Poetas silenciados – El caso de ocho poetas argentinos desaparecidos

                                        Mudez y belleza al final del camino

 

Presentamos la poesía de ocho poetas argentinos desaparecidos durante la última Dictadura Cívico Militar Argentina. Selección y nota de Miroslav Scheuba.

 

Por: Miroslav Scheuba

Durante los años de plomo caliente y asesino, en la Argentina de los años 70’, fueron desaparecidos casi 150 escritores y muchos de ellos eran poetas. Era evidente que a los militares no les gustaba la poesía. La represión de poetas e intelectuales comenzó estando en el poder el general Juan Domingo Perón y luego, Isabel Martínez, su viuda, y continuó con quienes la derrocaron, es decir, con una junta militar que fue experta en hacer desaparecer gente. Cuando a mediados de los 80’ la democracia fue restaurada, los escritores que no desaparecieron comenzaron una amarga y doliente tarea, la de escribir a sus desaparecidos, sus torturados y sus muertos. Este trabajo lo hizo la SEA, (Sociedad de Escritoras y Escritores de la Argentina, que preside Graciela Aráoz), investigación que después de varios años fructificó en el libro PALABRA VIVA Texto de escritoras y escritores desaparecidos y víctimas del terrorismo de Estado. Argentina 1974 / 1983. Su primera edición data del 2005. En esta reseña de PALABRA VIVA, recordaré a ocho escritores que fueron ametrallados en la noche más larga y oscura para las mejores plumas literarias de la época; y lo haré por orden alfabético, acaso inspirado en San Agustín que en la Edad Media declamaba que la paz es la tranquilidad del orden. 

 

MIGUEL ÁNGEL BUSTOS

 

Bustos, poeta y periodista, nacido en 1933 en Buenos Aires, cursó estudios de Derecho y de Filosofía y Letras. Viajó por América Latina en búsqueda de una identidad modesta y luminosa. Colaboraba como crítico literario en revistas de su época Panorama y Siete Días, y en los diarios La Opinión y El Cronista Comercial. Fue un asiduo colaborador del quincenario político Nuevo Hombre que fundó Silvio Frondizi. Publicó: Cuatro Murales (1957), Corazón de piel afuera (1959), Fragmentos fantásticos (1965), Visión de los hijos del mal (1967), El Himalaya o la moral de los pájaros (1970). Era militante del PRT, Partido Revolucionario de los Trabajadores. Fue desaparecido el 30 de mayo de 1976. Su cuerpo fue encontrado en 2014, gracias a las pruebas de ADN, en una fosa del Cementerio de Avellaneda.

 

 

Arreglos con frutas

e instrumento de viento                                                                                          

 

I

 

Naranjos

hasta cuándo serán naranjos las calles del Tigre

y no el corazón de mi amor.

Pulpa de tu tremenda boca la toqué y se fue por la noche entre los naranjos

volvió para pegarme como la rama más débil  o la ola más fría iniciando la

tormenta.

Y yo que creí que nos pondríamos juntos en nuestra vida de mil años.

(…)

 

II

 

Madre. Este es el segundo

en que te llamo y en vos llamo a todas las dulces bocas

ojos de leche de las mujeres que se me mueren.

Quiero saber

siempre habrá una luna de polvo y huesos para mí. Sí no he de tener un sol

este será mi último vuelo en mi última venida a los cielos.

Tu hijo es hombre

tiene perros clavados en las ingles con grandes frentes negras. Sin embargo

pobre te pide a tropezones ya no da más ya no da un solo día más madre un

solo día más quiero probar un cuerpo que no muera que no olvide. O caeré

como un ángel de hierro con cien muertos en las alas. Un solo muerto

en el cuerpo.

Qué podrás decirme

cuando sea uno bajo la gran luna de polvo y hueso.

 


 

IGNACIO IKONICOFF

 

Ignacio Ikonicoff fue un científico especializado en física, graduado en Francia con medalla de oro. Doctor Honoris Causa de La Sorbona. Escribió en la revista Ciencia Nueva. Ignacio llegó al periodismo a través de su profesión y en 1972 estaba en la Lista Marrón de su gremio. Escribió en los diarios La Opinión, El Mundo y Noticias, en la revista Panorama y en la agencia Interpress. Fue un activista del Movimiento Nacional contra la Represión y la Tortura. Allí militaban Dante Gullo, Pirí Lugones, León Ferrari y otros. Desapareció, junto a su mujer, María Bedoián, el 12 de junio de 1977. Tenía 35 años.

