Imagen:Jonny Briggs
Les presentamos un poema en prosa de Jesús Albeiro Zuluaga (*) en nuestra edición de diciembre de 2022: La ausencia.
En la acera se encuentra un recuerdo. Le observo desde el segundo piso, en mi habitación. Se le ve húmedo y esférico como si fuera un aborto de la memoria y no su fruto.
Su aspecto es lamentable. Gotea humores malsanos cuyos hedores llegan fuerte al tacto del oído, como una imagen brusca a la vista, que antes se hallaba tranquila. Entra de cualquier manera y trastorna los sentidos, los troca, los envuelve y los libera confundiéndolos. Cambia el plácido verbo del amor al lugar más lejano de la casa y de allí devuelve los lamentos de un mal cantar de ninfas toscas, de esas que te cierran los oídos y no encantan. Un canto que se parece a la lágrima de infortunio, a la muerte huidiza cuando deseada.
El recuerdo este, metamorfoseado, es lo más vívido que he presenciado nunca. Todavía se mantiene en la ventana procurando entrar con el frío de la neblina matinal. Que se quede afuera, que no ingrese el recuerdo. Fuera se alía perfecto con el frío. Yo aquí he inventado un calor que, aunque impostado, permite mantener alejado el recuerdo.
A través del cristal todavía está la larva que expulsó al impertinente. Ahí está, como inclinada, como una víctima, como una cosa pura que no ha provocado nada. Y son las cosas puras el origen de todo. Su mensajero está en mi ventana y lo presencio, aunque no lo ha tomado ya lo acogió mi sensibilidad: un presentimiento. Le rechazo.
El halo gris en la ventana se me parece al ave visitante sobre los campos griegos en batalla, un mal augurio. En mi aposento, ya moderno, citadino, el lustroso está al otro lado de la ventana y yo soy Héctor, casi capitulado para la furia de Aquiles. Es un ave gris y no huele a nada, terriblemente a nada, pero evoca. Dejo de presentir y voy palpando – ¡Que sea maldita la vil larva! – un suceso más allá de la pereza del rechazo.
Me acerco entonces a la ventana, sin camisa, a su desnudo cuerpo liso y plano, y me observo a mí mismo. El vidrio se ha hecho espejo. Al otro lado el vaho ha hecho refugio y ha recostado el cuerpo en la ventana. Me veo, de lleno, reflejado en el recuerdo. El recuerdo soy yo, ahora parece. Mi rostro se dibuja en ese lienzo con la nostalgia más profunda, la que queda en el lugar de un verso, desaparecido, que se aprecia.
¡Procúrese pensar en mi estadía y no sufrir a la par conmigo! Estoy colocado en mi habitación, sin camisa, con el pecho abierto, sin defensa. En desgracia. Todo el camino recorrido en pos de colocar mi vida lejos de ella, ha actuado como un resorte retraído estrepitosamente tras llegar forzosa a su límite flexible. Maldita sea la larva del recuerdo.
Ahora recuerdo el motivo del olvido que hube procurado, y porque no me he puesto la camisa:
La onda circular que forma el agua, muchachito, cuando la roca golpea su superficie, no va a desocupar el lago, ni nada menos. El agua volverá a estar igual después del alboroto. Me dijo Laura cuando le grité, me parece que hace muy poco tiempo, que no quería verla más y que se fuera de mi casa. Estás tirando una pequeña roca a un gran lago, nada más. Me dijo antes de retirar su figura y dar la vuelta.
Ahora que el lago calmó, y las ventiscas impetuosas borean sus aguas con furia, se me aparece ella en la acera y ni me habla. Tan solo se exhibe, sin querer dar un abrazo, o un beso, o un saludo, como una pintura airosa que no quiere más que ser observada y admirada. Tan solo se muestra y se abre como una granada y me cubre la ventana de recuerdo. No le creo primero. Pero me convence y la presiento, la siento antes, digo. ¿Será entonces Laura? Me emerge imprudente el pensamiento, como un voluminoso pecado. ¿De verdad será Laura? ¿O será solo su recuerdo sobre el agua que golpeé con la roca?
Quiero observarla nuevamente allí abajo para comprobar que no fue una ilusión, pero el cristal en el umbral parece noche y refleja un cuerpo mustio sin camisa. No alcanzo, al menos, a penas, a vislumbrarla nuevamente en su paso, seguro ocasional, por mi casa. El recuerdo ha obnubilado el horizonte cristalino.
Abre la puerta, hombre, grita del otro lado. Hace frío aquí afuera.
(*) Jesús Albeiro Zuluaga. Poeta, filósofo, cafeísta.