Si más de cincuenta tazas de café al día no nos sirven para vigilar nuestra propia escritura, asesinos del sueño, pesados ángeles bostezantes, para terminar de conocer a nuestros amigos o, al menos, su manera de parecerse a nosotros en lo cansados sin empezar a correr, en lo muertos en vísperas del nacimiento, en lo abyectos en su espíritu limpio; si el café no nos da una familia.
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