Imagen: Daniela Gaviria, Literariedad.
En nuestra edición de enero-febrero de 2022: Tiempo y circularidad, les presentamos este ensayo breve de Ángela Gaviria Piedrahita (*) que mezcla la reflexión filosófica y poética, a manera de entrada de diario, para sorprendernos con cada idea entorno a los sueños, y al tiempo.
Existe una similitud paradójica entre dos suposiciones opuestas: que la vida no durará sino un instante y que durará una eternidad, que absolutamente todo será fugaz o absolutamente todo será infinito.
Fue la similitud que encontré subiendo, en un sueño lúcido, unas escaleras blancas en espiral. Nada extraordinario, de todas formas, pero la lucidez llegó como un destello fulminante. No como quien abre los ojos por primera vez, sino como quien por vez primera sabe que los tiene abiertos. Un abalanzarse sobre el mundo. Despertar acelerada, sin saber por qué, sin tener más certeza que la propia consciencia. Me tiré al piso a tocar las baldosas, como si descubriera por primera vez un mundo nuevo, como si también cada peldaño fuera un regalo divino. Una vida nueva que no duraría más de unos minutos pero que ahí estaba, para mí, para abrazarla con todo lo que era, para descubrir de ella cuanto pudiera en los instantes que tenía. El blanco de las paredes me fulminaba los ojos.
Sí, era un sueño. «Estoy soñando», me susurré. Sólo entonces quise detenerme a respirar aquel oxígeno puro. Prometeo entregándome el fuego de la lucidez. Se volvió tan brillante, tan sublime, tan nuevo, tan trascendente, aunque los escalones no cambiaran más que en altura, aunque la subida se sintiera eterna y solamente me dejara jadeando, aunque no estuviera ni cerca de ser el sueño soñado. Me sabía en otro mundo. Y cómo desperdiciarlo, por absurdo que fuera, cómo no estar satisfecha con una vida incompleta si a fin de cuentas era esa la que tenía en mis manos. Al mirar arriba, el espiral de las escaleras seguía infinito, hasta desvanecerse en gris. Seguí subiendo, como si me llevara a algún lado. Podía seguir las escaleras por el resto del sueño, condenada a aquel eterno retorno nietzscheano. O podía despertarme al instante, solamente con pensarlo. Daba igual. En los sueños no hay tiempo. Sólo un estado de puro asombro, sin conocimientos ni juicios, sin preguntas ni razones. Es ese el que se encuentra en medio de aquella similitud.
Durante un par de años intenté reconstruir los apuntes regados en los que había escrito mi sueño. Desde ese sueño he tenido una nostalgia que no se me cura. Una nostalgia del mismo presente, una nostalgia profética.
(*) Ángela Gaviria Piedrahita es escritora; integrante del comité editorial de Literariedad.