Un san bernardo perdido en la nieve

Foto: Aditya Vyas.

 

La filosofía es uno de los males menores de la humanidad. Comparada con la ciencia y con la política, la filosofía es un enorme san bernardo desdentado y sin brandy para los caídos. Pongamos, además, que es un san bernardo desdentado y perdido en la nieve.

Ahora, no es que no me guste la filosofía, lo que ocurre es que me tiene sin cuidado. Por eso prefiero la poesía. Hay quienes creen que hacer poesía es hacer volátil filosofía. Otros creen que hacer filosofía es hacer mala poesía. Se equivocan. Se equivocan en todo, pero no hace falta que señale la inoperancia de semejantes aseveraciones porque sería como plantearme una caminata espacial como la de Flaubert con su dictionnaire des idées reçues, y, bueno, el bueno de Gustave ya lo hizo, hacerlo ahora sería jugármela de Pierre Menard, ¿verdad?

Allá donde la poesía inicia una lumbre en el frío umbroso, una mínima flama que luego se agota o es devorada por el insoslayable negro de la nada, allá, la filosofía es un incendio que lo deslumbra todo. La amarilla luminosidad con que ataca las formas hace que la vida de desnude sin vergüenza, pero nada se consume en esa yerta candela.

A pesar de ello, como mal menor, la filosofía es necesaria. Como lo es la política, como lo es la ciencia. Acaso porque quiere desplazarse hacia la praxis. Aquí hay una trampa, empero, puesto que no es que la praxis sea el estado definitivo de la filosofía. Sí de la política. Sí de la ciencia. Y, sí, de la historia. Lo que ocurre es la posibilidad o la potencia imprevista de la praxis cifrada en el diseño conceptual de la filosofía.

De ahí su mal menor. De ahí, su mínimo mal. La ciencia busca el progreso, en ello ha roto el caparazón de la realidad y nos ha dejado con las vísceras a medio cocer, a medio podrir. La política intenta la praxis y en su vano esfuerzo ha secuestrado la vida toda. La historia ha creado un dispositivo de evasión que confunde, que se transforma en retórica de dominación, de disidencia, de inseminación ideológica[1].

La filosofía, por su parte, quiere ser praxis, pero su sustancia no le da para tanto. Su intento de abordar el mundo y de incidir en él es su aniquilación, su contrasentido. Segunda trampa: la filosofía no es únicamente logos puro. Pero su conceptualización, como en el caso de la política con la vida, le aprisiona.

Desmontar la armazón conceptual, ese lenguaje intersubjetivo en el que se ha montado, por medio del cual se expresa y es, diluiría la esencia misma de su razón de ser. En la búsqueda de su revolución en su paso de ser nombrada a ser performatizada o dotada de una incierta volición está el resquebrajamiento de sus coordenadas intrínsecas.

Sospecho que este es el movimiento que propone Luciana Cadahia en Meditaciones de lo sensible. Hacia una nueva economía de los dispositivos. Cadahia, desde Latinoamérica, propone una suerte de apropiación de las contextualizaciones con el fin no solo de comprender la naturaleza del dispositivo desde Hegel hasta Foucault, pasando por las aporías de Esposito y de Agamben, sino, su dramática praxis.

Cadahia, valiente y lúcida, dinamita las palabras y los entramados de sentido para proponer una praxis filosófica y darle voz a ese pobre y mojado san bernardo que ladra silente en el enorme desierto blanco del pensamiento occidental.

Quiere Cadahia abandonar las metodologías paradigmáticas de la filología onomástica, a saber, la de la epistemología de los nombres, la de la estirpe aforística, la de la etimología ahistórica y centrarse en la delgada frontera que media, en el interregno, el intersticio, la canaleta que une y divide, que sobrepone y solapa aquello que identifica la vida del individuo y aquello que la subyuga y la extermina.

Ese desplazamiento del logos a la praxis, de la vida a la vida[2] para comprender la vida como vida toda, con sus implicaciones humanas y sociales en la biopolítica contemporánea supone no una apropiación sino una reapropiación, a saber, una revisión de la génesis del pensamiento biopolítico contemporáneo en relación con la vida del planeta con el fin de desatascar a la filosofía de la petrificación conceptual en la que se encuentra y abocarla a la observación y solución de las discusiones de nuestro tiempo.

Es posible, en la distancia de las magnitudes imposibles, escuchar cómo ronca un cánido extraviado, acaso ignore la tenue luz que aguarda en la sierra para internarse en la tormenta de los tiempos que corren. Si Cadahia lo guía, es posible que no se extravíe y que sobreviva.

 

Encore

Pero la oportunidad de apropiación del dispositivo, entendido como mecanismo peyorativo, a saber, como máquina del exterminio (constante práctica inventada por la modernidad), si bien valiente y necesaria, y legítima como propuesta, se engaña si quiere cambiar de nombre un concepto como el de estado de excepción para ver en ello una yuxtaposición del pensamiento político versus el vitalista con miras, más que emancipadoras, de inteligente asimilación de las normas legales (donde anida el fracaso del pensamiento político contemporáneo) para sentarse a la mesa del estratégico juego de tensiones ideológicas, puesto que es necesario, más que sentarse a ver el incendio del mundo, meter mano e interrumpir la inercia del dispositivo. Es la interrupción de la entropía no el asimilarse a ella lo que abre una tercera vía.

 

[1] Inception, para quienes me sigan.

[2] La vida entendida desde la legalidad y desde sus derechos, o sea, desde la vida y el acceso a la vida misma.

Roberto Segrov

Roberto Segrov nace en Bogotá queriendo haber nacido en Estridentópolis. Escribe poesía, narrativa, traduce la obra de los poetas que más lo trasnochan y dicta clases de literatura en varias universidades de la capital colombiana, también es oficinista, lo anterior, todo en ese orden. Ha publicado los libros de poesía Formas de romper las olas (Buenos Aires Poetry, 2018), Tríptico lunar (SaintNeve, 2019) y Estudios para el intento de ciertas pesadillas (Editorial Pie de Monte, 2019), así como el libro de relatos Un crepúsculo que no termina (Ediciones Camelot, 2019).

2 comentarios sobre “Un san bernardo perdido en la nieve

    1. Así es, querido Daniel. La política se ha querido ver como un mecanismo de participación, pero es una máquina de segregación.
      Gracias por leer la entrada y tomarte el tiempo de comentar.

      Un abrazo,

      RS

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s