Yo, Bertolt Brecht. Leopoldo Guevara, junto a los estudiantes de la escuela de Teatro “Ramón Zapata”, Venezuela, 19 de Julio de 2013.

Por: María Laura Padrón
No es una obra fácil de digerir. No se aceptan así como así las bofetadas que cada escena nos asesta tras leerla. Es el singular mundo de Bertolt Brecht, el que se ve reflejado en esta adaptación tan sincera, irónica, sarcástica, hiriente y aguda, que otorga a la mente tremendos espacios para abordar la historia y trastocarla.
“Si la gente quiere ver sólo las cosas que puede entender, no tendría que venir al teatro: tendría que ir al baño”, es la premisa con la que esta compilación dramatúrgica Yo, Bertolt Brecht, nos introduce. Y es necesario que lo haga, del puño y letra del mismo Brecht, para así advertirnos que lo que veremos es más profundo que ir a desalojar nuestra orina y las heces en el inodoro.
Bertol Brecht, dramaturgo y poeta alemán del siglo XX, a quien se le conoce por desarrollar una nueva forma de teatro, que se caracterizaba por representar la realidad de los tiempos modernos y se encargó de llevar a escena todas las fuerzas que condicionan la vida humana, invitaba al espectador de sus obras a trascender de las butacas. Yo, Bertolt Brecht, montaje realizado por el actor y director venezolano Leopoldo Guevara, junto a los alumnos de la escuela de Teatro “Ramón Zapata”, hace hoy esa misma exigencia.
¡Estamos en guerra!

La guerra es el epicentro de esta obra, esa que en 1905 los rusos pierden contra Japón y origina la entrada de Rusia a la Primera Guerra Mundial, desatando el estallido social Bolchevique que en 1917 derroca al último Zar, Nicolás II; así como también lo es la Segunda Guerra Mundial, entre 1939 y 1945, que sirvió de escenario para los crímenes más crueles de la humanidad.
En la actualidad somos testigos de una guerra feroz, apuntada por la violencia desatada en las calles. La inminente y exacerbada lucha de los asesinos y delincuentes contra la vida humana. El afán por estar encima uno de los otros, por aplastar al indefenso, por llevar una pistola en la cintura y dispararla al antojo, pasándose la humanidad por el culo.
Tampoco a los líderes atroces del ayer, les importaba la cuenta total de las víctimas caídas tras sus órdenes mortales. La guerra no ha terminado, murió Hitler, Franco, Mussolini, pero todavía nos quedan los homicidas que protagonizan las páginas de sucesos de los periódicos, nos quedan los políticos corruptos que hacen y deshacen a tiempo y a destiempo, dejando en vilo a toda una sociedad que depende de sus decisiones y arrebatos, nos quedan las armas, las amenazas, los discursos, las ideologías, los líderes, los siervos.
Todo es una mierda

Esta compilación, sus idas y venidas por la obra de Brecht, que constatan su vigencia en la actualidad, se resume en una frase: Todo es una mierda. Y ese “todo” está relacionado con las concepciones tradicionales de la vida que reinan en la sociedad desde que supuestamente fue civilizada.
La política nació en virtud de procurar una sociedad libre, compuesta por hombres libres y para plantear soluciones a los problemas que acarrean una colectividad. Pero hechos recientes demuestran que prácticamente lo que la política toca se vuelve mierda. Y es interesante ver cómo todo se desprende de allí, pues la perversidad humana se refleja en las grandes esferas de poder, desde la formación de los imperios, el desarrollo de ideologías personalistas y la exaltación de líderes mesiánicos que imprimen su imagen de salvadores
Por eso, la política y los políticos en cualquiera de sus formas son mierda. A ellos se les está permitida la toma de decisiones en torno a sus intereses, pretendiendo que buscan el bien común. De esta afirmación, da fe la historia de las naciones que han estado en manos viles y que hoy continúan bajo diversas formas de autoridad.
En Yo, Bertolt Brecht, se hace una crítica intensa a la humanidad y lo atrofiada que desde hace siglos permanece. Hay un rechazo a las convenciones sociales, al racismo, a la maldad, a la hipocresía de los que se creen más dignos que otros, al rechazo de la “gente acomodada” que no ve más allá de su burbuja.
Brecht y su obra, son un espaldarazo a lo diferente e irreverente. Él mismo fue capaz de cuestionar al Teatro en su época y se permitió cambiar los esquemas, haciendo pensar a los espectadores en sus asientos, mostrando que hay realidades que merecen ser observadas a profundidad. Encontró en el arte esa oportunidad de trascender.
Al final de la obra, Brecht se pierde en la oscuridad. Su modo único de percibir los contrastes de la vida, se contagia inevitablemente y se intensifican las ganas de participar en la singularidad de su mundo, que se parece al nuestro, el que ahora podemos vivir.
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