Foto: Juan Suárez
En respuesta a la columna de Pablo Montoya titulada «Valoración de Jaime Jaramillo Escobar», publicada en el diario Criterio el 6 de octubre del presente año.
Por: Víctor López Rache
La poesía colombiana llegará a ser poesía –sin escuelas ni calificativos– cuando los lectores la liberen de las medidas y comparaciones de nuestra tradición literaria. Defender ciertos poemas porque sus autores sufren el don de las empatías es velar una ilusión que nace muerta. No somos una galaxia recluida en una aldea diminuta y autosuficiente.
Es inexplicable las reacciones a su breve ensayo. Pues he leído ensayos tan contundentes como sinceros y documentados. Cuestionan la obra de Kafka, Dostoievski, T. Mann. Un autor encuentra fallas en la perfecta Madame Bovary y se burla de Flaubert porque, cansado de corregir, dejó morir a Charles obstruyendo el desarrollo natural de sus sufrimientos y proyecciones. No hay una tontería que no haya sido pensada por un gran filósofo, dicen.
Recuerde nuestros días de jóvenes inéditos: dudar hasta de los clásicos. Y si se quería ser poeta o escritor, liberarnos de Neruda, García Márquez, Borges y, desde luego, de sus influencias. Han pasado generaciones, no las costumbres. En Colombia no se puede decir media palabra de ciertas figuras institucionalizadas a fuerza de recibir prebendas del estado mientras se declaran inconformes con los dueños del estado. Salvo llamarlo comunista, costeño grosero y amante del poder, de García Márquez ni siquiera se puede decir que es genial. A su esposa simplemente la llaman La Gaba ¡y hasta las personas más perspicaces ignoran tamaña negación a la identidad de un ser con existencia propia e inalienable!
A los lectores de vocación sólo nos permiten elogiar o callar. Si un lector decide ejercer su autonomía mental recibirá el título de poeta pingüe o escritor espontáneo y las sanciones excederán el marginamiento vitalicio. Para opinar de un Nobel le exigen a uno ser dos veces Nobel. En este caso se refinan las exigencias. Para opinar sobre un poeta muerto se debe estar dos veces muerto. A eso llaman autoridad literaria.
Salvo las excepciones previsibles, los defensores de Jaramillo Escobar no dicen una palabra de sus poemas si no denuestos contra usted; en cambio, usted tuvo el valor de citar varios poemas. Sólo dos o tres poemas trascienden la vida de un autor. De Quevedo llevamos en la memoria el más bello poema con el peor título en el índice de poesía digna de perdurar: Amor constante más allá de la muerte. Tampoco se vio la opinión de un lector desprevenido y, curiosamente, la respuesta de Jotamario es la menos agresiva. La poesía no es una sumatoria de palabras ni de ritmos agradables a la desatención de un auditorio de aduladores.
Usted corrió el riesgo y sus contradictores entraron en el campo que pretenden cuestionar. Envidioso, equivocado, ligero, irrespetuoso, insolidario. Lo hacen extensivo a la geopolítica, la historia, la propiedad, la moral e intensifican la ira resaltando los comportamientos biológicos y los desequilibrios síquicos. Afortunadamente usted tiene los reconocimientos que ninguno de su generación ha logrado.
Resultaba tan subyugante escuchar a ese hombre bajito y seco, con la mirada entre apagada y extraviada y vestido tan impecablemente, que me parecía increíble que la pasara desnudo en sus aposentos íntimos mientras escribía. Yo no tenía ni la más remota idea del aspecto de X-504 y desconocía sus hábitos domésticos y, gracias a su descripción, voy a leer sus poemas con menos rigidez.
Pues a los lectores ciertas curiosidades de los autores nos enriquecen su obra. No puede ser de otra manera. Una lectura respetuosa debe integrar vida, entorno, compromisos, indiferencias, alergias. O por qué el 2021 sabe:
Shakespeare le dejó como herencia a su esposa únicamente la cama; quizás, ella le ponía cuernos. Dante y otros de autodisciplina extrema se inspiraban en preadolescentes. Nos asombran las guerras familiares de Bécquer, el corto matrimonio de Borges y la relación de Beauvoir y Sartre. Los morbitos de Joyce con la esposa debían imitarse más que el monólogo de Molly Bloom. Nos solidarizamos con la desgraciada vida de Cervantes, Mozart y las camisas viejas que usaba Picasso no dan un optimismo casi místico. Nos duelen los autores víctimas de las enfermedades de antes de la era de la penicilina. Nos encanta admirar la sexualidad de Yourcenar, los autores griegos, Proust, Wilde. Cuántos, en las visitas secretas a nuestras amadas clandestinas, no invocamos la ninfomanía de aquellas autoras inquietas. Nos sorprende los apetitos sexuales de Victor Hugo y envidiamos las catorce victorias de Tolstoi en su primera noche de matrimonio, cuya esposa, por ello, lo odiaría toda la vida. ¿Por qué lamentamos el incesto inconcluso de Silva con su bella hermana? ¿Por qué leemos en celoso suspenso las infidencias pasionales de Anaïs Nin y anhelamos haber sido su padre?
