La escritura como sueño creador en El libro del desasosiego de Fernando Pessoa

Un ensayo en fragmentos de Wilson Pérez Uribe.

El libro del desasosiego de Fernando Pessoa, escrito bajo el heterónimo de Bernardo Soares, sugiere la forma de una tríada: la escritura, el sueño creador y la palabra como viaje hacia la obra humana. Estos ejes cardinales, si los queremos nombrar así, se aúnan a la idea de una escritura fragmentaria desplegada entre el balbuceo, la inquietud y la certeza de lo que posible por decir, habrá de ser dicho.

A medida que se escribe, el viajarse es también confrontarse a la pared, amenazándose con todas las armas, aun sabiendo que ninguna es del todo letal. Marguerite Duras dice: “Escribir es también no hablar. Es callarse. Es aullar sin ruido” (1994, p. 30). El libro del desasosiego está en una continua escritura por hacerse desde la carencia. Tejido acaso el de la escritura, monumento carcomido por el tiempo, elegía del que se confronta hasta la saciedad. Escribe Fernando Pessoa en el Fragmento 17: “[…] me he sentado a la ventana de mi vida y me he olvidado de vivir y de ser, tejiendo mortajas para amortajar mi tedio, manteles de casto lino para los altares de mi silencio” (2014, p. 39).

Escribir: hacer obra desde y para la inutilidad. Acaso el no escribir se corresponda a una sana aceptación de lo que ya se es. Sin embargo, escribimos para que eso que nos hiere, nos termine por atravesar. El yugo, entonces, es una suerte de arrepentimiento donde la obra “no enseña nada, no hace creer en nada, no hace sentir nada” (ibid, p. 39).

Ese aparente no decir nada de la escritura proviene de su carácter fragmentario. Maurice Blanchot anota lo siguiente: “lo fragmentario, más que la inestabilidad (la no fijación), promete el desconcierto, el desacomodo” (1990, p. 14). La escritura en El libro del desasosiego se perfila en la margen de lo posible. El fragmento es la puesta a prueba de lo por hacer, de lo proyectado, de lo soñado. El fragmento no deja las cosas en una aparente estabilidad. Las palabras, el tiempo, todo quiere escapar de la quietud. Será por ello que María Zambrano piense que el oficio de escribir está en “salvar a las palabras de su momentaneidad, de su ser transitorio, y conducirlas en nuestra reconciliación hacia lo perdurable” (2004, p. 38). Cuando Fernando Pessoa reflexiona en torno al arte, en el Fragmento 342, no está haciendo más que un llamado a la posibilidad de comprender la escritura –en su sentido fragmentario- como periplo hacia la transformación de quien se atreve a ordenar unas piezas sin orden. “El arte consiste en hacer sentir a los demás lo que sentimos nosotros, en liberarlos de ellos mismos, proponiéndoles nuestra personalidad como una liberación especial” (2014, p. 369). Esta posibilidad es la que abre el fragmento: la de que un lector activo se interne en los caminos de esta escritura, muchas veces desalentadora, y elija los cruces, los atajos o los paraderos que la obra misma vaya ofreciendo. Tal vez la experiencia de lectura de estos fragmentos sea la idea de que uno participa del trazo del escritor, y de golpe una construcción verbal puede ser parte de nuestro propio silencio.

Y si la escritura es un arrojo hacia lo desconocido, si el enfrentamiento del escritor está en verse a sí mismo desde lo que falta, pero con el matiz de la promesa, de lo por hacerse, por qué el sueño se convierte en eje primordial en Pessoa a la hora de escribirse. ¿Nos escribimos al soñarnos?

Fragmento 41: “Soñar es encontrarnos. […] el arte de soñar no es el arte de orientar los sueños. Orientar es actuar. El verdadero soñador se entrega a sí mismo, se deja poseer por sí mismo” (ibid, p. 67). Este fragmento perfila la idea del soñador que únicamente ve consuelo en su presente a medida que el sueño se convierte en su refugio para ser él mismo. La escritura, entonces, no es la confirmación de un estado actual, siempre es el anhelo por un estar donde se estuvo anteriormente. Las formas legítimas del sueño abren las puertas a la contemplación de la vida en sus múltiples horizontes. Al final, Pessoa se convierte en objeto de sus propios sueños. María Zambrano escribe: “En el sueño somos objeto para nosotros mismos, es objeto el aspecto de nuestra vida que en ellos aparece” (2004, p. 585). Se asiste al espectáculo de la vida cuando se sueña. Y de golpe las apariencias se desgajan, se desdibujan. La escritura, volvemos a decirlo, no es la confirmación de un estado real, es la confrontación de lo que es y de lo que fue para hacerlo ser de otra manera. Así lo dice Blanchot muy concretamente: “[…] escribir es la decadencia del querer, así la pérdida del poder, la caída de la cadencia, otra vez el desastre” (p. 17). Y ese desastre no es más que la escritura buscando su propio silencio para poder nombrarse.

