Noticias de lo indecible ― Ivonne Bordelois

Foto: Han Cheng Yeh.

La poeta y ensayista argentina Ivonne Bordelois nos comparte el prólogo de sus memorias «Noticias de lo indecible» (Libros del Zorzal, Buenos Aires, 2017).

En palabras del poeta Fredy Yezzed: «Creo que debió doler la escritura de Noticias de lo indecible, pues no hace otra cosa que decirle al rostro de Bordelois que es extremadamente sincera y despiadada con ella misma. Creo en la herida que tiene este libro, pero también en la ternura, la amistad, la experiencia y la felicidad que lleva impregnado. He leído estas memorias con la sensación de que me lo narra una joven muy madura, deseo decir, que hay mucha vitalidad fugándose en una escritura muy lúcida y amena. El hurgar de esta versión de  la memoria y el chapotear en los charcos del olvido enseñan con una extraña serenidad, más parecida al placer que a la despedida. Terminas el libro con la idea de que algo esencial te ha alimentado el intelecto y el corazón. Creo, sinceramente, que este libro es una perla en el océano de la literatura argentina».

 

Escribir  la vida

 

                                  

La vida no es la que uno vivió,
sino la que uno recuerda
y cómo la recuerda para contarla.

Gabriel García Márquez

                                    

A veces he pensado que  un posible  título de mis Memorias sería: Mi vida y yo. Y recuerdo a Franz Kafka: “En el debate entre la vida y tú, dale la razón a la vida”.  Salvo en estas palabras, no veo en ninguna otra parte este sentimiento que tengo de que mi vida y yo no hacemos cuerpo, sino que nos enfrentamos –y ella gana siempre, ciertamente. Una maestra despiadada y dura – pero siempre más sabia que yo misma- que me trató a los cachetazos –porque yo era rebelde y testaruda. Y a la vez una maestra benévola que me regaló felicidades y triunfos impensables. Una maestra que me llevó por caminos sorprendentes, imprevisibles y que yo por mí misma nunca hubiera elegido. Una maestra  insuperable,  poderosa  e insobornable.

Durante  años he estado tratando de elaborar mis memorias –no tanto para esbozar un retrato ejemplar o consolador sino para desenredar ante mí misma los muchos hilos de mi pasado. Dificultades: “Dios  escribe derecho  por líneas torcidas”. Para encontrar mi cara de escritora tuve que pasar por la figura de la lingüista provista de bonete y toga caminando por los claustros de la vieja universidad de Utrecht, su antigua catedral; he vivido por treinta años fuera de mi país, en  Francia, en Estados Unidos, en Holanda, y en cada país me aparecían distintas formas de personalidad, de lenguajes, de tentativas de sobrevivencia. ¿Cómo sumar  esta serie de transformaciones e incompatibilidades sin desembocar en un collage ininteligible?

No somos nuestras vidas; nuestra vida no es nosotros. Mucha gente es desdichada porque no deja realmente actuar a su vida con independencia de sí mismos. Mi vida se empeñó contra viento y marea en hacerme feliz mientras yo me embarcaba a grandes e intrépidos pasos hacia horizontes peligrosos y oscuros y anhelaba melancolías y tragedias infinitas.  En ese sentido, soy discípula de Montaigne cuando decía: “Mi vida ha estado llena de  terribles infortunios, la mayoría de los cuales nunca  ocurrieron”. Mi vida generosa, tanto más valiente e imaginativa que  yo misma.

Hay un pasaje de la correspondencia Arendt-Mc.Carthy donde Hannah proclama enfáticamente su convicción de que uno es su vida. Pero repito que yo siento exactamente lo contrario, como lo dije alguna vez en un poema que titulé Mi Vida y Yo. Mi vida me resulta mucho más paradójica y generosa que yo misma; yo actúo, me parece, como un freno o un filtro a mi propia vida. Mi casa de ahora, por ejemplo, o ciertos viajes improvisados, o mi relación con un psiquiatra iluminado en Holanda, han sido algo así  como milagros inauditos para mí, algo que nunca me hubiera atrevido a soñar o desear.