 

Carta de un preso a su abogada

(Fragmento)

 

                                                           Instituto de Seguridad y Resocialización,

                                                                               Rawson, 16 de enero de 1973

 

Querida Abogada: (Para llevarte el apunte con el encabezamiento y para que tarde menos el censor), querida muy querida…

Voy a contarte cosas de las gaviotas para que vuelvas a asociarlas con la tristeza. Recién vi una volar sobre mi ventana, cruzar el espacio verde que bordea el pabellón, atravesar el «campo de deportes» y posarse después de un giro perfecto junto al mundo exterior, sin batir sus alas ni una sola vez, planeando los cien metros y el aterrizaje. En días más ventosos las veo a lo lejos recorrer muchas cuadras «apoyándose» en las corrientes de aire y usando sus alas como un timón.

Cuando sale el sol hacen tanto ruido que creo tener un viejo gallinero de campo cerca (y en casos de encierro esta no es una sensación triste, por cierto); entonces, si uno en lugar de enojarse se despierta (prohibido a hora tan temprana por «ley de máxima peligrosidad») puede ver el cielo enrojecido, y desde mi ventana que da al este-sur-este ver cuando a gatas la puntita del sol comienza a asomar. Me permito una digresión: mirando el color del amanecer y del crepúsculo y comparándolo con el azul del mediodía, Einstein y otro que creo que fue Base calcularon ¡el número de moléculas por litro de aire! Realmente hay que ser muy buen tipo y sobre todo infinitamente pacífico y tranquilo para inventar un motivo de trabajo científico contemplando la puesta del sol.

(…)

 


 

AGUSTINA MARÍA MUÑIZ PAZ

 

Agustina María Muñiz Paz nació el 30 de julio de 1949. Estudiante de Música y Letras. Fue secuestrada en su domicilio en Capital Federal el 20 de abril de 1976. No hay testimonios de su paso por un centro clandestino de detención. Está desaparecida desde entonces.

 

[Carta a su madre]

 

Querida mamá:

Quiero que sepas por qué me fui a vivir sola. Necesito decírtelo porque yo soy muy torpe para demostrar mis sentimientos, mi cariño; a veces no lo hago, por no sentirme débil, necesitada.

Me fui de casa porque quiero aprender a luchar con mis propias fuerzas. Es imprescindible que aprenda, mamá. De todas maneras, no es definitivo, creo que hay que dar tiempo a la decisión; mientras tanto no quiero que te sientas sola, sino como si estuvieras en mi cuarto un poco más lejos, nos vamos a ver igual que antes o en realidad más.

Mamá, por favor no te sientas sola, sos la persona que más quiero en el mundo, nunca nos desilusionaste, fuiste la mejor madre, quizás demasiado buena y algo fantasiosa para este duro y difícil mundo, pero cambiaste mucho y aprendiste mucho y me enseñaste a luchar siempre por lo que quiero, cueste lo que cueste.

Nunca voy a dejar de necesitarte aunque tenga cien años. No te olvides nunca la frase que le dijo Goldmundo a Narciso antes de morir, después de haber vivido una vida intensa como una luz: “¿Cómo podrás morirte un día, Narciso, si no tenés madre? Sin madre no es posible amar, sin madre no es posible morir”. (…)

 

 

Poema sin título

 

Estoy sola / me asomo al agujero de tus ojos / y estoy sola / y no puedo correr / porque no tengo vuelo / y quiero gritar pero no hay salida / estoy sola sobre el mar / y no tengo pies para nadar el sueño de tus manos / ¿no hay manera? /¿no hay llanto? / ¿no existe el campo verde y fértil? / para escribirte y olvidarlo? / ¿no tenemos ya unión? / nunca tuvimos, / nunca exististe, / todo fue la esmeralda de las caras rojas / y la piel violeta de tus manos / y no hay otra cosa, / y no tengo jamás, / y se baten las alas del olvido / y ya no terminan / porque no hay mañana.


