Por: Juan Guillermo Ramírez
Soy la encarnación de un sueño secreto. Seguiré siendo una vampiresa, mientras la gente peque. Theda Bara.
El regreso de Milos Forman (Atrapado sin salida, Amadeus, Hair) después de siete años de silencio, concretamente desde Valmont, se produce con una película un tanto incomprensible en su filmografía, pero que entronca perfectamente con su primera película, Taking off (1971), que subvertía plenamente la intencionalidad de Forman: no era precisamente en la juventud donde el director no encontraba esperanza. La relación de Taking off con El escándalo de Larry Flynt radica, sobre todo, en la versión esperpéntica de la sociedad estadounidense en un período, por lo demás, muy concreto.
Ahí es donde básicamente El escándalo de Larry Flynt se transforma más en una película de Oliver Stone (productor) que de Milos Forman (realizador). La evidencia de un tono escandalosamente alocado, excesivo, pertinente y deliberadamente opuesto tendría muchos puntos en común con Asesinos por naturaleza o Nixon; el colmo del mal gusto, la estética de la fealdad, puesta en manifiesto desde la elección de los actores.
Con estos antecedentes, Forman exhibe la biografía de un tipo desgarbado y sin escrúpulos que pretende hacerse rico a partir de una publicación, la revista ‘Hustler’, que hiere la moral y las buenas costumbres. Un hombre supuestamente libre que quiere llevar hasta el final sus proyectos sin autocontrol, rodeado de enemigos, que se enfrentará a la justicia como una víctima de principios intachables. No deja de ser paradójico que Milos Forman haya elegido al mismísimo Larry Flynt en la vida real para que apareciese en la película interpretando nada menos que al juez.
En el fondo de este carrusel de variadas y escabrosas situaciones, del esperpento llevado a sus últimas consecuencias, hay también, como resulta inevitable, un supuesto mensaje: la libertad de expresión. Un eufemismo en el país más libre del mundo, pero también en la nación que ejerce un control más férreo de sus ciudadanos. El error de Forman, no está tanto en el fondo como en la forma: la antiestética del protagonista impide la aproximación, la comprensión y la identificación con el público.
Así, El escándalo de Larry Flynt termina produciendo una extraña sensación en el espectador: todos restamos por la libertad, pero dudo que simpaticemos con una persona tan estrafalaria y poco coherente con sus ideales. Es difícil admirar aquello que produce rechazo.
Un escándalo no es cualquier cosa; muchas veces estos contribuyen al surgimiento de cambios necesarios. No sería muy arriesgado, entonces, asociar esta fea palabra con otras de connotaciones más plausibles como lo son vanguardia o revolución; aunque tan cerca como éstas se encuentre una de matiz más denigrante: explotación.
En El escándalo de Larry Flynt, a pesar de lo discutible, la balanza parece inclinarse más hacia el lado de las honrosas connotaciones, que sirven como justificación para reflejar una supuesta “gesta heroica” por parte del famoso pornógrafo, en favor de la libertad absoluta otorgada por la Primera Enmienda d ella Constitución de los Estados Unidos. A partir de esta premisa la película pretende plantear una encendida polémica en torno al tema d ella libertad de expresión. Luego de apreciar el resultado final, cabría preguntarse si la película llega a adjudicarse el título que una arbitraria traducción le otorgó para su distribución: “Larry Flynt, el nombre del escándalo”.
La película en realidad no hace mucho ruido, se encuentra tan estructurada como cualquier otra. El guión de Scott Alexander y Larry Karaszewski (autores del de Ed Wood (1994) de Tim Burton), distribuye la historia en la tradicional forma de tres actos; primero, formación de la revista Hustler, el ascenso desde la pobreza casi absoluta a la riqueza por parte de Larry Flynt y el inicio de sus relaciones con Althea; segundo, desarrollo del conflicto entre Flynt y la justicia estadounidense a raíz de sus publicaciones, atentado contra su vida, deterioro de sus condiciones físicas y psicológicas junto a las de Althea por causa de la droga, recuperación de Flynt y muerte de Althea; tercero, enfrentamiento entre Flynt y Jerry Falwell en la Suprema Corte de Justicia de los Estados Unidos, resolución.
El empleo de los paradigmas propuestos como modelo por el pedagogo Syd Field funcionan para convertir a la película en algo entretenido; en un nivel superior este inevitable esquematismo atenta contra las intenciones polémicas de la historia, convirtiéndola en una película pasiva. Esta procura no arriesgarse, utilizando todos los consejos existentes en el libro de Cómo hacer una buena película; pero, citando la famosa frase de Pauline Kael, ¿Acaso los hombres en la película siempre tienen que quemar la cena para que sepamos que no son gays”. La “correcta” forma de enunciar el lenguaje cinematográfico en El escándalo de Larry Flynt, junto a la abundancia de clichés, son elementos que contribuyen a inclinar la balanza más hacia el lado reaccionario que a cualquier otro. Frases tan evidentes, poseedoras de una obviedad que raya en lo cursi, como la que expresa el niño Flynt al comienzo de la película: Yo sólo quiero ganarme una vida de forma honesta; con una constante en la película. Otro ejemplo sería la elaboración adecuada, según los manuales de cómo se debe escribir un buen guión y de cómo hacer una buena realización, del primer acto, en el cual se establecen las diversas ingenuas tribulaciones acerca de la amoralidad de Flynt, las características de éste, e igualmente de diversos personajes claves de la trama.
