Empatía selectiva: un constructo de realidades culturales violentas en las obras ‘Los ejércitos’ de Evelio Rosero y ‘La sombra de Orión’ de Pablo Montoya

Grabado de Peter Brueghel el Viejo.

 

El siguiente texto de revisión pretende desarrollar un diálogo con diversos escritos referentes, que se trajeron a colación durante el curso literatura y estudios culturales. Así mismo, pretende desglosar algunos ejes temáticos, tales como empatía, conflicto armado, y desaparición forzada, que se encuentran planteados en la obra Los ejércitos, de Evelio Rosero y La sombra de Orión, de Pablo Montoya. La publicamos en nuestra edición de abril-mayo de 2022: El Mal.

 

Por: María Rosa Valencia Gómez

 

La empatía

En la época contemporánea, la palabra empatía se relaciona con la capacidad que tiene el ser humano, no solo de colocarse en los zapatos de su par, sino también de lograr sentir desde la afectividad el dolor ajeno y tomarlo como propio. Sin embargo dicho término, que es tan recurrente percibir en diversos discursos evocando el cambio de imaginarios violentos, es poco aplicable en la vida real. Aun así, desde el lenguaje literario las obras que desarrollan la temática de la violencia en sus líneas consiguen generar en los lectores un hilo conductor que remueve susceptibilidades con las cuales se pueden sentir identificados, aflorando eso llamado empatía.

Tal como lo menciona Carlos Gardeazábal en el texto Derechos humanos, sujeto liberal y empatía en Los ejércitos, desde una de las disertaciones principales del documento, habla sobre cómo dicha obra «Invita a establecer lazos de empatía reflexiva entre lectores y víctimas del conflicto colombiano» (2020, p. 193). Esto lo logra incorporando una esfera de elementos que permiten que la novela no solo sea categorizada como una de las tantas que retoma una época violenta, sino que también hace florecer emociones en el lector, visualizando el conflicto desde diferentes miradas: la del protagonista Ismael, su esposa Otilia, Geraldina su vecina, el sacerdote del pueblo, entre otros personajes, cada uno cargando su propia cruz, los flagelos que solo pueden sentirse cuando tocan a la puerta. Además de eso, se ve la frialdad de las personas que no viven en el pueblo y desconocen la realidad, en este caso los medios de comunicación desde la postura de la periodista, quien se encarga de romantizar un conflicto armado donde los civiles han quedado a merced de una lucha de poderes entre actores bélicos.

Más adelante en el documento, Carlos Gardeazábal (2020) incorpora la idea de que desde la narrativa de Rosero se representan las vivencias del sentir de un pueblo remoto, escondido, alejado y rural, donde ni siquiera el Dios del que tanto se promulga en la iglesia se acuerda de ellos.

La empatía encaja en ese lenguaje terapéutico de la reconciliación y sus posibles problemas. Los ejércitos, paradójicamente, tiene un crescendo tanático en el cual la destrucción y la muerte dominan gradualmente la historia, en abierta contradicción con las gramáticas narrativas de la justicia transicional y los informes de los derechos humanos (p. 197).

Esto suele suceder en diversas ocasiones de la historia. Una de las más notables es la acogida por parte del pueblo de la esposa de uno de los desaparecidos, convirtiéndose cada año en una fecha habitual para ser empáticos con la víctima. Así, la obra es capaz de alterar fibras, y más aún si se es víctima del conflicto armado, cruda en muchos de sus pasajes. Por ejemplo, uno de los que tanto dejan perplejos es la escena final de la muerte de Geraldina y su hijo; dicho suceso da a entender que todo no puede terminar en finales rosas,  porque la violencia evoca maldad, y esta arrasa, sin dejar huella… Es un silencio que retumba y hasta carcome a las sombras que quedan, posterior a la memoria de los que no la han vivido, así como lo menciona Ismael en una parte de la novela: «Es que de todo la gente se olvida, señor, y en especial los jóvenes, que no tiene memoria ni siquiera para recordar el día de hoy; por eso son casi felices» (Rosero, 2008, p.15).

Por otro lado, si hablamos de justicia y derechos humanos es necesario recordar que Colombia es considerado uno de los países más peligrosos del mundo, y no solo eso: en los últimos años, a pesar de lograr un proceso de paz, este ha quedado deslegitimado por el aumento de casos que atentan contra la integridad humana, asesinatos, desapariciones forzadas, reclutamiento de menores, entre otros.

