Selección de poemas de Alfredo Veiravé

Foto: Han Cheng Yeh.

Presentamos una selección de poemas del poeta argentino Alfredo Veiravé (Gualeguay, Entre Ríos, 1928 — Resistencia, Chaco, 1991), cuya obra sigue teniendo la vigencia de todo clásico. Comentario y selección de Hugo Toscadaray.

 

Y alguna vez, no siempre, guiado por el radar
el poema aterriza en la pista, a ciegas,
(entre relámpagos)
carretea bajo la lluvia, y al detener las turbinas, descienden
de él, pasajeros aliviados de la muerte: las palabras.
Radar en la tormenta

 

Egresado como profesor en Letras de la Universidad Nacional del Nordeste, ejerció  la docencia universitaria en la cátedra de Literatura Latinoamericana durante 30 años hasta su muerte.

Si bien recibió la Faja de Honor de la SADE, el Premio Nacional en Literatura que otorga el Fondo Nacional de las Artes, el Gran Premio de Honor de la Fundación Argentina para la Poesía y fue incorporado a la Academia Argentina de Letras, su obra poética ha sido más reconocida en el exterior que en su propio país.  Desde ser traducido y estudiado por críticos norteamericanos hasta cobrar su obra una importante relevancia en otros países como en México. No ha corrido su obra la misma suerte en Argentina, regidas sus universidades por “un canon porteño tan municipal, como ninguneador y mezquino”, al decir de Mempo Giardinelli.

Influenciado primero por poetas de su provincia natal como Ortiz y Mastronardi, y por lo latinoamericano más tarde (Cardenal, Lihn, Pacheco y otros), la poética de Veiravé podría ser señalada como un resultado de asociaciones interminables. Maestro de la yuxtaposición, hay en sus poemas un ir y venir de las imágenes, las referencias históricas, las cosas y lo cotidiano, las personas y la naturaleza. Todo convive en armonía sin que nada se fuerce. Todo dialoga entre sí como en una íntima conversación. Su poesía es un milagro de lo discursivo.

No está ausente en sus poemas la exaltación del amor y lo erótico como tampoco lo está el poder de las ideas ni el valor de una ética de lo estético.

Su obra es innovadora como es ancha y generosa la belleza que de ella se desprende.

Alfredo Veiravé ha sido, sin duda, uno de los grandes poetas argentinos de la segunda mitad del siglo XX.

Poemas de Alfredo Veiravé

 

El zamuu

La forma del Zamuu es tan ridícula como su nombre
dice Dobrizhoffer del palo borracho, o palo ebrio según los
españoles de la Real Academia: su tronco tiene un aspecto extraño es ancho como
un barril en el centro es redondo como la cintura de Ayesha
embarazada y teme al agua en contraposición con
Claudia que se baña
a la madrugada, y luego se
vuelve a la cama con otras virtudes femeninas adictas a la prolijidad
de la higiene o esta servidumbre finisima de su belleza recuperada;
y con sus espinas se puede, machacándolas, curar los ojos
enfermos de los enamorados,
o de los abipones, cuando regresan de la cacería en los
altos caballos como venados,
justo en la hora en que se la ve llegar
entre las flores del zamuhu, el yuchán panzudo o el palo borracho
según los distintos nombres que nosotros los paracuarios le
hemos puesto a estos árboles iguales a
mujeres (jóvenes) embarazadas por el viento de nuestra pasión cuaternaria;
nuestra exclusiva cuenta regresiva de almanaques mal llevados
y algunas lluvias intermitentes pero frecuentes que tienen de la virtud de
hacernos preguntar bajo las frondas de las palmas
¿dónde estás ahora? ¿en qué movimiento del anillo de estos árboles
concéntricos estás despertando esas bellas tormentas de
pasión que
mitigaban mi vejez y la de
Ovidio Nason, experto en cosméticas romanas
pero desconocedor rarísimo de otras plantas o árboles americanos, como
este zamuhu o palo borracho entre cuyas flores ebrias de orquídeas
hubiera querido abrir tu boca semejante a la de aquella actriz francesa o
simplemente para escándalo de los inspectores municipales,
grabar tu nombre en el árbol y con sus espinas y con sus hojas
hervidas hacerme un remedio
para no ver el momento en que nuestras naciones cayeron conquistadas
y para no ver el momento en que me dijiste
con absoluta naturalidad
que nuestro amor se había terminado. Me vengué entonces diciendo que
tus frutas eran arrugadas como zapallos que tu cuerpo
era redondo como el palo borracho que tus flores eran
fáciles de secar eran pasajeras eran marchitables y por qué no, feas,
y hubiera podido seguir diciendo muchas cosas tristes del samuhi
si no hubiera sido que hoy otra vez me llamaste en la puerta del Museo
de Ciencias Naturales,
y al abrazarnos sentimos que habíamos vuelto a
encontrar el centro del mundo y que en ese paraíso
había un árbol redondo de cuyo vientre manarían los peces de tu cuerpo.