 

ANA MARÍA PONCE

 

«Ana María Ponce nació en San Luis el 10 de junio de 1952. Siendo la mayor de tres hermanos, se crio en un hogar politizado, con un abuelo fundador del Partido Laborista, un padre que sería intendente de la capital de su provincia y una madre docente universitaria. Fueron los modelos que ella seguiría durante su juventud. Egresada de la Escuela Normal de San Luis con medalla de oro de su promoción, “Any”, como le decían sus amigos, ingresa en el profesorado de Historia y Literatura en la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de La Plata; allí comienza su militancia, en la Juventud Peronista de La Plata y en la Federación Universitaria de la Revolución Nacional, donde conoce al que sería su marido, Godoberto Luis Fernández, y padre de su único hijo, Luis Andrés. Luego de que su marido sufriera un atentado contra su vida, se mudan a la Capital Federal. El 11 de enero de 1977, Godoberto Luis Fernández es detenido por fuerzas del Ejército. Seis meses después, el 18 de julio, día del cumpleaños de su hijo, Ana María es detenida por fuerzas de la Marina, y llevada a la ESMA, donde permanecería hasta febrero de 1978. El lunes de Carnaval, último día en que se la vio con vida, a “Loli” (como la conocían en la ESMA) le informaron que tendría una entrevista con el director del centro clandestino de detención y torturas, el almirante Chamorro, para que efectuara un “mea culpa” público y así lograr una “supuesta” legalización de su condición. Intuyendo su suerte, “Loli” deja en manos de Graciela Daleo, una compañera de detención, todos los poemas que había escrito durante el tiempo que duró su secuestro. Graciela, sobreviviente de la ESMA, es quien logra contactar a familiares de Ana María para entregarles esos conmovedores textos.»

[Esta biografía es el prólogo de una publicación, sin mención editorial, fechada el 24 de marzo de 2004, en la que se recogen todos los textos a los que se hace mención.]

 

 

Aún espero…

Que el silencio me devuelva

tu voz,

que la sombra me entregue

tu cuerpo, que el aire me haga

respirarte,

que esta muerte demorada

me dé tu vida.

Que la lluvia enfríe

mi cuerpo

para sentir tu calor

de nuevo.

Que la noche te traiga

para amarme.

Que mis palabras te enciendan

los ojos.

Que mis pensamientos te busquen

donde estuviste

y ya no estás.

Que el tiempo se mude

de planeta

para quedarnos los dos

como antes.

Que haya una esperanza,

eso es lo que quiero

en definitiva decir,

que quede algo para decirme

que estás vivo.

Pero no estás.

 

                                                                                     22/09/1977


 

ROBERTO SANTORO

 

A Roberto Jorge Santoro lo secuestraron en junio de 1977 de la Escuela Nacional de Educación Técnica Nº 25, Fray Luis Beltrán, del barrio del Once, donde era subjefe de preceptores, uno de los tantos oficios que debió ejercer en su vida. Nació en Buenos Aires en 1939 y tuvo una hija. Fue poeta, feriante, armador de sus propios libros, pintor de brocha gorda, músico, militante de la palabra y hasta hizo un curso para plomero. Integraba el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT).

Escribió Oficio desesperado, De tango y lo demás, El último tranvía, Nacimiento de la tierra, Pedradas con mi patria, En pocas palabras, Literatura de la pelota, A ras del suelo, Desafío, Uno más uno humanidad, Poesía en general, Cuatro canciones y un vuelo, Las cosas claras, No negociable, las canciones de Lo que veo no lo creo (música de Jorge Custello) y En esta tierra (música de Raúl Parentella) y la “tragedia” musical En esta tierra lo que mata es la humedad, representada en 1972 en un teatro de la avenida Corrientes. Ejerció la crítica literaria y colaboró en distintos medios gráficos de su época.