Soñar, escribir: el nombre del silencio intacto. Sueños, escritura: el nombre de las cosas es el silencio. Verlas, acariciarlas; sentir pesadez, nostalgia, apuro. El nombre de la verdad está en un espejo que devuelve a nuestros ojos el pasaje absoluto donde una vez fuimos. ¿Qué nombra la escritura pessoana en El libro del desasosiego? Respuesta: la infancia.

Fragmento 84:

¡Oh, mi infancia muerta! ¡Oh, cadáver siempre vivo en mi pecho! Cuando me acuerdo de esos juguetes míos de niño ya crecido, una sensación de lágrimas calienta mis ojos y una nostalgia aguda e inútil me corroe como un remordimiento. Todo aquello ya pasó, quedó rígido y visible, visualizable, en mi pasado, en mi perpetua idea de mi cuarto entonces, alrededor de mi persona no visualizable de niño, vista desde dentro. (p. 118)

Ese vínculo desde el anhelo por el lugar de la infancia dota de desasosiego a la escritura de Pessoa. El desasosiego no es más que la inestabilidad cuyo presente no logra asirse del todo en la palabra cotidiana, en el acto benéfico de respirar o en el roce que se le prodiga a las cosas para que no sean olvidadas. La madurez del hombre está en el recuerdo de su infancia y, precisamente, en la seriedad con que enfrentaba esos años de entrañable inocencia. Y por eso mismo la infancia en El libro del desasosiego es sueño, como una marca creadora a partir de la cual lo que se es proviene de una fuerza del adentro que sólo la escritura puede nombrar antes de olvidarla. Es un juego de dados, un caminar a puntillas, un balbuceo, es como si se recorriera minuciosamente la traza de un caracol con los dedos, para descubrir lo poco que hay allí del hombre. Sin embargo, ese sueño creador no puede dejarse a un lado, siempre está en el hacerse por medio de la invocación de la escritura.

María Zambrano dijo que “escribir es defender la soledad en la que se está” (2004, p. 35). Y defender no es más que asir, recuperar, trasladar lo sentido en pérdida a otro estadio, el de los sueños. Y todo se convierte sucesivo anhelo, en exclamación, en desequilibrio. Por ello leemos en el Fragmento 44 lo siguiente:

“Que vuelva a ser niño y que me quede siempre así, sin que me importe el valor que dan los hombres a las cosas ni las relaciones que los hombres establecen entre ellas. […] Los niños consideran oscuramente absurdas las pasiones, las rabietas, los temores que ven esculpidos en los gestos de los adultos. ¿Y no son realmente absurdos y vanos todos nuestros temores y todos nuestros odios y todos nuestros amores?” (2014, p. 69)

Esta escritura que se sueña en lo posible—para re-crearlo, para re-presentarlo—abunda en una visión trágica del mundo: el artista es un desencantado de la vida y nada que no sea su propio encierro pareciera matizar esa visión. ¿Es acaso El libro del desasosiego una defensa de la soledad que avasalla al artista? El poeta artista, el demiurgo de las palabras, el soñador de las ideas que van en contra de otras ideas, tal vez del sí mismo, no escatima en esfuerzos, porque la entrega total a su trabajo lo habrá de vincular, tarde que temprano, con lo que escribe. Entonces pensamos que Pessoa iba y venía, de su ser adulto a su ser niño. En uno la pregunta, en otro la respuesta. En uno la fragilidad, en otro la fuerza.

El profesor Carlos Vásquez menciona que Bernardo Soares se reconoce como un ser de margen:

Pienso que esta marginalidad es decisiva a la hora de intentar entenderlo. […] Su primer rasgo es una peculiar intensidad en la visión. […] Estar en la margen es asistir y dejarse llevar. Es al mismo tiempo una situación particular de distancia, una conciencia del distanciamiento y una voluntad del mismo, es tener por seguro que uno no forma parte de nada, y que no tiene que ver con nadie (2012, p. 69).