 

Vestido folk

Ajeno a las modas de los vestidos de Alemania o de Francia
desconocedor superficial de lo que se usa en esta temporada
no pude dejar de caer rendido a tus pies desnudos
cuando te vi esta mañana con esa blusa folk
calcada de dibujos aztecas llena de flores
de la guerra de los antiguos mexicas o quizá
con esos pájaros azules que volaban sobre
los volcanes de Guatemala pero allí,
atada levemente a tu cintura
ese huipil ese canoro blanco ese bordado de la
era manual alcanzó en mis retinas y en mi pecho
dolorido el nivel de un terremoto de ternuras
simplemente porque debajo de él cabían unos
pechos altos como volcanes y más abajo
una desnudez de océanos no pacíficos solamente comparables con
los colores de sombra de los bananeros tropicales
y con aquellas algas olorosas que enloquecían a Drácula.

(De Historia natural, 1980)

 

El próximo eclipse se producirá dentro de 360 años

Esta vez lo vimos sobre la ruta
entre palmeras negras que oscilaron levemente
sus duras hojas enhiestas
al oscurecer
opacamente, en la mañana del año mil novecientos
sesenta y seis.
Yo tenía dos hijos pequeños, una mujer rubia, una
casa en el norte
y una confusa marea de sentimientos que nos unían al
mundo. Mariposas apasionadas
en el fondo del pecho, oscuras como tordos
dormían en su anillo de silencio.
Los chicos corrían frente a la máquina
fotográfica que utilizaba el padre
angustiado y despierto frente al tiempo, pero
todo será inútil. El próximo eclipse se producirá
dentro sesenta años y allí no quedará
de ellos, de mí, de las mariposas azules muertas
en el trópico
ni un destello, ni una palmera, ni un recuerdo, ni un
zorzal frente al río.

¿Comprenderán ahora lo que cuesta pararse
encima de la curva del equinoccio lejano?
¿Comprenden ahora lo que duele
mirar el país como si fuera una vieja hoja de gomero
que puede apretarse en la mano, o mirar al sol
cuando la luna lo enfría de golpe y sombras frías
como tumbas caen entre los niños y los cohetes?
Comprendimos ahora el pavor de estar ya
mirándose desde el lado oscuro
de ese sol negro
desde el sueño de unas fotografías
amarillentas, desde un polvo que tuvo sus rostros,
sus huesos.
Aquí la primavera ese año fue un poco fría
y la monogamia comenzaba a extinguirse sin protestas,
es cierto, pero saliendo por la ruta pavimentada
fuera de las ciudades, todavía los
caballos movían sus crines libres y las palmeras
crecían como ajenas al movimiento del planeta.
Quiero decir que había lámparas
en algunas casas todavía
donde nadie observaba las constelaciones con temor
o creía haber salido de la sombra del patio materno.
Había multitudes
que ignoraban que ese momento
tenuemente elaborado por
la inconsciencia de cada uno
no volvería ya más hasta después
de trescientos sesenta años de eclipse solar
que en medio de la mañana provocó algunos
temores en los animales del monte.

Los chicos corrieron entre la luz y la sombra
almorzamos luego con felicidad en el campo.

 

Mi casa es una parte del universo

Los que la vieron dicen que la tierra
es una esfera en el espacio, un planeta
más bien pequeño
del tamaño del dedo pulgar de los astronautas.
Yo no lo dudo porque he visto fotografías
y porque ahora estoy a casi medio planeta de mi casa.
Lo mejor de todo esto es que en ese pulgar
también mi casa es una parte del universo.
Cómo no serlo si en el patio del fondo
hay un filodendro de gigantes hojas y también gusanos
bajo la tierra
aptos para la pesca, y ahora que me acuerdo
el olor de los helechos contra la pared
la cara de Delfina o Federico entre los árboles
y aquel canario que se nos voló de noche.

