Acaso habrá alguien que sepa para quién escribe. Las palabras, puestas en un papel, nos dejan de pertenecer. Uno no es dueño ni de su propia misantropía. Aglutinar papeles en un cajón de escritorio es, a la larga, dejar un testamento de vergüenzas. Uno debería quemar todo cuanto escribiera si no le satisficiese.
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