Una inmensa elipsis nos lleva en el principio, de la infancia de Larry hasta su edad adulta, en la que a duras penas intenta mantener a flote un club de striptease; de esa misma abrupta manera se suceden diversos e importantes momentos de su vida hasta que logra el éxito con la revista y se establece con Althea. Son estas sucesiones de importantes momentos las que construyen una película de tendencias esquemáticas, en el que un diálogo únicamente funcional sustituye una aguda caracterización psicológica de los personajes, eliminando casi todo vestigio de cotidianidad en favor de una especie de épica de la vida de un fervoroso militante de la libertad de prensa. Las intenciones irónicas, forma superior de significación, terminan siendo pura información anecdótica acerca de la historia, con el único fin de elaborar personajes atractivos y establecer los conflictos de la narración: de este modo El escándalo de Larry Flynt es mucho más que una tradicional película con peso argumental que el discurso ideológico-escandaloso sobre la libertad de expresión pretende ser.
Tomando en cuenta que toda película histórica no es la representación de los hechos, sino la interpretación de éstos, la libertad tomada por los autores de obviar una mayoría de elementos del referente real de la vida de Larry Flynt, como sus otros tres matrimonios y principalmente la pornografía ‘hardcore’ de Hustler con sus toques racistas y anti-semíticos, son indicios de la intención autoral de borrar todo aspecto polémico de la historia para elaborar un falso héroe en la figura de Larry Flynt, tal y como se acostumbra en las peores películas biográficas, sin traicionar a la ideología dominante. Es así como las instituciones tan criticadas por la contracultural ‘Hustler’, son, por el contrario, reivindicadas en la película. La religión, que en principio parece ser ridiculizada, termina siendo el templo de sabiduría que proporciona a Flynt los pocos momentos de cordura de su vida; éste al alejarse de ella sufrirá sus peores rachas, como si de un castigo divino se tratara. En algunas declaraciones de Milos Forman ha asegurado que la película es para él una carta de amor a la Suprema Corte de Justicia de los Estados Unidos, y sin duda que lo es; la fastuosidad inmaculada con la que es representado este organismo de justicia, está hecha con un amor sólo comparable al de Riefensthal por su adorado partido. Si la película ataca a alguien directamente, es al pensamiento conservador de la política estadounidense en la imagen del corrupto congresista Charles Keating. Probablemente esto sea en respuesta a las obsoletas denuncias de los republicanos en el Congreso acerca d ella necesidad de censurar los medios. Hollywood como siempre defiende sus intereses y se afilia con la línea demócrata contraria, intentando reflejar en la película un liberalismo que al final no es tal; hasta el punto que el mismísimo James Carville, asesor de las dos campañas de Clinton, aparece haciendo una aparición en la cinta como el primer abogado que lleva Larry Flynt a juicio y quien por cierto reparte revistas a potenciales lectores de Hustler durante la cena en la que Keating denuncia formalmente al editor.
Sí cabe destacar en la película las excelentes actuaciones de Woody Harrelson y Courtney Love como la pareja protagonista; interpretaciones responsables de una original historia de amor que proporciona ese poco atractivo con que cuenta la película. El otro “protagonista” de la película, su director, Milos Forman, no sorprende. Con la excepción de la impactante escena, en la que Larry Flynt evocando a un Patton fílmico emite un discurso, mientras una inmensa pantalla a sus espaldas proyecta alternadamente fotografías eróticas y terribles imágenes de guerra, preguntándose qué es más obsceno ¿el amor o la guerra?, Milos Forman no alcanza una cumbre cinematográfica como a la que llegó con la imagen del gigante indio que huye frente al sol en el amanecer, y tantas otras de Atrapado sin salida, por citar una de sus varias obras maestras. En su lugar construye una suerte de libro de texto, a través de una puesta en escena efectivamente vacía y desagradablemente transparente, eliminando todo rastro autoral de ella.
El escándalo de Larry Flynt es uno de esos típicos casos en los que la historia real es mucho más interesante que la película. Lo indiscutible de la postura ideológica en favor de la libertad de expresión, no genera polémicas por sí sola. ¿Qué justifica entonces que se nos cuente de nuevo la historia del hombre que de lo más bajo alcanzó el éxito, a través de una tormentosa vida hasta llegar a ser un héroe, y que por cierto, era un pornógrafo? Probablemente la vocación pedagógica de Milos Forman, profesor den la Universidad de Columbia, le ha llevado a organizar un discurso fielmente apegado a las reglas del manual, quizás indispensables durante el aprendizaje, más no necesariamente en la práctica; después de todo ¿de qué sirve conocer esas reglas, sino es para romperlas?