Cuerpos ausentes, Nohora Piedrahita (Oleo sobre lienzo, 2015).
¿Me ayudarás a levantar el cadáver? Sara Uribe.
¿Por qué poetizar sobre los muertos? ¿Hay algún tipo de belleza extraña y ajena que nos seduce al poema? ¿Cómo escribir en medio de tantos muertos? ¿Cómo no escribir sobre asesinatos? ¿Por qué no? Y no es que la poesía pretenda usurpar el lugar de una crónica roja. Sino que utiliza el lenguaje banalizado de los asesinatos, de los cadáveres, el lugar común de la muerte, para crear un registro poético-político al rededor de lo que implica ser sujetos vulnerables, de la finitud a la que todos vamos, única certeza de lo humano, o de que cualquiera pueda darnos muerte. Me refiero entonces a la necropoesía, es decir aquella poesía que se escribe como un acto de denuncia y de muestra de injusticia que utiliza el cadaver como imágen para crear una conmoción en el que lee, o escucha. Una consciencia de la muerte perpetuada e impune. Hay poesía sobre la muerte, siempre la ha habido, hay poesía sobre cadáveres que crea atmósferas sublimes y románticas sobre la muerte. Pero la necropoesía, responde a las formas de muerte que se imponen en la sociedad, a los poderes y economías de muerte en el contexto que las produce, es decir es poesía política. La necropoesía hace visibles los cadáveres que esconde la impunidad, la desaparición forzada, las dictaduras, las guerras. Por ello es harto conocido el poema de Néstor Perlongher por ejemplo: El poema Cadáveres, leído en la voz del autor.
La necropoesía entonces se da en todas las latitudes donde las guerras hayan dejado la huella inscrita en la palabra, las heridas abiertas en los textos, nos entrega un síntoma de época y unas pistas que al lector corresponde completar, denunciar, dolerse. Responde a un lenguaje del que sobrevive y quiere dar testimonio, le da una voz a los muertos, crea, desde un lugar que también pertenece a lo real, una militancia política que reclama justicia. Dejo aquí mi breve selección de necropoemas, que desde la vanguardia hasta nuestra contemporáneidad nos hablan de esta herencia de la finitud en los marcos sociales más cruentos:
MASA (César Vallejo)
Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: «¡No mueras, te amo tanto!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Se le acercaron dos y repitiéronle:
«¡No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
clamando «¡Tanto amor y no poder nada contra la muerte!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Le rodearon millones de individuos,
con un ruego común: «¡Quédate hermano!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Entonces todos los hombres de la tierra
le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;
incorporóse lentamente,
abrazó al primer hombre; echóse a andar…
EL DESCANSO DEL GUERRERO (Roque Dalton)
Los muertos están cada vez más indóciles.
Antes era fácil con ellos:
les dábamos un cuello duro una flor
loábamos sus nombres en una larga lista:
que los recintos de la patria
que las sombras notables
que el mármol monstruoso.
El cadáver firmaba en pos de la memoria
iba de nuevo a filas
y marchaba al compás de nuestra vieja música.
Pero qué va
los muertos
son otros desde entonces.
Hoy se ponen irónicos
preguntan.
Me parece que caen en la cuenta
de ser cada vez más la mayoría!
Fragmentos del libro ANTÍGONA GONZÁLEZ (Sara Uribe)
Instrucciones para contar muertos
Uno, las fechas, como los nombres, son lo más
importante. El nombre por encima del calibre de
las balas.
Dos, sentarse frente a un monitor. Buscar la nota
roja de todos los periódicos en línea. Mantener la
memoria de quienes han muerto.
Tres, contar inocentes y culpables, sicarios, niños,
militares, civiles, presidentes municipales, migrantes,
vendedores, secuestradores, policías.
Contarlos a todos.
Nombrarlos a todos para decir: este cuerpo podría
ser el mío.
El cuerpo de uno de los míos.
Para no olvidar que todos los cuerpos sin nombre
son nuestros cuerpos perdidos.
Me llamo Antígona González y busco entre los
muertos el cadáver de mi hermano.
—
¿Cómo de bien conocía el cadáver?
En la fotografía usa sombrero vaquero y está de pie,
sonriendo entre el sorgo que durante décadas cultivó…
Sólo iba a trabajar y desapareció.
—
¿Cómo sabía que estaba muerto el cadáver?
Ellos nunca llegaron a su destino. Eran 47.
—
¿Lavó el cadáver?
Somos muchos.
¿Le cerró ambos ojos?
Somos muchos.
—
¿Enterró el cuerpo?
Somos muchos.
¿Lo dejó abandonado?
Somos muchos.
Del libro CONVERSACIÓN A OSCURAS (Horacio Benavides)
NOS RECOGIERON en la plaza
nos apretujaron en camiones,
las bocas de los fusiles sobre nuestras cabezas
Pensé que debía ser un error
y que volvería a abrazarte
Un escalofrío me subía por la espalda
y se me encalambraba en el cuello
Pasamos por estaciones de policía
pasamos por retenes
y clamamos
pero nadie nos oyó
El terror hacía imposible todo consuelo
Me encomendé al Milagroso
recé lo que recordaba
se me heló la sangre al imaginar lo que vendría
Lo que vino no te lo puedo contar, madre.
—
TE METIERON en una bolsa negra
y te llevaron al monte
yo por entre los matorrales los seguí
Los hombres decían chistes
cavaban y reían
Cuando las cosas empezaron a calmar
fuimos al monte y te trajimos a la casa
para que no te sintieras solo, hermano
Ahora estás en el solar
A tu lado sembramos un ciruelo,
el que da las frutas que tanto te gustan
y todos los días lo regamos con agua
y con lágrimas
IR Y NO VENIR (Cristina Rivera Garza)
Ir al Ministerio Público y regresar del Ministerio
Público. Ir a la muerte.
Hacer preguntas acerca de la muerte.
Tomar fotografías de la muerte. Callarse
junto a las imágenes de la muerte. Tener frío.
Escribir sobre la muerte. Sobre las preguntas acerca
de la muerte.
Escribir: muerte. Separar las sílabas. Desentrañar
letras.
Escribir la muerte. Abrirla.
(Una lata de sardinas. Una lápida. Una ventana.)
No volver nunca de la muerte.
Quedarse en la muerte.
Llevo buscando poco, pero definitivamente encontré lo que buscaba. Ojalá pudiera leer más al respecto. ¿Hay otras entradas? ¿Recomiendas alguna lectura, además claro de las que mencionas aquí?