Un relato con un protagonista poco usual que, en la medida de sus posibilidades, se propone hacer lo mejor posible para sobrevivir luego de una pequeña catástrofe.
Tengo los minutos contados y el reloj no se detiene. El reloj no se detiene nunca, ni cuando nos morimos. Me pregunto si cuando estamos muertos el tiempo alcanzará para todo pero, como casi todas las preguntas, la respuesta me la dará el tiempo o alguien muerto.
Si el reloj de pared
aquel utensilio de cocina desprestigiado por limpio
o por sucio
o por su tres bracitos desiguales
camina a velocidades estrambóticas
casi corriendo…
Colgó. ─ ¿Quién te llamó? ─le preguntó desde la cocina─. ─El asesino, el asesino, mamá. Que a las cinco me va a matar. ─Cuando te vayas llévate una chaqueta, dicen que allá hace mucho frío. Salió sin despedirse. De camino a la estación pasó a la casa de un compañero de trabajo a dejarle una […]