Un piropo para la poesía

A veces pienso que la narrativa, además de tener la intención de crear una sensación especial, diferente, única en el lector, debe ser una composición asombrosamente bella entre la prosa y la poesía, entre lo que se narra, lo que se cuenta, y lo que se siente con lo que se cuenta: esa es la tarea de las palabras en la literatura, y de los escritores como cazadores de secretos que se mueven por el aire, deambulando sin que nadie los vea. Es por eso que las grandes novelas se vanaglorian de contar entre sus hojas con esa combinación que enamora, enoja, llena de odio, alegría y tristeza a sus lectores, y esas obras, y de paso sus escritores, tienen un lugar en la historia de la literatura, porque con las palabras logran trazar otras realidades, otras formas de entender el mundo que sobrepasan el simple acto de contar algo.

Sin embargo con el pasar de los años, la evolución literaria, con sus nuevas formas de narrar, con la velocidad con la que se mueve el mundo, con lo que ahora demandan las editoriales para sus publicaciones, parece haberse olvidado de ello. Parece que la apuesta del nuevo canon literario está en alejar, casi olvidar, a la poesía de la prosa, o mejor, hacerla invisible, o que solo muestre algunos visos en una que otra frase que el autor y el editor olvidaron pulir, dejando ver a la poesía como un error de edición, algo que se les fue sin querer.

Y esta reflexión se mueve en mi cabeza por algunos comentarios que he visto de amigos escritores alrededor de este tema —unos a favor y otros en contra por supuesto—, y además por la última novela que acabo de leer, pues en ella encontré precisamente aquella poesía que sale orgullosa de la mano con la prosa, son hermanas que se entienden muy bien: Cuatro años a bordo de mí mismo, de Eduardo Zalamea Borda. Una novela convertida en un clásico de la literatura colombiana y que yo estaba en deuda de leer desde hace mucho tiempo.

La novela, sin duda, es una obra anecdótica, una típica metáfora del héroe en la que ocurren los hechos uno tras otro en una suerte de diario; pero la narración es de muy alta calidad, no porque esté bien escrita, sino por las sensaciones producidas por las figuras que forman sus palabras. Ese, para mí, es el gran aporte de esta obra a la literatura en general.

 Es por eso que he querido hacer el ejercicio de agregar algunos párrafos como una muestra de lo que quiero decir:

Una escena de la obra ocurre cuando el personaje principal está a punto de llegar a tierra después de un pequeño trayecto por el mar, y narra así ese momento:

“El capitán ordena echar el ancla. Suenas las cadenas, con un ruido mohoso. La goleta queda inmóvil. Sobre el puerto, el humo de un barco. Los ojos de los hombres están llenos de mujeres; en el grito de las gaviotas se alcanza a oír una nota de la pianola que hay en el billar, y ante la tierra, tristes, permanecemos en silencio, como si hubiera muerto para nosotros el mar.”

Una de las particularidades de esta obra es la cantidad de números que aparecen en ella. Aquí va la descripción que hace el narrador del número 1:

“El uno, el número uno, que corre sobre toda las cosas. Un hombre, una mujer, un verso, un paisaje. El número 1, que se desenvuelve, se multiplica y se agiganta hasta las cifras inconmensurables de los trillones, de los cuatrillones. El 1, matriz de donde sale todo. El 1, que designa su dios a cada uno de los hombres: Budha, Cristo, Dostoievski, Confucio, Lennin, Nietzche y Mahoma. El uno es el número que contiene toda la soledad. La soledad, preñada como el número, de todas las posibilidades y todas las multiplicaciones.”

O aquí el protagonista siente la noche y lo que lo rodea:

“Desde aquí se oye el tímido golpear del reloj sobre el muro del tiempo. Lo va horadando con el martillito de los segundos. Y se desprende un trozo de eternidad a los golpes de las campanadas sonoras que cuento mentalmente. (…) Sigue el viento desdoblando sobre el mundo sus telas de seda. El silencio es tan grande, que parece que Dios hubiera muerto.  O que estuviera construyendo otro mundo.”

Y finalmente esta narración de un hombre que descubre que su hijo, recién parido, no es de él, y decide matarse:

“—No es mío…!!! ¡No es mío!!! ¡No es mío!!! —y lo vemos cómo llega a la orilla del acantilado. Hay en su cuerpo un breve instante de inmovilidad pétrea, de temor, de recuerdo acaso, pero, cuando aún no hemos acabado de darnos cuenta de lo que pasa, la sombra de su cuerpo dividido en blanco y negro, pasa como un borrón sobre la noche y desciende al mar, hacia la muerte. Aún alcanzamos a oír un fragmento del grito, eterno, perdurable para siempre en nuestras memorias:

—¡…íííííooooo!!!!!!

Se apaga como un tizón la longitud del grito; se empequeñece, se oculta, y todo queda en silencio. El silencio precede a la vida y que sigue a la muerte. El vasto, hondo, profundo silencio mudo. Ha nacido un hombre, un hombre ha muerto. La vida sigue su curso, monótona y exacta. En el mismo sitio está la noche. Solo se ha movido la hoja de un árbol y ha gritado un pájaro.”

Como estos ejemplos marqué muchos mientras iba leyendo la novela, y encontraba en ellos la fuerza que ejercen las palabras cuando se proyectan más allá de la misma narración y logran describir las sensaciones que cada hecho provoca. Desde un simple descanso en una hamaca, hasta la trágica e inesperada muerte de un hombre traicionado.

Yo creo que en esencia, esto es literatura: es la posibilidad de crear un mundo a través de una historia y de contarla a través de las sensaciones, y todo eso hecho con 28 letras que se repiten sin cesar. Entonces ¿por qué preferimos la norma, el deber ser según los expertos,  y no a la literatura misma?

No conozco a la poesía, no la he tratado, siempre la he visto de lejos, la inalcanzable porque no la entiendo. Pero cuando la veo abrazada a la narrativa y la transforma, la llena de belleza, entonces tiene sentido para mí: le encuentro valor, poder y fuerza. Es por eso que hoy le brindo mis elogios humildes, mis halagos ignorantes.

Hoy la atiborro con todos mis desabridos  piropos.

jerogarciar

Salsa, Literatura y docencia, Esos son mis nombres y mis apellidos.

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