En este devenir, llama la atención lo que se despliega en el documento Para qué la literatura, del escritor Pablo Montoya, donde menciona lo importante de estar en el siglo XXI, siendo una de las herramientas garantes para comprender las construcciones y deconstrucciones que permean una sociedad. «La función de la literatura es reveladora y, en esta dirección, educativa en el sentido más profundo» (2016, p. 2). Con esto, se logra que el lector pueda reconstruir sucesos que desconoce, como la operación Orión de la que habla su libro desde un lenguaje metaficcional, volviendo a retomar la empatía desde el alter ego del autor, que se vislumbra en el personaje de Pedro Cadavid. Este, a pesar de no ser víctima del conflicto que sobrecoge la comuna 13 de Medellín, lo vive, lo siente y hasta lo percibe en sus sueños más profundos; tanto así que su cuerpo no puede soportar cargar con todo el peso emocional. Por lo que la literatura resulta ser ese mar milenario que a través del relato testimonial desentierra la empatía y nos hace sentir un dolor ajeno al nuestro, o tal vez se vuelve selectiva, como una venda que tapa los ojos de quienes la miran.

El valle de Aburrá continuaba ahí y se podía ver a través de la pantalla de la lluvia. Las montañas se levantaron con su habitual impotencia. Al frente estaban las torres del Padre Amaya, debajo, la gran extensión de La Escombrera, y más abajo todavía, los barrios de La Comuna. Ojalá llegue la luz para los que siguen en la oscuridad, dijo Pedro. Alma guardó silencio y le apretó la mano. Sus miradas recorrieron, de un lado a otro, la ciudad desparramada como un espejismo. (Montoya, 2021, p.436).

 

El conflicto armado

Para cualquier colombiano, el término conflicto armado suele ser tan cotidiano como levantarse por las mañanas. Sin embargo, aunque se normalice este concepto en el imaginario colectivo, se hace necesario salir de dicha etiqueta. Si se retoma la línea de tiempo histórica, no existe una fecha que no esté marcada por el conflicto, de modo que se ha constituido como algo cultural, un legado que pasa de generación en generación y puede perseguirnos hasta el lecho de muerte. San José, el pueblo ficcional que muestra Rosero desde su obra, ha sido permeado el conflicto en todas su dimensiones, así como lo menciona Vanegas:

En concordancia, si se analiza las condiciones de desamparo e indefensión de los habitantes de San José en la narrativa de Rosero es imposible evadir la turbación de saber que son empujados a ser «el blanco» de una guerra que no les pertenece. (2016, p. 53).

Lo anterior se puede relacionar no solo con la obra de Rosero sino también con la de Montoya, puesto que San José y la comuna 13 son los escenarios de una guerra que no tiene en cuenta sexo, raza, religión o cultura, sino que simplemente avasalla al desprotegido, lo sumerge en un laberinto sin salida llevándolo al desconociendo de su propio ser. Ni siquiera los que están en primera línea al frente de combate, ya sean guerrilleros, paramilitares, delincuencia común o la fuerza pública, dimensionan los daños que a corto y mediano plazo ocasionan al pueblo, se pierde el sentido de otredad, del bien y mal, todos resultan ser enemigos y, si no lo son, la mente se encarga de hacerlos ver de esa manera.

En las casas las personas intentan dormir en vano. Saben que algo importante y terrible sucederá. La espera y el silencio, durante minutos extensos, se tocan para separarse enseguida. Entonces dos helicópteros surgen y tajan el aire con sus hélices estridentes. Los hombres del comando, al verlos, se encogen, se agachan, se acurrucan. El diablo, la miniuzi empuñada y erguida a la altura del vientre, sale de un rincón del liceo y grita: ¡Disparen, malparidos, que comenzó la fiesta! Y es como si cayera un aguacero gigantesco sobre la comuna. (Montoya, 2021, p.14).

La cita anterior es el fiel reflejo del desespero al no saber cómo actuar antes dichas situaciones. El cuerpo, en su afán de protección, se esconde, calla, excava y se disuelve por las penumbras de la incertidumbre, esperando que al final una bala sea tan sigilosa e indolora que permita terminar con un destino manchado por la frialdad de la guerra.

 

La desaparición forzada

Lamentablemente, vivimos en un Estado cómplice, inhumano, desnaturalizado y perdido de la realidad. Esto ha llevado a que las diversas denuncias por desaparición forzada queden archivadas, represadas en los tribunales como un documento más, estancado y sin desempolvar. Por la negligencia a la que hemos sido sometidos las familias de las víctimas, nos hemos tenido que conformar con un testimonio de alguien que dice saber dónde están los cuerpos de sus seres queridos, cuerpos que al ser entregados son reducidos en cajas tan pequeñas que resulta irreal creer que ahí está la persona que por años desapareció, y eso en el mejor panorama. Otros, por el contrario, todavía buscan respuestas, se trasladan con pistas inciertas de un lugar a otro, fosas comunes son desenterradas y cuerpos irreconocibles dibujan los rostros de  los llamados N. N.

