«Las horas secretas» y el amor clandestino

 

 

“Estábamos inventando la historia y el futuro del país dependía de esos instantes”. Ana María Jaramillo, Las Horas Secretas, pág. 23.

Por: Camilo Alzate

Lo primero que viene a la cabeza después de leer el libro de Ana María Jaramillo es que, sea cierto o imaginado, su relato tiene un enorme trabajo de introspección. La mujer que narra está dejando repartidas las entrañas línea a línea.

Sería una torpeza intentar demostrar si hay rasgos autobiográficos o trozos constatables dentro de la historia contada  en Las horas secretas. Importa menos la veracidad de las ficciones, como comprobar los mecanismos por los cuales tales historias son posibles aun cuando nunca hayan sucedido. O como dice Fernando Cruz Kronfly en La sombrilla planetaria: “el relato histórico se debe primordialmente a la verdad que lo obliga como su ley natural y que de él es dable exigir, mientras el relato literario se debe a la verosimilitud y, por lo tanto, a la imposibilidad de exigirle verdad histórica alguna.”

¿Cómo logra la autora imaginar y recrear unos sucesos que en esencia fueron producto del cruce brutal de circunstancias políticas reales con una historia de amor?

En Las Horas Secretas toda la telaraña de hechos irá a desembocar al Palacio de Justicia. La tragedia –que es una sola– asume dos perfiles consustanciales. Por una parte se consolida el deterioro cada vez más evidente de la relación afectiva entre la narradora y el protagonista, un comandante guerrillero conocido como el Negro Jacquim. Por otro lado se describe el atolladero político del M-19 una vez rotos los diálogos de paz. A los románticos y enamorados les sucede con frecuencia que se dan de bruces contra la realidad. El desencanto del 6 y 7 de noviembre iba a ser horroroso.

La secuencia narrativa discurre a tres planos; la historia de amor, la historia del Negro Jacquim, la historia de la toma del Palacio de justicia. Los enamorados entran en un devenir de complicaciones políticas y militares, mezclados en una turbulencia de eventos imposibles de detener; son tan amenazantes las redadas de la policía como las infidelidades y las crisis permanentes de la pareja. La historia de Jacquim en cambio supone volver a una infancia caribeña que divaga en consideraciones y caracterizaciones de su personalidad, de su formación como abogado y guerrillero, de sus vivencias  juveniles. La amante busca una explicación, una excusa para su drama haciendo la elaboración de esa figura contrahecha que es el enamorado (tierno pero infiel, cariñoso pero posesivo, atractivo pero dañino, de verga juguetona y de verbo promiscuo). La correspondencia asimétrica entre ambos es uno de los grandes aciertos de la novela.

El sello de Ana María Jaramillo será agarrar el lenguaje renunciando a las metáforas y esquemas usados durante siglos por los hombres. Y lo que resulta del invento es un erotismo poco acostumbrado pero feroz; una pasión furiosa e insaciable.

La guerra se toma la vida privada de los amantes, dejando estragos tras de sí, ruinas, mutilaciones, luego ella no puede sino admitir que  “dormir con el negro se convirtió en un operativo difícil”, hasta que todo cae en una somnolencia existencial donde no hay nada que perder pues se acepta esa muerte inevitable que ya está instalada en la habitación íntima antes de la acción guerrillera. Eso permite entender el estado psicológico de los combatientes durante aquellas 27 horas de fuego continuo, dispuestos a perecer calcinados bajo los escombros de una operación aventurera, inútil, absolutamente irresponsable.

Los rumores dijeron primero que el Negro Jacquim salió con vida, que pudo escapar o fue capturado por el ejército. También que lo torturaron en una guarnición militar, seguramente hasta desangrarse molido por los golpes y la picana. Que fue enterrado en una fosa común donde luego arrojaron restos humanos de la catástrofe de Armero. Todas son cuestiones que podrían interesar a los señores de la historia, o quizá a los tribunales. Pero a la novela le preocupa una verdad más simple, más primitiva y necesaria para la voz de mujer que pregunta: “¿Había sido feliz conmigo?”.

Camilo Alzate – @camilagroso.

Literariedad

Asumimos la literatura y el arte como caminos, lugares de encuentro y desencuentro. #ApuntesDeCaminante. ISSN: 2462-893X.

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