Imagen: Andrés Felipe Rivera
Durante la segunda semana de Estrenos en Pereira tuvimos la oportunidad de ver dos películas que se enfrentan al conflicto en Colombia. Una desde los destrozos que produce la guerra y la otra desde la rabia de un grupo ficticio que busca acabar con la corrupción moral, el Estado y toda autoridad. Ambas son una reflexión acerca de la violencia, de las profundas fracturas que genera, y reflejan el desasosiego general de vivir y morir en un país en el que nunca ha parado la guerra.
Portete (2017) – Documental experimental
Dirigido por: Efigenia Cuervo

Por: Daniela Gaviria
«Todos los viajes son viajes de regreso» fue la frase con la que cerramos nuestra charla con César Jaimes, parte del equipo productor de Portete, cortometraje realizado en 2017 por Los Niños Films, bajo la dirección de Efigenia Cuervo. No importa a dónde se viaje o desde dónde, siempre se viaja al pasado y, por ende, a uno mismo. La cita es una referencia a Relato de Hárald el Oscuro, poema de León de Greiff:
Todos los viajes, todos mis viajes, son viajes de regreso.
Yo torno ahora, retorno ahora del azur y hacia el azur.
Violada luz diaprea sus rútilos zafiros.
El poema es también la premisa y título de otro largometraje de la misma productora, Lapü. Esta fascinación con el enfrentarse al pasado y sus heridas se ve presente en todo el cortometraje, que nace de las mismas ruinas. El equipo de producción conoció Portete, un pueblo en la Alta Guajira, en 2016 durante los viajes de investigación y escritura del primer largometraje de César Jaimes, Lappü.
El 18 de abril de 20041, un grupo paramilitar, en complicidad con agentes del Estado, masacró a un grupo de personas wayuu (en su mayoría mujeres), destruyeron el pueblo y desplazaron alrededor de 660 personas. Portete quedó abandonado, y las ruinas, a la intemperie, la brisa y el desierto, se continuaron derrumbando lentamente.
Para cuando el equipo de producción llegó al pueblo, algunas personas ya habían regresado y estaban en el proceso de reconstruir las edificaciones, los lazos sociales y familiares y rehacer la vida en su territorio. El paisaje del pueblo y espacio físico hacía visible las heridas del conflicto que había interrumpido violentamente la vida de las personas. El equipo pudo conocer el pueblo, hacer registros audiovisuales y entablar fuertes lazos de amistad con el pueblo y con las personas de allí. Empezaron a fotografiar y grabar escenas del pueblo, del desierto y de las ruinas sin ningún objetivo particular. Así, Portete, el cortometraje, nació de forma inesperada de los retazos de material acumulado durante estos viajes y recoge, de alguna manera, las impresiones y sensaciones que tuvo el equipo durante su estadía en Portete.
«Era muy impactante cómo las ruinas de lo que era antes Portete seguían estando y seguían siendo parte del paisaje y de alguna manera eran como unos monumentos que estaban ahí en el desierto y que recordaban lo que había pasado. Tomaron la decisión de dejarlas ahí y de retornar y retomar el pueblo alrededor de esas ruinas (…) Y cada vez esas ruinas se van cayendo, son una estructura viva que también va mutando. No es la misma ruina hoy que hace cinco años», cuenta César Jaimes durante la conversación en línea que tuvimos con él. Las ruinas de lo que había sido el pueblo permanecían como un anti-monumento al horror de la guerra.
El cortometraje se enfoca principalmente en estas ruinas, convertidas en una representación física del pasado, el duelo y la memoria. A partir de ahí el cortometraje reflexiona sobre los estragos de la guerra, los vestigios que deja la violencia en la comunidad, como heridas permanentes que, como las ruinas, van desapareciendo lentamente entre la arena del desierto.
Las imágenes del pueblo están acompañadas de los lamentos de las personas de Bahía Portete y de la voz fragmentaria de Juan Rulfo, recitando trozos de Pedro Páramo. Esta obra de Rulfo también reflexiona sobre el duelo, el olvido y el regresar al hogar a enfrentar el pasado. Cuando conocieron el pueblo, nos cuenta Jaimes, encontraron muchas similitudes entre Comala y Portete: «Cerca a Portete hay una región muy grande que se llama la Media Luna, como se llama la Media Luna también en Pedro Páramo». Los fragmentos que se oyen en el cortometraje son de un momento particular de la novela en la que aparece una voz lejana que viene del desierto, traída por el viento, que recita su duelo y la pérdida de alguien amado.