Cuestionan su Rómulo Gallegos. ¿Y qué dicen del equivalente que, en Venezuela, recibió Jotamario, quizá, en reconocimiento tácito al Nadaísmo (recuerde, Pablo, mis saltos de alegría cuando ganó su premio y le repetí que, también, me alegraba mucho los de los otros colombianos. La razón: alguna vez nos podríamos saludar y hasta compartir un tinto). ¿Qué dirán del Rómulo de Fernando Vallejo? ¿Qué dijeron del premio Vargas Llosa que Vásquez fue capaz de disputarse y agradecer? ¿Qué dicen de todos los premios que maquinan con tramas de expertos en corrupción pueblerina e internacional?
Una obra literaria se hace en contra de los deterioros dominantes. El Nadaísmo reaccionó contra la indiferencia interesada de los poetas vigentes en plena postviolencia; muy bien. Pero seguramente quisieron mejorar y el poder, siempre oportunista, les dio la bienvenida. Y esa inicial aprobación les permitía obrar a su antojo y terminaron en El Tiempo, símbolo intacto de encubrimientos e infamias. Seguramente no sea indigno; pero hace muchos presidentes nuestra sociedad sufre los rigores y miserias de tan siniestra tradición. Les encimaron el aplauso y, disfrutar la admiración ajena, es otra de las desgracias de los humanos poetas con suerte sobrenatural.
Piedra y cielo y el Nadaísmo son muy importantes en la historia de la poesía. En la poesía son importantes Carlos Obregón y Aurelio Arturo, esencialmente.
Es tan poderosa la influencia extra literaria en favor del Nadaísmo que la ira colectiva no pretende glorificar los poemas de Jaime Jaramillo Escobar, sino defender el imaginario creado en décadas más largas que las dedicadas al Realismo mágico. Si fuera por la poesía, los enfoques serían contrarios o, al menos, serenos. O estarían aún más indignados con el olvido de Obregón, Arturo, Vidales, Charry Lara. E, incluso, de Rogelio Echavarría, Ciro Mendía, José Manuel Arango para no salirnos de esa Antioquía que es más grande que el universo. No la Antioquía de Roca, Pablo y otros poetas, escritores, fotógrafos, pintores. Pasan por alto que un santo accede a tan paradójico título después de haber ejercido un buen número de perversiones descritas con metáforas bíblicas.
Los incondicionales de los Nadaístas creen que son únicamente dignos del cielo a la medida colombiana. Ello les lleva a ignorar que la nada es la perfección. Y la perfección, la santidad y la inmortalidad son los escenarios en que los hombres comunes pueden ser sinceros, intentan la verdad y con tono malicioso se declaran irreverentes. Quienes estorbamos en las mesas felices de los espejismos literarios o somos tímidos, máximo, podemos refugiarnos en la soledad y seguir estorbando desde la ausencia…
Los furiosos con su ensayo le suman al fanatismo el culto al muerto.
Víctor López Rache
Foto: Juan Suárez
Muchos conocieron primero a Jota Mario que a otros que no han aportado nada. Colombia está llena de poetas y escritores que nunca se leerán y no logran hacer esfuerzo para que los lean. Ni se saben de que escriben. La poesía colombiana tuvo varios movimientos innegables. Los nuevos, Los panidas, El modernismo, Piedra y cielo, entre otros. El nadaísmo apareció en el momento en que tenía que aparecer. Irrumpió con ciertas características en donde rechazaba las tradiciones reaccionarias y en su voz de protesta estuvo hasta quemar la literatura enmarcada dentro de cierto moralismo. El nadaísmo en su conjunto tiene una poesía valiosa con diferentes dintintivos pero que van hacia su mismo punto: una rebeldía salida de las entrañas de esa sensibilidad anárquica. Almirca U, Elmo Valencia, Jota Mario, Eduardo Escobar, Gonzalo Arango y el mismo X504 llevan en sus universos su propio despertar dentro de muchos o pocos poemas, un gran sentimiento, una visión de un entorno autoritario, una clase política descalificadora en una sociedad sin aspiraciones y relegada al conformismo. No existe en este país un estudio serio sobre el nadaísmo, por parte de una crítica que muestre la presencia de estos poetas en el panorama de la poesía de este país. Pero los detractores, dirán: no vale la pena. Pero se repite, el nadaísmo es un conjunto de poetas. Me gustaría en algún momento oportuno desarrollar esta idea.
¿Cuándo será que le quitan a la poesía la obligatoriedad de «aportar algo»… en fin, tanta bobada que se escribe con tono de RAE.
Querido Victor, no todas las respuestas al texto de Montoya fueron impulsos furiosos. Lamento que no hayas leído, por ejemplo, la respuesta de Armando Romero: meditada, mesurada, sobria. En fin, tanto elogio a Pablo me resulta sospechoso viniendo de un tipo tan escéptico como tú, querido poeta, entre mis preferidos y muy admirado siempre.