Cuando la sociedad española de hoy atraviesa uno de esos túneles de la historia que parecen no tener salida, con la crisis económica y el desmantelamiento de la confianza en la vida pública, más necesaria parece que es la voz del poeta. Así ocurrió en tiempos pasados cuando las turbulencias sociales parecían llevar a ninguna parte. La voz de los poetas cataliza y transfiere sentido al valor de la existencia diaria. Al menos en la obra de aquellos autores que pisan tierra firme y entremezclan su andar cotidiano con el común de los mortales. Como la obsolescencia planificada de los productos tecnológicos, también en el mundo de la cultura masificada existen modas pasajeras y escolasticismos neopaganos que interfieren en el proceso de confluencia generacional. Así es que con tanto despiste de centro comercial y avemarías institucionales, la visibilidad del poeta a día de hoy depende de energías metabólicas para reinventar su lugar en el espacio social y proyectar por medio de su escritura ese latido vital tan necesario para los ágoras tardíos de la vida ciudadana.
Al volcar la mirada sobre la obra poética del joven autor madrileño Raúl Campoy Guillén (1978), precisamente nos encontramos con el eco de esa voz pujante que esclarece y dignifica los submundos a los que se ve rebajada la creatividad oficialmente. Tanto en sus libros editados (“Los dientes del reloj” Atlantis, 2008, “Donde casi amanece”, Celya, 2010, y “Etanol Mortis”, Olifante, 2014) como en sus múltiples poemas regados por revistas y publicaciones de certámenes, aparece ese halo especial de originalidad y experimentalismo con el lenguaje que garantiza la continuidad progresiva de todo escritor con saque largo.
Más allá de los tópicos en la lírica española hegemónica, el gran tema universal del amor y la figura problematizada del yo aparecen en la escritura de Raúl Campoy Guillén de una manera connatural y constitutiva. No hay artificios genéricos en la búsqueda de su impronta personal, ni tampoco precondicionamientos tradicionales a la hora de procesar su material poético. En cada uno de sus libros la única sombra que planea es la de su tinta vertida, la creencia en la autenticidad de la escritura para el desvelamiento del tiempo presente que es vivido con transparencia total. Ante la férrea telaraña de las convenciones sociales, el automatismo embrutecedor de la vida íntima y el desencantamiento terminal de la naturaleza, la poesía se plantea como subterfugio esencial para el mejoramiento de la existencia y el ahondamiento esclarecedor sobre las claves de lo humano.
Raúl Campoy Guillén representa a ese autor joven nacido en el simbólico año de la constitución española. Pertenece a la hornada de poetas que debieron afrontar el desgaste sistemático de la carrera de fondo que supuso la integración de España en el panorama europeo de la cultura tras la amputación dictatorial de las vanguardias. Su espacio de confluencia creativa coincide exactamente con el derrumbe del estado del bienestar y la apoplejía democrática de un modelo social en decadencia bajo el empobrecimiento de la cultura y el consumismo a ultranza. Muy atrás quedaron Ortega y Machado, la residencia de estudiantes, la movida contracultural, los ismos de la falsa multiplicidad poética en la franja exclusiva de la península ibérica y sus escuelas estéticas de la postransición espectacular.
Otros vientos colmaron el idioma español desde la América profunda que ha ido marcando el paso desde sus plurales orillas del verbo. Ya no ha sido España el norte de la creación literaria y durante las últimas décadas numerosos premios oficiales han tenido que ajustar sus bases para la alternancia entre autores consagrados españoles y la galaxia de escritores latinoamericanos devenidos tardíamente al reconocimiento tras el boom histórico de los 70 y la caída de sus otras dictaduras militares. La actualidad poética de la lengua de Cervantes está fuera de cualquier aspiración de monopolio editorial y cada nuevo año aparecen nuevas voces pujantes y alternativas. Y es en este intersticio panorámico es donde encontramos la obra de Raúl Campoy Guillén.
Tras su presencia en festivales internacionales de poesía como el de La Habana, Copenhage y Canarias o Lima, y la aparición de poemas suyos seleccionados en prestigiosas revistas y publicaciones anuales -más el reconocimiento en premios como el Sacra Leal de cuentamontes-, su proyección literaria acumula índices cualitativos para significarse como una voz emergente y coyuntural a estos tiempos de incertidumbre y desafío para las nuevas evocaciones. De profesión fisioterapeuta, con una importante atracción personal hacia la práctica del montañismo y el mundo del viaje como vectores de su itinerario cotidiano, nuestro poeta revela una predestinación hacia la ruptura de los esquemas clásicos del lenguaje coloquial, mediante una praxis de escritura vehiculada a través del empleo de la telefonía móvil como soporte en espacios naturales abiertos y geománticos.
Esta novedad confesada del escritor madrileño no es más que un indicio sobre el decurso de su experimentación poética sin límites: la incorporación de términos provenientes de su ocupación laboral (trombosis, cartílagos, supuraciones, endorfinas, radiaciones, inmunología), el acompasamiento de silencios estratégicos en una versificación musicalizada de potente ritmicidad, la referencia clarividente al imaginario erótico en torno a la feminidad que marca el compás de sus relaciones básicas como ser ciudadano y la personal incursión por una especie de intimismo de extramuros con enorme versatilidad hipersensible hacia la naturaleza como expresión de lo vivo, representan grosso modo un retrato robot fehaciente del poeta joven en la España de la crisis.
Hay otras voces, otros contextos, otras singladuras posibles y necesarias también. Sin embargo la aureola de Raúl Campoy Guillén muestra un desequilibrio formidable que decanta lo poético en la balanza de lo fundamental para la vida, lejos de la épica juglaresca de los bares nocturnos donde se cocina buena parte del barullo cultural en Madrid y los desencuentros generacionales tan habituales en un país donde la envidia y el rencor ha llevado a rebajar continuamente la palabra a triste arma arrojadiza.
Sobre la hecatombe ecológica venidera (su mar es ultrarotundo), la pérdida de calidad de vida y derechos civiles, el linchamiento de la cultura de base en universidades, ayuntamientos y barrios por los recortes económicos del poder y la carencia estructural de un espacio para el encuentro poético y el amor al arte con mayúsculas, el propio poeta nos advierte cuando dice que ni campos donde poder gritar los años ni montañas en donde caer. En tiempos de crisis la poesía puede y debe existir, así que gracias a autores jóvenes como Raúl Campoy Guillén, el antiguo oficio de la escritura, tan arduo y doloroso como fascinante y deslumbrador, se mantiene pase lo que pase, muy a la orden del día.