 

 

Tengo que volar un beso

 

a Guillermina Cabrera 

muerta por una bomba

 

había una vez un hilito

de alegría una mano como una flor

 

trilla el aire un globo torpe

y un gajo empuja una caricia de sangre

 

se lleva la grieta aquel miedo al Cuco

la posibilidad del ángel

la mano

el montoncito de vida

 

y ahora qué más da saber que hay un muñeco sin brazos

un zapatito roto

yo sé que sabía las otras palabras

 


 

FRANCISCO URONDO

 

“Francisco Reynaldo “Paco” Urondo nació en Santa Fe en 1930. Sus libros de poemas son: Historia antigua, Breves, Lugares, Nombres, Del otro lado, Adolecer y Larga distancia (Antología publicada en Madrid, 1971). Publicó dos libros de cuentos: Todo eso y Al tacto. Su obra de teatro Veraneando y Sainete con variaciones, es de 1966; su ensayo Veinte años de poesía argentina, es de 1968. Su novela Los pasos previos, de 1972, y de 1973 es La patria fusilada; entrevistas sobre la masacre de Trelew. Es autor, en colaboración, de los guiones para cine de las películas Pajarito Gómez y Noche terrible, y adaptó para la televisión Madame Bovary de Flaubert, Rojo y Negro de Stendhal y Los maïas de Eça de Queiroz. En 1968 fue nombrado director general de Cultura de la provincia de Santa Fe, y en 1973, director del Departamento de Letras de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Como periodista colaboró en distintos medios de su época: Primera Plana, Panorama, Crisis, La Opinión y Noticias. Cayó en combate en junio de 1976, a los 46 años de edad. Dejó un libro inédito, Cuentos de batalla, que se perdió en la noche genocida”.

[Extracto del libro Poemas de batalla, Seix Barral, 1998, selección y prólogo de Juan Gelman.]

 

Gracias                                                                                                          

[Fragmento]

 

Sirve y me inclino

ante tu palabra, luz de mi pensamiento. Abrirán

las puertas, dejarán entender: los artistas, los

intelectuales, siempre

han sacudido el polvo de la realidad; descubrieron

caminos, emancipaciones

que no siempre lograron recorrer: era

prematuro en algunos casos, en otros fue distinto

–convengamos–, otras palabras son, bajar

la corredera de la mira, buscar con el guion

y dar justamente sobre algo que puede

moverse; un bulto,

un meneo a menos de cien metros

de tu corazón vulnerable, también enemigo.

 


 

RODOLFO WALSH

 

EL 24 de marzo de 1977, al cumplirse un año del golpe de Estado ejecutado por Jorge Rafael Videla, Emilio Eduardo Massera y Orlando Agosti, Rodolfo Walsh hizo conocer una carta abierta a esa junta militar que, según Gabriel García Márquez, “quedará siempre como una obra maestra del periodismo universal”. Allí denunciaba el siniestro balance de los primeros 365 días de la dictadura, “sin esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido, pero fiel al compromiso que asumí hace mucho de dar testimonio en momentos difíciles”.  El 25 de marzo (al otro día de la carta) Walsh fue secuestrado en la ciudad de Buenos Aires.

     Había nacido en Había nacido en 1927 en Choele-Choel, Río Negro, y en la década del 50 publicó una serie de relatos de suspenso en la editorial Tor. Poco tiempo después, el 9 de junio de 1956, la dictadura de Aramburu-Rojas fusiló a catorce civiles por un levantamiento cívico-militar encabezado por el general Juan José Valle. Sobre esos hechos, Walsh realizó uno de los trabajos más brillantes de investigación periodística que se hayan conocido en la Argentina contemporánea: Operación Masacre.

Cuentista, dramaturgo y periodista, Rodolfo Walsh está considerado como uno de los mejores escritores de su generación. Publicó también las obras de teatro La granada y La batalla, otras investigaciones, como ¿Quién mató a Rosendo? Y El caso Satanowsky, y libros de cuentos, como Variaciones en rojo, Los oficios terrestres, Un kilo de oro, el relato Un oscuro día de justicia, y otros.

Como periodista, trabajó en Panorama, Noticias, Semanario Villero y, durante la última dictadura militar, creó la Agencia Clandestina de Noticias (ANCLA) y Cadena Informativa. También fue uno de los fundadores de la agencia Prensa Latina y dirigió, en 1969, el periódico CGT, órgano de la CGT de los Argentinos.