Alguien me hablaría, por supuesto, de deseos inconscientes, pero lo que yo atisbo en mi inconsciente es algo así como un deseo expiatorio de ser monja en Biafra o una fantasía de gitana en Marruecos -algo muy distinto de lo que mi vida me ha obligado a ser o a tener. Guardo dos fotos de mis siete años  que se me antojan testimonios inapelables. En una estoy disfrazada de gitana (adoraba los disfraces) con una colcha Liberty, en la otra un mosquitero me envuelve en elegante traje de novia, llevando en la mano un ramo de hojas de abeto. Navegaba entonces entre ideales burgueses y libertarios, con la alegre e irreflexiva inconciencia de las posibles contradicciones que encerraban mis elecciones.

¿Cómo imaginar desde Cambridge, por ejemplo, donde me sometía a presiones inimaginables para obtener un doctorado, que yo llegaría a ser, a mis sesenta y cinco años, no una catedrática y lingüista de reputación internacional (como debo haberlo deseado alguna vez), sino una ensayista relativamente popular en Buenos Aires? -algo, hasta cierto punto, acaso más interesante y provocativo, pero nunca imaginado por mí.

Por eso mi vida me resulta en cierta manera  incontable: demasiado numerosa  y zigzagueante.  También contradictoria. Por eso he escrito en un poema autobiográfico: “La vida es una lengua demasiado enigmática para seres humanos, y la pena de descifrarla quizá más alta que el esplendor de todo abrazo”. La plácida y engañosa figura de Sra. de Barrio Norte que circula  entre mis amigos y quienes me conocen nada tiene que ver, en el fondo, con mi vida. No se trata de una traición, sino de una ecuación más bien desventurada entre lo que uno es, lo que se nos dio, lo que alcanza a sobrevivir, lo que aconteció en verdad, lo que imaginamos, lo que ocurrió en secreto: un verdadero despilfarro de enigmas. Uno es uno pero está la vida. Uno hace elecciones en su vida, pero no hay que perder de vista que en realidad la vida elige más que uno.

De allí viene mi admiración por la vida, admiración  que se siente sólo ante lo indescifrable. No hablo de la mía propia sino de la vida en general: ese cauce de sucesos que acontece todos los días: imprevisibles o tediosos, horrorosos o maravillosos. Capricho grandioso y tantas veces humillante que en tantos sentidos nos supera: eso es precisamente lo que me subyuga de la vida. Esa centrifugadora que nos envuelve, nos revuelca, nos desmadeja, nos levanta hacia arriba y nos echa hacia abajo, nos abruma, nos alza, nos enceguece, nos adormece, nos desorienta, nos inspira, nos lastima. Nos interroga.

Pasión de entender, pasión de recordar,  pasión de  denunciar, pasión  de  celebrar. Pasión de unir denuncia y celebración, conocimiento y memoria, en un solo tejido incorruptible: eso es lo que me arrastra y me motiva.  Dar testimonio  de la existencia, de lo hermoso inexplicable que tantas veces nos rodea,  de lo indecible que nunca lograremos entender.

 

Un posible comienzo

Cuando me dicen que es imposible escribir memorias sin volverlas ficción, pienso por el contrario que la única manera de alejar la ficción de mi vida es escribirla así, a los garrotazos, a lo primero que venga, tal como fue, tal como me habita hoy.  Me desafía la necesidad de entender mi vida –mi vida que amenaza rebalsarme por todos lados, desordenada, imprevisible, secreta para muchos  -como para mí misma.

Porque de eso se trata: de entender qué ha ocurrido, qué es lo que ocurre, que es lo que todavía puede ocurrir. No la vanidad de enunciar hechos, éxitos o fracasos, peripecias notables: sino saber por dónde se escurría, se escurre el hilo de lo acontecido, por donde se veía, se ve venir el futuro, por donde empieza y empezaba a dibujarse con más claridad el pasado. Qué me ha querido y me quiere decir mi vida es el enigma que se me ha propuesto, todavía no resuelto; con qué señales y palabras resolverlo es lo que intento.