Esta margen no es más que el perfil de la palabra como viaje humano. Y la palabra nunca apuntará al centro del corazón, siempre inventará el borde, el límite para que otra cosa que no se esperaba devenga por naturalidad. Es un pertenecer a todo desde la nada, y sin importarle a nadie como lo menciona Vásquez. Esta idea, indudablemente, está cercana a esa noción de la cual habla Roland Barthes, lo Neutro. Esta noción la comprendemos desde la búsqueda de una relación justa con el presente, desde la atención y la no arrogancia (2004, p. 134). Esta relación con el presente instaura la idea de una escritura del ahora, aun así se proyecte como escala hacia el pasado o el porvenir. Porque desde lo que es, lo Neutro aparece como una imposibilidad de no ser otra cosa que un manojo singular de palabras trazando, paso a paso, la vida con todas sus inquietudes. Lo Neutro implica tomar una distancia, pero no una muy lejana ni muy cercana, es una especie de punto ciego donde el hombre es a la vez fuerte y débil, donde, en la figura de Pessoa, la escritura es el centro creador donde lo que nombramos como Neutro se filtra en el Todo para tornarse en unidad flexible que bien puede transitar entre los estadios más disímiles del ser humano. Así, la escritura es una salvación del centro del pensamiento para hacerse sueño creador, palabra desbordante, claridad incierta.

Las palabras se hacen obra, y la obra se presenta en arte cuando una experiencia ha transitado por las huellas de esos vocablos. Entonces la obra tiene dos caras: la que vio el artista y la que ve el lector; acá nos interesa la que vio el artista. Maurice Blanchot explica: “La obra no aporta ni certeza ni claridad. Ni certeza para nosotros, ni claridad sobre ella. […] nos debilita y nos aniquila” (1992, p. 211). El libro del desasosiego, si lo miramos con esta lupa, siempre está en el juego de la renuncia, y no una renuncia banal, sino que presenta una estética de la renuncia. Leamos con atención una parte del Fragmento 99: “Sólo vence quien nunca lo consigue. Sólo es fuerte quien nunca lo consigue. Sólo es fuerte quien siempre se desanima” (2014, p. 128). Esta aparente exclamación del artista nos revela la idea de que si la palabra es pura y alta experiencia humana, el perderla es volver a un estado inicial de carencia pero con las potencialidades de la creación puestas a nuestros pies. En este sentido, la imperfección siempre rondará esta escritura fragmentaria que trata de asirse en el sueño para desplegarse y soltarse, para dejarse ir, en la experiencia reveladora de la palabra que se hace obra más allá de toda privación humana.

Este carácter de la obra, independiente, al final, de su creador, no es un mero azar, o un dictamen del porque sí. En Fernando Pessoa es un anhelo que transita en una clara y dolorosa continuidad; es decir, la promesa del ser creador está en la conciencia de que toda escritura no es más que el margen de lo que no se puede ser, porque el estar siendo en el límite, a modo de tanteo, no es afianzarse a ningún lado, es, simplemente, un estar siendo siempre, de un lado a otro lado: infancia-sueño; escritura-presente. Vaivén sobre el cuerpo de la vida. ¿Y qué nos queda? La confirmación de eso que Blanchot llama la ruina que busca la propia obra para ser belleza, para desprender verdad activa (1992, p. 217).

Al final nos quedan las palabras de Fernardo Pessoa al término del Fragmento 32:

Y yo, que digo esto, ¿por qué escribo este libro? Porque lo reconozco imperfecto. Soñado, sería la perfección; escrito, gana imperfección; por eso lo escribo. Y, sobre todo, porque defiendo la inutilidad, el absurdo: escribo este libro para mentirme a mí mismo, para traicionar mi propia teoría. Y la gloria suprema de todo, amor mío, es pensar que tal vez no sea verdad, ni yo lo crea verdadero (2014, p. 55).

Pero la escritura vuelve al sueño, despierta allí y se revela como promesa creadora. Luego esa escritura se convierte en pan diario que tiene que ser masticado, y entonces nos hastiamos de ella porque se empieza a parecer demasiado a nosotros mismos.


Referencias: 

Barthes, Roland (2004) Lo Neutro. Madrid: Siglo XXI Editores

Blanchot, Maurice (1990) La escritura del desastre. Venezuela: Monte Ávila Editores

_______________ (1992) El espacio literario. Barcelona: Paidós

Duras, Marguerite (1994) Escribir. Barcelona: TusQuets Editores

Pessoa, Fernando (2014) El libro del desasosiego. Valencia: Editorial Pre-Textos

Vázquez, Carlos (2012) Arder en el tiempo. Medellín: Editorial Universidad de Antioquia

Zambrano, María (2004) La razón en la sombra: antología crítica. Barcelona: Ediciones Siruela.

 

Literariedad

Asumimos la literatura y el arte como caminos, lugares de encuentro y desencuentro. #ApuntesDeCaminante. ISSN: 2462-893X.

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