En concordancia con la anterior, María del Carmen Saldarriaga, desde su texto Desaparición y perplejidad: estudio de los incipits y los excipits en dos textos de Evelio José Rosero Diafo, desglosa diversas ideas que van de la mano con exaltar el juego de voces narrativas que se observan en la historia desde las entradas y finales. Además de eso, despliega la temática de la desaparición forzada como un cántico desesperado constante en el relato.

Los ejércitos, ganadora en 2006 del II Premio Tusquets Editores, es una novela que siendo también relativamente corta, retoma la indefensión, ininteligibilidad y desasosiego de la temática de la desaparición planteada en «Lucia». En este caso el protagonista es doble: los maestros escolares de la región rural de San José, Ismael Pasos y Otilia, su esposa. De una convivencia que se intuye idílica. La pareja enfrenta la toma armada del pueblo en el que vive y se venía anunciándose a través de desapariciones forzadas de algunos vecinos de la región. (2013, p.124).

Entonces, el paisaje es desalentador. Ismael, en su afán de encontrar a su esposa, no ha caído en cuenta de que ella, al igual que el pueblo, ha desaparecido. Los recuerdos lo inundan, así como la desazón de poder evitar lo inevitable. Esto se ve en líneas perturbadoras, tales como las de los testimonios de la Escombrera: «Me llamo Ofelia María Cifuentes y estoy en la Escombrera. Aquí solo hay una oscuridad compacta. Polvo, piedras y basura. Yo misma mezclada con todo ello. Y eso que soy ahora, arde sin cesar» (Montoya, 2021, p. 299). Ofelia, Otilia, Silvia, Marcos, Mateo Piedrahíta, Armando, Elkin y los más de 84.330 adultos y 9.964 menores, cifras inciertas porque al parecer el número es mayor. ¿Nos hemos convertido en cómplices, testigos de la crueldad con la que vive una sociedad? ¿O, por el contrario, tenemos eso llamado empatía selectiva?

 

Conclusiones

Ya para finalizar, algunas conclusiones toman fuerza, y es que tanto la narrativa de Rosero como la de Montoya son el tipo de literatura que Colombia necesita leer para no caer en la repetida frase de que el pueblo que desconoce su historia está condenado a repetirla. En este orden de ideas, es gratificante que los autores de estos relatos se tomen el tiempo de hacer un trabajo exhaustivo de investigación y recolección de testimonios y así lograr un acercamiento a la realidad.

Además de eso, los pasajes, situaciones, encuentros y desenlaces toman giros de 180 grados, permitiendo que el lector se identifique con ellos y evoque emociones que niega sentir: la empatía con el conflicto armado y la desaparición forzada. Todo esto, ubicado en un mismo plano geográfico, revela que a pesar de que estamos en plena era digital, seguimos viviendo las barbaries de épocas antiguas, estando el hombre cada vez más deshumanizado y perdido de su realidad. Lo anterior es un referente al cambio y, si no somos capaces de hacerlo, como dice el documento: ¡para qué la literatura!

 

(*) María Rosa Valencia Gómez. Licenciada en Lengua Castellana de la Universidad del Tolima, docente de zona rural del sur del Tolima. Actualmente estudiante de cuarto semestre de la Maestría en literatura en pedagogía de la Universidad del Tolima.

 

 

 

 

Bibliografía

Gardeazábal, C. (2020). Derechos humanos, sujeto liberal y empatía en los ejércitos. Montoya, P. (2016). Para qué la literatura. Lección inaugural programa de literatura- segundo cuatrimestre de 2016.

Montoya, P. (2021). La sombra de orión. Bogotá: Penguin Random House Grupo Editorial.

Rosero, E. (2008). Los Ejércitos. España: Adrastea.        

Saldarriaga, M (2013). Desaparición y perplejidad: estudio de los incipits y los excipits en dos textos de Evelio José Rosero Diago. Estudios de literatura colombiana, N°33.

Vanegas, O. (2016). Simbolismo de la decapitación en Los Ejércitos de Evelio Rosero y Los Derrotados de Pablo Montoya. Estudios de literatura colombiana 38, pp. 39-55.

Literariedad

Asumimos la literatura y el arte como caminos, lugares de encuentro y desencuentro. #ApuntesDeCaminante. ISSN: 2462-893X.

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