Mar del Plata; allí desempeña labores de docencia e investigación, en el área de Teoría Literaria.

Literariedad

Asumimos la literatura y el arte como caminos, lugares de encuentro y desencuentro. #ApuntesDeCaminante. ISSN: 2462-893X.

Un comentario sobre “«El Espacio, la frontera final», un ensayo de Anngy Carolina Romero

  1. Si, es como un tema de pop, sofisticación y neologismo para apodderarse culturaralmente de lo que se denominó popularmente la musica para planchar, en Colombia. Se nota alguna cadencia de musica popular de la tierra, todo eso mezclado en ese aire de quien quiere escribir como oficio.

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