 

Carta a mis amigos

 

Hoy se cumplen tres meses de la muerte de mi hija, María Victoria (*), después de un combate con las fuerzas del Ejército. Sé que la mayoría de aquellos que la conocieron la lloraron. Otros que han sido mis amigos o me han conocido lejos, hubieran querido hacerme llegar una voz de consuelo. Me dirijo a ellos para agradecerles, pero también para explicarles cómo murió Vicky y por qué murió.

     El comunicado del Ejército que publicaron los diarios no difiere demasiado, en esta oportunidad, de los hechos. Efectivamente, Vicky era oficial 2º de la Organización Montoneros, responsable de la prensa sindical, y su nombre de guerra era Hilda. Efectivamente estaba reunida ese día con cuatro miembros de la Secretaría Política que combatieron y murieron con ella.

     La forma en que ingresó a Montoneros no la conozco en detalle. A la edad de 22 años, edad de su probable ingreso, se distinguía por sus decisiones firmes y claras. Por esta época comenzó a trabajar en el diario La Opinión y en un tiempo muy breve se convirtió en periodista. El periodismo en sí no le interesaba. Sus compañeros la eligieron delegada sindical. Como tal debió enfrentar en un conflicto difícil al director del diario, Jacobo Timerman, a quien despreciaba profundamente. El conflicto se perdió y, cuando Timerman empezó a denunciar como guerrilleros a sus propios periodistas, ella pidió licencia y no volvió más.

     Fue a militar a una villa miseria. Era su primer contacto con la pobreza extrema en cuyo nombre combatía. Salió de esa experiencia convertida a un ascetismo que impresionaba. Su marido, Emiliano Costa, fue detenido a principios de 1975 y no lo vio más. La hija de ambos nació poco después. El último año de mi hija fue muy duro. El sentido del deber la llevó a relegar toda gratificación individual y a empeñarse mucho más allá de sus fuerzas físicas. Como tantos muchachos que repentinamente se volvieron adultos, anduvo a los saltos, huyendo de casa en casa. No se quejaba, solo su sonrisa se volvía un poco más desvaída. En las últimas semanas varios de sus compañeros fueron muertos; no pudo detenerse a llorarlos. La embargaba una terrible urgencia por crear medios de comunicación en el frente sindical, que era su responsabilidad. Nos veíamos una vez por semana, cada quince días. Eran entrevistas cortas, caminando por la calle, quizás diez minutos en el banco de una plaza. Hacíamos planes para vivir juntos, para tener una casa donde hablar, recordar, estar juntos en silencio. Presentíamos, sin embargo, que eso no iba a ocurrir, que uno de esos fugaces encuentros iba a ser el último, y nos despedíamos simulando valor, consolándonos de la anticipada pérdida.

     Mi hija estaba dispuesta a no entregarse con vida. Era una decisión madurada, razonada. Conocía, por infinidad de testimonios, el trato que dispensan los militares y marinos a quienes tienen la desgracia de caer prisioneros; el despellejamiento en vida, la mutilación de miembros, la tortura sin límites en el tiempo ni en el método, que procura al mismo tiempo la degradación moral y la delación. Sabía perfectamente que era una guerra de esas características en donde el pecado no era hablar, sino caer. Llevaba siempre encima una pastilla de cianuro –la misma con la que se mató nuestro amigo Paco Urondo– con la que tantos otros han obtenido una última victoria sobre la barbarie. El 28 de septiembre, cuando entró a la casa de la calle Corro, cumplía 26 años. Llevaba en brazos a su hija porque a último momento no encontró a quien dejarla. Se acostó con ella en camisón. Usaba unos absurdos camisones blancos que siempre le quedaban grandes.

     A las 7 del día 29 la despertaron los altavoces del Ejército, los primeros tiros. Siguiendo el plan de defensa acordado, subió a la terraza con el secretario político Molinas, mientras Coronel, Salame y Beltrán respondían el fuego desde la planta baja. He visto la escena con sus ojos: la terraza sobre las casas bajas, el cielo amaneciendo y el cerco. El cerco de 150 hombres, los FAP emplazados, el tanque. Me ha llegado el testimonio de uno de esos hombres, de un conscripto.

