Fotografía analógica: Ángela María Pérez.
Les presentamos una serie de poemas de Néstor Alexander Espejo Ibáñez (*) que nos hablan de una casa que, como el amor, se resiste a desaparecer; en nuestra edición de julio-agosto, Lo habitado.
Tacto
Para esto hubieran servido los zapatos:
para caminar entre las cosas rotas y las marcas de la caña brava por el suelo,
para traspasar los olores de la tierra
y detenerme para escabullirme
y tantear los tumores de la casa,
Para sentir las humedades que me crecen por los dedos.
Nadie anda descalzo ahora.
Evitan encontrarse con los cúmulos de piel
que escondió el abuelo entre los adobes
y tropezarse con las formas desportilladas de las tejas
o las deformidades de la hierba mal nacida.
Todos huyeron. La casa se cae a pedazos.
La casa
La casa ya existía
antes de que se arrumaran
los hijos junto a la estufa.
Todo estaba separado.
La luz no era de adentro,
flotaba como una raíz
diminuta por los corredores.
Los pájaros muertos fueron
arrancados del tejado
para dejar que fluyera el agua
y nos mojáramos los labios
en las tardes secas
en que el trigo se escamaba
como una tierra dura.
Todo era nuevo,
el sabor del aire
en los arrayanes,
el ruido secreto
para espantar a los perros
de los barbechos,
lo amargo de los borracheros,
los curubos y las gallinas,
las piedras colgadas
del cuello del primer hombre,
la sombra y la palabra.
Solo la casa estaba antes de nosotros,
lo demás tuvimos que inventarlo.
I
Para Magda Patricia
Mi nombre
se estremece
como un surco
ennegrecido
hacia tu espalda.
Me basta mirarte
para juntar mis manos
como dos piedras
que buscan bajo
la tierra
la raíz del esparto.
La sombra de tus piernas
me traspasa
se humedece
respira.
La palabra es una semilla que crece por tu cuerpo.
Ritual
Las grietas de las manos
le duelen al entrar
y revolver la cuajada
El suero sube se aclara
Puede ver su rostro
No se detiene en lo cuartada que tiene la frente
ni en las manchas que le ha ido dejando el cáncer
Las partículas de leche
se engruesan en el fondo
con paciencia aún se sienta
a ladear la cantina
a resistir su cuerpo
mientras vierte en la estera
la masa dispareja
Sonríe El ritual se ha cumplido
Ha puesto la piedra encima
y espera levantarla ella misma
antes del próximo ordeño.
(*) Mi nombre es Néstor Alexander Espejo Ibáñez. Nací en Bogotá por allá en 1988. Me he criado en el municipio de Toca en Boyacá. En medio de figuras rurales que reflejan lo agreste de la vida diaria detrás de los verdes boyacenses. Obtuve mi título de pregrado y posgrado de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia. Soy un interesado por las formas poéticas y narrativas de la literatura.
Interesante el estilo poético de mi amigo, Néstor Alexander. Felicidades por atreverse a recrear la simplicidad de la vida a través de la poesía.