El trabajo del voyerista siempre es colmado fuera de sí mismo: es la labor del cineasta, del exhibicionista. De ahí el poder del montaje, del vestido. Mostrar siempre es esconder un poco, y postergarse: hacerse imagen deseable. Y además, reservarse al poder. Entre la voluntad que regula y el ojo que regula y el ojo que aguarda, se establece una intangible sumisión.