Matemático

Imagen: PapaLoco

Desde que aprendí a hacerlo las cosas cambiaron del cielo a la tierra, o de la tierra al cielo, digamos, para dibujarlo mejor en los ojos de los que viajan con ellos más que con los pies. El mundo, para empezar por lo más grande que yo tenía en aquel momento de mi lejana niñez, se expandió a velocidades estruendosas hasta el punto que lo creí infinito; las palabras nuevas, por otra parte, comenzaron a llegar, algunas para quedarse hasta el fin de mis días y otras para irse tan pronto cumplieron con su deber; así como paisajes de todo el mundo, real o imaginario, se me aparecieron en adelante en los sueños y en las visiones, además de hacerlo en las invenciones que, desde entonces, me acompañan más fieles que yo a mí mismo. En resumen, desde que soy lector, la vida no me alcanza porque la voy inventando a medida que la recorro y a medida que la recuerdo, como si me perdiera a lo largo de cada una de sus puntas que no dejan de crecer. Es decir que para mí un lector es algo así como la condensación de un todo en permanente movimiento, y en expansión inmortal, al que no le bastó con nacer ni le bastará con morir. Hablo de mí, porque desde que lo hago viajo alrededor y a través de mi ser, como si no hubiera un mañana para repetir, como si fuera capaz de llegar a leerlo todo algún día.

Y como me sucede desde que lo aprendí a hacer, no me basta con la mera lectura y tengo que ir más allá, profundizar, escarbar, ahondar, atravesar o penetrar en el más allá, en lo oscuro, en lo misterioso. Así que traigo a colación las ocho acepciones de la palabra en cuestión y que no hemos mencionado, aunque sí conjugado, por respeto íntimo y sagrado a ella misma que es un dios, por parte de la eminentísima y celebérrima academia de la lengua ya rancia que presiden, refertan y moran unos soldados caducos o que, en su torpe defensa, afirman ser incomprendidos por haber nacido fuera de su época. La primera es «Pasar la vista por lo escrito o impreso comprendiendo la significación de los caracteres empleados»; es decir que si sus ojos, sin importar si están entrenados para ello o no, si lo hacen por casualidad o por concurso, caminan por la piel de un anciano, por las cicatrices de una vieja mesa de madera o por la lengua de un niño sin irse en blanco, sin ideas o sin sentimientos, se puede decir que leyeron. La segunda es «Comprender el sentido de cualquier tipo de representación gráfica»; es decir que, si cualquier objeto de cualquier dimensión o universo, o cualquier dibujo hecho por versados o incapaces los invita a repetirlo, a mejorarlo o, mejor todavía, a olvidarlo de inmediato, se puede decir que leyeron. La tercera es «Entender o interpretar un texto de determinado modo»; es decir que, si sus laberintos interiores trascriben las intenciones de su creador, las ansias insondables de su intrépido habitante o las mañas de su avezado contador, se puede decir que leyeron. La cuarta es «En las oposiciones y otros ejercicios literarios, decir en público el discurso llamado lección»; es decir que, si sus labios pronunciaron cierta palabra ante oyente o interlocutor alguno sin que este los castigara o los censurara por ello y, muy al contrario, los dejara terminar y hasta les preguntara algo con el fin de oírlos por más tiempo, se puede decir que leyeron. La quinta es «Descubrir por indicios los sentimientos o pensamientos de alguien, o algo oculto que ha hecho o le ha sucedido»; es decir que, si su pecho se ha atrevido a pensar, luego de que alguien se quedó en silencio frente a ustedes o se marchó para siempre, se puede decir que leyeron. La sexta es «Adivinar algo oculto mediante prácticas esotéricas»; es decir que, si sus cabezas han imaginado o han supuesto las posibilidades binarias o las probabilidades infinitas de algo o de alguien, se puede decir que leyeron. La séptima es «Descifrar un código de signos supersticiosos para adivinar algo oculto»; es decir que, si sus sentimientos se han inventado algo a lo que no se le puede llamar porque aún no se inventa la palabra, se puede decir que leyeron. Y la última, aunque aclaran que es poco usada pero no jamás usada, es «Dicho de un profesor: Enseñar o explicar a sus oyentes alguna materia sobre un texto»; es decir que, si han sido maestros, alumnos, las dos cosas a la vez o, metafísicamente hablando, ninguna de las dos, se puede decir que leyeron.

Desde que soy lector hay alguien diminuto habitándome para hacerme gigantesco, cada vez más, ante los ojos boquiabiertos del niño que fui cuando aprendí a leer, y cada vez que lo aprendo de nuevo. Y ese alguien no quiere presidir nada, no quiere ocupar ningún sillón, no quiere que alguien lo premie, no quiere nada más que tiempo para poder leer en paz, en guerra con el mundo. Con esto quiero hacer la invitación revoltosa a que lean lo que quieran, como, cuando y donde quieran.

Sergio Marentes

Animal que lee lo que escribe. Cabecilla del colectivo poético Grupo Rostros Latinoamérica. Fue fundador de «Regálate un poema» y editor de la revista Literariedad. Colaborador de diferentes medios Hispanoamericanos con aforismos, poemas, articuentos, cronicuentos y relatos de diferentes tipos. Ha publicado el libro de relatos «Los espejos están adentro» y ocho libros de poemas que no ha leído nadie.

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