Una infancia enorme, una adolescencia comprimida, una juventud exasperada, una madurez aparentemente brillante, una vejez que se interroga, de puntas de pie al borde del precipicio. Cómo vine hasta aquí, cómo vine hasta mí ahora, quién me estuvo empujando, cómo me resistí y me estuve empujando al mismo tiempo yo misma al llegar a este momento. Alguien preguntaría: “¿Y a quién le importa?” Pero no se trata de sembrar ejemplos, no se trata de edificar ni deslumbrar a nadie, ni tampoco de reírme de mí misma –simplemente, seguir el curso necesario de una pregunta, ver -a través del dar a ver a los otros- cómo se desenreda una madeja aparentemente inescrutable.

En mi casa natal había álamos plateados: sus troncos parecían misteriosamente escritos, jeroglíficos de pájaros indescifrables. Ahora siento que allí están, meciéndose en la tarde, invitándome a una lectura que no puede postergarse. “Yo ¿para qué nací? ¿Para salvarme?” vuelve el estribillo de mi infancia. Salvar lo que se me dijo balbuceando, lo que se me dijo detrás de las ensordecedoras voces que me llevaban por tantos caminos contradictorios. Lo que todavía se me dice a través de sueños extraños,  de relatos que aparecen en la noche irrefrenablemente y cuentan historias con detalles filigranados venidos no se sabe de dónde.

 Memorias: En parte para exorcizar. En parte para celebrar. Ante todo, para entender.

 

Diarios y Memorias

Haberme dado cuenta –con una suerte de alivio- de que mis Diarios son realmente íntimos e incomunicables: sólo yo puedo interpretar el entramado o la enredadera cronológica que conecta sucesos, gentes, sueños, desastres, citas, exorcismos. Dármelos a mí misma, agradecerlos –son como un basamento emocional necesario: me sustentan, me advierten, me sorprenden, me consuelan, me reconcilian, me intrigan, pero son mi territorio propio e intransferible.

Las Memorias son algo distinto, más difícil en la medida en que se vuelven libro publicable. Episodios, señales: adivinar el hilo que los une. A veces se me ocurre que lo que organiza más interiormente, más secretamente mi vida, la unifica y le da sentido, no es materia propiamente verbal. Es más bien, antes que un hilo,  un ritmo, una música íntima cambiante pero permanente y de algún modo, indescifrable.

Pienso que este año, de perfil muy diferente a los anteriores, es como una suerte de letargo en donde voy gestando ritmos y actitudes muy distintas, revolucionariamente distintas a las previas. El pasar mis diarios de juventud, por ejemplo, tarea que me resulta de algún modo enigmático necesaria, pero que no puedo adscribir a ninguna finalidad ni a ninguna comunicación. Son materiales que están allí, que me complace combinar, configurar, esculpir, pero sobre todo reencontrar y entender; como si quisiera verme en un espejo más entero, más fiel, más difícil, como si mi vida me estuviera aguardando para conversar conmigo de una manera dulce y despiadada e imprescindible a la vez.

Y así, transcribiendo mi antiguo diario, haberme preguntado de qué modo estaba lejos y prácticamente no me rozaba la idea de publicar esos textos -algunos tan fuertes, contundentes, conmovedores aún ahora para mí. Algunos ciertamente proféticos, otros oníricos, otros místicos o desgarradores, otros puramente líricos. Cómo toda esa energía parece que hubiera sido reservada exclusivamente para la configuración de mi ego, la construcción de una imagen interior que permitiera incluir todas mis contradicciones. Ninguna tentación entonces por irrumpir con mi lenguaje, ninguna intención de modificar la literatura a mi alrededor, ningún propósito de ser oída -y en ese sentido, en particular, algo sumamente extraño, después de todo.

En las Memorias algo de ese material se interpone por ráfagas, pero la paleta cambia de color, el cuadro de dimensiones, las pinceladas son más vastas, los fragmentos se relacionan desde otras distancias. No es que se busquen justificaciones ni exaltaciones, pero aparecen líneas de fuerza que no podían entreverse  en el momento de vivirlas. Otros sentidos, otras imágenes, otras perspectivas. Los diarios son canciones silenciosas para uno mismo, las memorias grandes frescos que podemos y queremos compartir con los demás,  dejando asomar clemencias, ironías y autocríticas  de las que éramos incapaces entonces;  la visión que nos ha ido otorgando la vida desde los meandros de tantos cambios y  transformaciones como las que tuvimos que atravesar.