     “El combate duró más de una hora y media. Un hombre y una muchacha tiraban desde arriba. Nos llamó la atención la muchacha, porque cada vez que tiraba una ráfaga y nosotros nos zambullíamos, ella se reía.” He tratado de entender esa risa. La metralleta era una Halcón y mi hija nunca había tirado con ella aunque conociera su manejo por las clases de instrucción. Las cosas nuevas, sorprendentes, siempre la hicieron reír. Sin duda era nuevo y sorprendente para ella que ante una simple pulsación del dedo brotara una ráfaga y que ante esa ráfaga 150 hombres se zambulleran sobre los adoquines, empezando por el coronel Roualdes, jefe del operativo.

     A los camiones y el tanque se sumó un helicóptero que giraba alrededor de la terraza, contenido por el fuego. “De pronto, dijo el soldado, hubo un silencio. La muchacha dejó la metralleta, se asomó de pie sobre el parapeto y abrió los brazos. Dejamos de tirar sin que nadie lo ordenara y pudimos verla bien. Era flaquita, tenía el pelo corto y estaba en camisón. Empezó a hablarnos en voz alta pero muy tranquila. No recuerdo todo lo que dijo. Pero recuerdo la última frase: en realidad no me deja dormir. Ustedes no nos matan –dijo– nosotros elegimos morir. Entonces ella y el hombre se llevaron una pistola a la sien y se mataron enfrente de todos nosotros.”

     Abajo ya no había resistencia. El coronel abrió la puerta y tiró una granada. Después entraron los oficiales. Encontraron una nena de algo más de un año, sentadita en una cama, y cinco cadáveres. En el tiempo transcurrido he reflexionado sobre esa muerte. Me he preguntado si mi hija, si todos los que mueren como ella, tenían otro camino. La respuesta brota desde lo más profundo de mi corazón y quiero que mis amigos la conozcan. Vicky pudo elegir otros caminos que eran distintos sin ser deshonestos, pero el que eligió era el más justo, el más generoso, el más razonado. Su lúcida muerte es una síntesis de su corta, hermosa vida.

     No vivió para ella, vivió para otros, y esos otros son millones.

     Su muerte sí, su muerte fue gloriosamente suya, y en ese orgullo me afirmo y soy quien renace de ella.

    Esto es lo que quería decir a mis amigos y lo que desearía que ellos transmitieran a otros por los medios que su bondad les dicte.

 

Rodolfo Walsh,

28 de diciembre de 1976.

 

(*) María Victoria Walsh, “Vicky”, se quitó la vida, luego de un intenso tiroteo contra las fuerzas represivas en el barrio porteño de Villa Luro, el 29 de septiembre de 1976. Con ella cayeron: Alberto Molinas, Carlos Coronel, Ignacio Beltrán e Ismael Salame.

 

* Idea y gestión de Fredy Yezzed, Corresponsal en Buenos Aires de Literariedad


Miroslav Scheuba
Miroslav Scheuba, poeta nacido en Chile, ha cometido los siguientes libros: Secretos y Manjares; Las otras llaves del reino; Abecedario fabuloso; Trabajando palabras; Palabras para un tambor; El vino, un dios que canta.
Si bien su obra es modesta, confiesa que ha andado recitando sus poemas por congresos, festivales, mercados, templos y cementerios.
Últimamente, ha retomado la lectura de una pléyade de escritores que fueron silenciados por el terrorismo de Estado, ocasión que lo ha llevado a escribir esta nota.
Literariedad

Asumimos la literatura y el arte como caminos, lugares de encuentro y desencuentro. #ApuntesDeCaminante. ISSN: 2462-893X.

2 comentarios sobre “Poetas silenciados – El caso de ocho poetas argentinos desaparecidos

  1. Gracias. Estaba buscando algo sobre Ignacio Ikonicoff y encontré este artículo. No hay que olvidarlos.
    Ricardo Pochtar
    Gijón (España)

  2. gracias
    se me hace dificil escribir en pocas palabras lo que significa y todo lo que trae a la memoria leyendo a estxs grandes
    gracias

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