«…Creo que esa misma voz tal vez llegó desde Comala hasta Portete y quedó en el cortometraje». En el paisaje desértico de la Guajira, un pueblo ficticio cuenta la historia de un pueblo real y la voz de Comala habla literalmente entre las ruinas de Portete. El cortometraje surgió entonces de forma inesperada, con fragmentos de paisaje, casi de la misma manera que las ruinas de Portete forman una unidad en sí mismas.
Desde la masacre, las familias wayuu han intentado regresar, a pesar de las dificultades del terreno, el abandono institucional, las amenazas de diferentes grupos armados y conflictos étnicos y familiares. «La tierra no es vista simplemente desde una forma funcionalista. Hay un componente espiritual o emocional muy fuerte”, cuenta Jaimes. Los procesos de retorno aún continúan 16 años después y las familias wayuu siguen resistiendo, negándose a olvidar y a abandonar sus tierras.
Conversatorio con César Jaimes.
Desobedencia (o Cómo Entrenar Gallos de Pelea) (2019) – Documental experimental
Dirigido por Tuchí Ortiz

Por: Sebastián Cabello
Para nadie es un secreto que hacer cine en Colombia es especialmente complejo, no solo por los problemas que surgen a nivel creativo, sino también por los retos económicos a los que se debe enfrentar. El documental-experimental de Tuchí Ortiz, Desobediencia o cómo entrenar gallos de pelea, aunque se enfrentó a esta dificultad, logró la realización de una pieza de cine independiente que nos habla desde un acto casi performático sobre los matices de la inconformidad que llevan al desacato.
Al preguntarle a Tuchí Ortiz qué fue lo que lo llevó a realizar el documental en 2019, habló muy abierta y sinceramente sobre dos factores claves que lo motivaron. El primero fue el encuentro de una carta que escribió un excombatiente reclamándole a su madre que si lo hubiera abrazado, lo hubiera besado, lo hubiera aferrado y le hubiera impedido unirse a un grupo armado, tal vez él no habría llegado los grados de sevicia a los que llegó por obedecer a los mandatos de un poderoso. Y en segundo lugar, pero no menos importante, estuvo la inspiración que le ha dado el trabajo de enseñanza y documentación que desde 2010 ha realizado con personas víctimas de la violencia en zonas aisladas de Pasto (aquí pueden visualizar un poco más sobre ese bello proyecto). Allí, a pesar de que la estrecha convivencia y hermandad entre los pueblos han sido para él elementos muy importantes y destacables, también ha podido observar cómo estos han sido destruidos y maltratados por actores violentos externos.
«El tema de desobediencia tratado en el documental proviene de una obediencia ciega. Quizás si no obedeciéramos tanto no tendríamos el país que en este momento tenemos», dijo Tuchí, mientras que yo me remitía a aquellas imágenes grabadas con cámara análoga de VHS, que recreaban a un policía amarrado con una soga a una silla, gritando histéricamente cuando un mayor lo cuestionaba de manera violenta. También los discursos anticlericales en la Iglesia de Cristo Rey, los gallinazos del relleno sanitario Antanas y los paisajes de la Vereda Daza, donde hacían todos los rituales y entierros. Estas imágenes, que se iban fracturando a medida que un grupo supuestamente anarquista registraba sus acciones de manera aleatoria y sin un hilo narrativo, me hacía preguntarme, ¿qué pasaría si el Estado nos diera la libertad de legislar?
Como escribió H. D. Thoreau en su libro Desobediencia Civil:
Jamás habrá un Estado realmente libre y culto hasta que no reconozca al individuo como un poder superior e independiente, del que se deriven su propio poder y autoridad, y lo trate en consecuencia. Me complazco imaginándome un Estado que por fin sea justo con todos los hombres y trate a cada individuo con el respeto de un amigo.
A pesar de que el equipo de producción tuvo que enfrentarse a un tema tan complicado en la realización del documental, el ambiente afable ayudó a que durante los 11 días de rodaje se tejieran lazos de amistad y fraternidad. Lo más importante para ellos y para la realización de la película fue entender que esta no es una película anárquica y se nos da pistas de esto a través de la simbología que utiliza y de guiños narrativos. Por ejemplo al inicio, vemos cómo una tercera persona decide dejar un encabezado que nos hace creer que lo que vamos a ver a serán recopilaciones de un grupo anarquista real de los años 90. Y por lo tanto creemos que eso que vemos es anarquismo, porque no es definido como ideal de una «sociedad sin gobierno», sino como un movimiento compuesto por individuos violentos. Realmente el anarquismo es algo más profundo. Este está está ligado a la igualdad, a la unión y cómo tratar de solucionar las necesidades en comunidad y para la comunidad, pero, como en la realidad, es la ignorancia de ese tercero ficticio que nos hace creer lo contrario.
Conversatorio con Tuchí Ortiz.