Es como ver nuestra vida como una dirección de orquesta. De nosotros depende cuándo entran los trombones, cuándo llegan los violines, cuándo se calla el piano. Temas que aparecen y permanecen en nuestra mente: algunos destructivos, otros enternecedores; algunos amenazantes, otros iluminantes. Recordar cosas que nos han hecho y nos hacen mal o recordar las miradas y los rostros de los amigos o queridos hermosos que nos acompañan, inspiran y celebran.

Yo creo haber escrito mis diarios para entender algo mejor mi vida y para decir cosas para las cuales en esos momentos no había interlocutores posibles cerca de mí, cosas  que  necesitaba decir. Cuando los releo, sin embargo, me asombra cómo mi vida cambia, a veces paulatinamente, otras veces súbitamente, y siempre, de todos modos, de alguna manera inexplicable, de manera que me causan más perplejidad que entendimiento o entendición.

Mi destino, me parece, ha sido como una de esas gaviotas que entreveía furtivamente en una jornada de campo, en mi infancia: apenas adivinada y fugaz durante todo el trayecto del día, y de golpe nítida y luminosa cuando la atravesaba el rayo del sol atardecido; entonces airosa, alta y desplegada a lo más hermoso de sí misma, como una vela desatada –antes de que todo oscureciera

Muchas veces he pensado mi vida como la imagen de alguien a quien dan la alternativa de caminar sobre una cuerda entre las cimas de dos cordilleras o bien arrojarse al medio. Alguien que se lanza a correr sobre la cuerda, echándose hacia adelante todo el tiempo, y olvidándose de que se trata de una cuerda entre dos abismos. Olvidándose es aquí la palabra esencial. “Quedéme y olvidéme”. Pero no se trataba de quedarse sino de correr, sin mirar atrás ni abajo. Acaso sonreí o el sol sonreía a través de mí sin yo saberlo. Seguro sí que el centro de la gravedad estaba dado por la pena en medio del corazón, y que si me mantuve en equilibrio fue porque desear y pensar se habían vuelto una sola e idéntica línea. (Mi fascinación, de niña, escuchando la canción de Gardel sobre la muchacha del circo).

                                                                        *

Desde el presente, el pasado va adquiriendo perfiles distintos: no es que nos conduzcan  a un juicio final, pero liberan a veces ciertos mensajes que pueden transformar nuestros años tardíos. Por eso para algunos de nosotros las Memorias no son ejercicios narcisistas sino algo así como una asignatura pendiente y urgente, un vademécum para los que van caminando con nosotros, algo como un resumen para bosquejar nuestras nuevas identidades, un homenaje y una advertencia, una mezcla de maldiciones y acciones de gracias. Nuestra herencia y experiencia en un legado que se va volviendo obligatorio para nosotros y para los nuestros.

Por eso, desde la elevada estepa de los ochenta años,  sé que el impulso  que me lleva a construir esta memoria es perentorio,  como si los materiales que he reunido se dibujaran en un nivel que ha llegado a ese punto de saturación después del cual todo se diluye y pierde su congénita energía. Impaciencia entonces por esculpir este paisaje infinitamente vario antes que la caída de la tarde confunda definitivamente sus contornos.

 


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Foto: Valeria Furman.

Ivonne Bordelois. Poeta y ensayista. Se doctoró en lingüística en el Instituto Tecnológico de Massachusetts con Noam Chomsky, y ocupó una cátedra en la Universidad de Utrecht (Holanda). Recibió la beca Guggenheim en 1983. Ha escrito varios libros, entre los cuales se destacan El alegre Apocalipsis (1995), Correspondencia Pizarnik (1998) y Un triángulo crucial: Borges, Lugones y Güiraldes (1999, Segundo Premio Municipal de Ensayo 2003). En Libros del Zorzal ha publicado La palabra amenazada (2003), Etimología de las pasiones (2005), A la escucha del cuerpo (2009) y Del silencio como porvenir (2010). Ganó el Premio Nación-Sudamericana 2005 con su ensayo El país que nos habla.

 

 

 

 

 

 

 

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Literariedad

Asumimos la literatura y el arte como caminos, lugares de encuentro y desencuentro. #ApuntesDeCaminante. ISSN: 2462-893X.

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