(De Puntos luminosos, 1970)

 

Antipanfleto arrojado por los Harriers sobre las Islas Malvinas

Muchachos ¿recuerdan a los Beatles?
¿No se acuerdan de John Lennon?
Un día su hijo trajo del colegio un dibujo titulado
“Lucy en el cielo con diamantes?, Lucy su compañera de banco
la de las trenzas rubias como el oro del Perú
estaba volando por un cielo color azul pintado que no era el de las islas
¿por qué ponerle título a todo mi querido Paul? ¿Por qué no pensar
que algún día tendrás sesenta y cuatro años?
Esos detalles que ustedes saben de la música de
los Beatles con los cuales crecieron; y los que escucharon
“Lucy in the sky with Diamonds” tradujeron
simplemente LSD, él lo niega en sus memorias ahora que ha cumplido
40 años y no sabe que pronto lo asesinarán en Nueva York
frente a Central Park.
Conscriptos argentinos de 19 años
¿recuerdan a los Beatles?
Entonces ¿qué hacen ahí en esas trincheras de agua casi muertos de frío
lejos de sus casas tibias y musicales?
Ríndanse obstinados.
¿Qué harán ante el cuchillo de los gurkas mercenarios y la fuerza del imperio?
Ríndanse insensatos.
Posdata: El perverso panfleto de la guerra no dio resultado, porque ninguno
de los chicos se rindió (aunque los mayores los obligaron a entregar
las gastadas armas calientes de heroísmo) y ahora algunos
todavía
sonríen bajo la nieve con John el de Liverpool
cuando ven a Lucy por el cielo con sus trenzas rubias de diamantes,
en los mares del Sur.

 

Nunca más

Nunca más los gordos caballos de la muerte entrarán a la plaza
a destrozar los canteros de plantas y de flores (amarillas)
de las tipas asustadas; nunca más los bastones
golpearán con esa furia las cabezas ensangrentadas de los que ahora corren
bajo las nubes cirros, estratos, cumulus o nimbos; nunca más estas flores
de lapachos temblarán en la noche su color rosáceo al oír los aullidos;
nunca más esos aullidos cruzarán la calle subiendo desde el sótano
en el subsuelo de la madrugada.
Nunca más esos gritos terribles descarnarán la corteza de los murales
de la plaza desnuda, nunca más explotarán entre los intestinos
o las bocas del cuerpo / las convulsiones de la electricidad violenta;
(nunca más llamarás gritando a tu mamá en la violácea oscuridad lila
y azul que oyeron solamente los jacarandaes florecidos de la plaza)
¿Solamente?
¿Nunca más? No lo sé
porque hoy he visto a un tigre de Bengala correr a una gacela por la
llanura, a una boa constrictora devorar a una ranita saltarina,
a una araña correr sobre la tela al oír un zumbido.

(De Radar en la tormenta, 1985)

 

Las cartas de relación de Hernán Cortés

Yo mandé mis hombres a mirar las montañas lejanas
acompañados por nativos del lugar, pisando piedras incandescentes
pasando por encima de las hierbas mágicas
tratando de dar objetividad a los humos que salían de las
puntas de sus colinas altas como senos de mujer.
Quería dar una relación exacta de lo que estaba lejos.
Quería ser testigo fiel ante los Reyes y Gobernadores
de lo que mis ojos (o los ojos de otros cronistas) veían
en este continente, quería en el fondo, modificar las ilusiones
de los ensueños colectivos y acercarme a una zona
que era más científica que las meras suposiciones de los volcanes
En el fondo mandaba que el discurso estuviera libre de toda torpeza
imaginaria, sabiendo que el progreso es una forma del poder.
De la misma manera observaba (trataba) a las mujeres de piel
de color canario de la costa, colocándolas bajo la luz del haz de reflexiones
pero en ambos casos fracasaba porque jamás pude entender cómo
esas montañas exhalaban humo o cuál era el límite que cerraba
a los cuerpos de las mestizas
cuando ellas se abrían bajo el sol de la meseta mexicana.
Desde entonces vago por estas tierras
como una sombra del Infierno
y no puedo regresar a sus orillas porque al quemar las naves
pasé del reposo a una inquietud desolada.

(De Laboratorio Central, 1991)


alfredo-veirave

Alfredo Veiravé (Gualeguay, Entre Ríos, Argentina, 1928 – Resistencia, Chaco, Argentina, 1991).

Su obra publicada comprende los siguientes títulos: El alba, el río y tu presencia (1951), Después del Alba, el ángel (1955), El ángel y las redes (1960), Destrucciones y un jardín de la memoria (1965), Puntos luminosos (1970), El Imperio Milenario (Editorial Sudamericana, 1974), La máquina del tiempo (1976), La máquina del mundo (Editorial Sudamericana, 1977), Historia natural (Editorial Sudamericana, 1980), Radar en la tormenta (Editorial Sudamericana, 1985) y Laboratorio Central (1990)

Literariedad

Asumimos la literatura y el arte como caminos, lugares de encuentro y desencuentro. #ApuntesDeCaminante. ISSN: 2462-893X.

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