«Nona», un cuento de María del Carmen Quirola

Imagen: anonymous-project.com

 

 

Les presentamos un cuento de María del Carmen Quirola (*) en nuestra edición de diciembre de 2022: La ausencia.

 

 

La Nona bordaba durante la noche y en el día devanaba sus recuerdos, sentada en la silla de su peinadora, la cual colocaba de espaldas a la ventana. No le interesaba lo que sucedía en la calle, solo abrigarse e iluminar las anécdotas con los rayos del sol que traspasaban el cristal, y que parecía que cobraban vida flotando en las sombras que se proyectaban en el piso de madera.

Mi abuela convirtió en trenzas multicolores a cada una de sus nietas; nos deshilaba mientras se abstraída del presente, yo era el color morado —su favorito y favorita— no sé si la elección se debía a mí o a mi madre. Así reconstruía nuestra vida con una aguja y un hilo muy largo con un nudo bien hecho al final.  Repetía en su cabeza todas las historias para que permanecieran intactas, a veces, grababa en la tela sus lágrimas con puntadas sueltas, suspendidas.

Cuando los hilos se enredaban ella se quedaba quieta, recostada en la cama de bronce, atrapada en el ensueño de su niñez. Miraba a su madre corretear en el jardín de la misma casa que la Nona había convertido en su hogar, buscándola a ella, que se había escondido tras el limonero, del que ya no queda nada. «Una noche repetida», sollozaba ella. Este recuerdo venía a su cabeza con frecuencia, esa fue la última vez que su madre pronunció su nombre. El día que talaron el limonero, esa fue la última vez que yo vi a mí a madre.

«¿Por qué no quieres olvidar?», yo le preguntaba. «Porque recordar es volver a amar, y amar en la memoria es más fácil que en la instantánea realidad, donde miras de frente a la persona que, por ejemplo te dio la vida, rechazarte porque ya no sabe quién eres», respondía ella mientras doblaba una chalina rosa, la guardaba en el cajón y me miraba. 

Sobre esa cómoda azul un poco desvencijada, se posaba el portarretratos de mi madre, mi abuela acariciaba con su dedo el rostro joven de su hija y la bendecía, la miraba y parecía que le contaba algún secreto, yo no podía escuchar sus palabras, solo la frase final, «Te espero siempre». La fotografía de Carlota, mi bisabuela, estaba detrás de la de mi madre, la Nona levantaba su imagen y se la llevaba al pecho, le besaba el rostro y le pedía la bendición; después la miraba fijamente, y le decía: «Yo no voy a olvidarte, voy a recordar por las dos». 

Y para cumplir con estas promesas, mi abuela ofrendaba sus obras perfectamente enmarcadas a Nuestra Señora de la Soledad, le dedicaba con mucha devoción cada uno de los recuerdos que colgó en todas las paredes de su casa; pedía que su hija regresara y que la vida no le robara la memoria, para que ella no perdiera su amor. Le rezaba a la Virgen para que le concediera más tiempo de reminiscencias, y cada 18 de diciembre se arrodillaba ante el pequeño altar que había construido, con un bultito de la Virgen en el centro y rodeada de flores de lana y luces de Navidad, y oraba una novena por su madre, por su hija, por nosotras y por ella misma.

Hace seis meses que la Nona se fue. Se quedó dormida cobijada por muchas trenzas multicolores y telas beige y blancas, parecía que sonreía, estoy segura de que se encontró con la bisabuela Carlota. A partir de ese día, invento mil excusas para visitar su galería hilada, pasear por los largos pasillos e intentar reconstruir los pasos de cuatro generaciones de mujeres. Repaso especialmente las imágenes de mi madre, para conocerla, para entender su ausencia, para perdonar su partida. Nuestra vida en punto cruz flota en las paredes de ladrillo de la casona antigua que ahora, gracias al tiempo y al viento, le da sonido a nuestra historia. 

Los bordados bailan sobre la tela y cuentan quiénes fuimos, pero sobre todo son una prueba tangible del amor de la Nona hacia su madre y hacia su hija. Con sus hilos, hoy remienda la nostalgia que siento por aquellas que ya se fueron. El altar de Nuestra Señora de la Soledad se mantiene iluminado y uno puede verlo desde el patio, a través de la ventana.

La Nona me regaló una serendipia, es difícil poner en palabras la ironía en mi decisión después de haber cuestionado tanto a mi abuela: Encontrar también dónde hilvanar nuestras memorias como ofrenda a la Virgen de la Soledad, para amar en el recuerdo como lo hizo mi abuela, para perdonar a mi madre, para no olvidar a la bisabuela Carlota y para vivir el tiempo que nos fue quitado.

 

 

(*) María del Carmen Quirola. Ecuatoriana, actualmente reside en Cuenca. Licenciada en Comunicación Social y Máster en Comunicación e Identidad Corporativa. Practica danza contemporánea, y prefiere escribir cuentos y relatos surrealistas. Su cuento “Hablemos” fue adaptado para la obra de teatro INCUTEATRO, que llevó el mismo nombre, modalidad de Lambe Lambe. Realizó la corrección de estilo del libro «La Acrópolis de Atenas» de Leonardo Santelices. Forma parte de un grupo de personas que realiza Microbandalismo, y publican sus textos en las redes sociales (#microbandalismo).

Literariedad

Asumimos la literatura y el arte como caminos, lugares de encuentro y desencuentro. #ApuntesDeCaminante. ISSN: 2462-893X.

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